Papel verjurado ahuesado. Lápiz negro.
Adquirido en 2018 con cargo a la herencia Guitarte, a través de uno de sus descendientes.
El templo de Antonino y Faustina fue construido por el emperador Antonino Pío en honor a su esposa fallecida y deificada en el 141 d. C., como demuestra la inscripción del arquitrabe: DIVAE FAUSTINAE EX S C. A la muerte del emperador en el 161 d. C., el Senado también lo diviniza y consagra el templo a la pareja imperial, añadiendo en el friso la inscripción DIVO ANTONINO ET. Este monumento fue objeto de gran atención por parte de arquitectos europeos de los siglos XVIII y XIX, entre ellos los españoles pensionados en Roma, que encontraron en el templo una fuente de estudio importante para la reproducción de la arquitectura templar pagana. De todos sus trabajos tan solo se conserva la carpeta antes mencionada de la Biblioteca Nacional, con los dibujos de Isidro G. Velázquez. En 1793 éste se encontraba junto a Evaristo del Castillo trabajando en el templo, y, seguramente, y debido a su alto coste, compartiendo materiales y operarios (necesarios para la construcción de escalas y andamios que les permitían acceder a las partes más altas de los monumentos). Así lo demuestran las medidas anotadas por Isidro en sus dibujos, comparando los pies castellanos con los vicentinos de Palladio, pero sobre todo lo demuestra el hecho de que realizara vaciados en yeso de algunos elementos arquitectónicos del templo. De estilo corintio próstilo y hexástilo, se alza sobre un alto podio con una ancha escalera que conduce a la Via Sacra.
En grabados de Piranesi, como el que conserva la Biblioteca Nacional, este podio, el graderío y parte de la columnata frontal del pronaos aparecen soterrados, siendo sacados a la luz en excavaciones posteriores. Se compone de una cella construida en bloques de toba volcánica, en origen revestidos de mármol veteado, y un pronaos de seis columnas corintias en el frente y otras dos en cada lateral, con basas y capiteles tallados en mármol blanco y fustes monolíticos de mármol cipolino que aún muestran las cicatrices de las sogas empleadas, sin éxito, en el siglo XVI para derribar las columnas (de 17 m. de altura y 1,5 m. de diámetro en la base). En la escalera aparecen los restos de un altar de ladrillo recubierto de mármol. El impresionante pórtico contrasta con las modestas fachadas laterales, realizadas en peperino, pero revestidas originalmente con placas y pilastras de mármol, de las que sólo se conservan los capiteles de las esquinas y las huellas de las grapas que fijaban las placas a los sillares. Del cornisamento, uno de los más sencillos del orden corintio, sin dentículos ni modillones, se conserva una pequeña parte. El friso presenta una decoración de grifos enfrentados, animales míticos muy extendidos en la iconografía funeraria griega y del Próximo Oriente, y que apoyan sus garras en vasos con decoración vegetal. Se han encontrado restos de esculturas colosales, de una figura femenina y otra masculina. En la Edad Media el templo fue convertido en iglesia cristiana bajo la denominación de San Lorenzo in Miranda.