Donado por el artista en su ingreso como académico en 1993.
El trabajo de Gustavo Torner constituye una importante aportación al arte español de las últimas décadas. Representante de la vanguardia abstracta española, sus obras han sido calificadas dentro de la vertiente lírica de la generación abstracta. Artista autodidacta y polifacético, Torner es además de pintor, escultor, grabador, collagista, desarrollando múltiples facetas, desde las vidrieras a las serigrafías y los aguafuertes. Como ingeniero de montes fue destinado en 1947 al distrito forestal de Teruel en donde comenzó sus primeros contactos con el arte, cuando firmó las primeras láminas botánicas para la nueva edición de la Flora forestal de España de Máximo Laguna, trabajo que continuará hasta que en 1953 fue destinado al distrito forestal de Cuenca. Es finalmente en 1965 cuando renunció a sus trabajos de ingeniería para dedicarse íntegramente al arte.
Tras viajar por Francia e Italia, expuso por primera vez en 1955 en Cuenca, en las salas de las Escuelas Aguirre. Este año conoció a Antonio Saura quien le puso en contacto con el arte internacional del momento. A partir de entonces se sucedieron sus exposiciones tanto en España como en el extranjero. Junto con Gerardo Rueda (1926-1996) y Fernado Zóbel (1924-1984) formó parte de El grupo de Cuenca, siendo codirector con Zóbel del Museo de Arte Abstracto de Cuenca en las Casas Colgadas desde 1964.
Sus relaciones con el mundo artístico y literario de Madrid le facilitaron en 1968-1969 sus primeros contactos con el teatro. Para este contexto realizó la escenografía y los figurines para varias obras: El castigo sin venganza de Lope de Vega, en colaboración con Elio Berhanyer; en 1980, la ópera El Poeta de J. Méndez Herrera y F. Moreno Torroba; en 1996, la ópera Selene de Tomás Marco. En 1981 el ayuntamiento de Madrid le encargó realizar los estudios de colorido de la entonces proyectada ordenación de fachadas del distrito de Salamanca. Desde 1982 colaboró además con el equipo de arquitectos del Museo del Prado en la reestructuración de las nuevas salas, en las cuales se sucedieron sus intervenciones. En 1993 ingresó como académico de número de esta Real Academia.
Esta obra es un ejemplo de la sobriedad que caracteriza al autor, por la concisión de la forma, la línea limpia y recogida en lo esencial; Torner tiene, en palabras de Fernando Zóbel, un particular estilo de pensar, que se traduce aquí en un conjunto de ángulos rectos construido con rigor y medida. Las formas geométricas se van entrecruzando en un laberinto, cuya severidad es atenuada por el refinamiento de la materia.