Hijo de Francisco Javier Aguilar y Lorenza Vela nació en Madrid hacia 1827, ciudad en la que residió con sus padres en la calle de Embajadores, nº 18, cuarto principal. Fue alumno de la Academia de San Fernando, pero a fin de continuar la carrera de arquitectura en la recién escuela establecida en dicha Academia solicitó el 25 de septiembre de 1845 su ingreso en ella, en vista de que tenía todos los estudios preparatorios que eran exigidos con arreglo al Real Decreto de 25 de septiembre de 1844. Para este fin, presentó la fe de bautismo y las certificaciones siguientes: «dos certificaciones de primero y segundo año, ganados en dicha Academia, otras dos de elementos de Física y Química en el Conservatorio de Artes y de principios de dibujo». Fue examinado de todas estas materias y matriculado en el 1º año de carrera el 13 de noviembre de 1845.
En este primer año tuvo como compañeros a Calixto Ansuategui, Martín Arce y Villegas, Benigno Arce y Villegas, Joaquín María Aguado, Juan Antonio Atienza, Manuel Blanco y Cano, Camilo Arriba, José Asensio Berdiguer, Pedro Abad y Bardají, Simeón Ávalos, Joaquín Arteaga, José María Alvarado, Manuel Amilibia, Eugenio Brieba, Antonio Berrayarza, Nemesio Barrio y Canal, Francisco Cubas, Bonifacio Carrasco, Pablo Canales, Vicente Carrasco, Miguel Castillo y Alba, Ignacio Casagema y Labrós, Francisco Daura y García, Juan Francisco Díaz, Mariano Díez y Royo, Tomás Jerónimo Díaz y Velasco, Liberto Escobar y García, José Díaz Laviada y José Domínguez.
Todos los discípulos cursaron entre las 9 y 11 de la mañana las asignaturas de Cálculo Diferencial e Integral y las Aplicaciones de las Matemáticas a los usos de la Arquitectura; entre las 11 y 12, un día sí y otro no, Geometría Descriptiva pura y aplicada a las sombras, concretamente Perspectiva con un profesor y un agregado, mientras que entre las 11:30 y 15:00 la asignatura de Dibujo.
A lo largo del curso de 1848 y 1849 se generaron en la Escuela grandes protestas, problemas disciplinares, ausencias en las aulas y faltas de insubordinación por parte de los alumnos. Ello era debido a la Real Orden de 28 de noviembre de 1848, por la que quedaban suprimidos los dos años de práctica que eran exigidos para obtener el título, dejando automáticamente a los estudiantes que cursaban 3º, 4º y 5º año de carrera matriculados en 1º, 2º y 3º curso del nuevo plan. Entre estos desórdenes figuraban los acontecidos en la cátedra que desempeñaba Manuel María de Azofra, clase en la que los discípulos se negaron a responder a las preguntas del profesor,17 lo que motivó la emisión de la Real Orden de 15 de diciembre de 1848, acordándose la expulsión de cualquier alumno desobediente fuese cual fuese su número; que aquellos que no asistieran a clase se les anotarían las faltas para que llegado el número prevenido perdiesen curso y aún como oyentes no se les permitiera asistir en lo sucesivo; incluso en caso de que la insubordinación exigiese la fuerza armada, los discípulos serían entregados a los tribunales. Esta orden se comunicó al director de la Escuela y a través de éste a todos los profesores. Sin embargo, no era la primera vez que eran expulsados estudiantes del centro, ya que Carlos Botello del Castillo, discípulo del 2º año de carrera, lo había sido en 1847 y Cirilo y Ramón Salvatierra en 1848, habiendo sido readmitidos por la Junta de Gobierno el 6 de mayo de 1848, en atención a las manifestaciones de sus padres y sus buenos propósitos.
Enterada la Reina de los sucesos acontecidos por los alumnos del 1º y 2º año de arquitectura, emitió la Real Orden de 31 de enero de 1849 que, a propuesta de la Junta de Profesores, tuvo como consecuencia la expulsión de los promotores de las revueltas (Simeón Ávalos, Manuel Giménez y de Ropero, Pedro Fores y Pallas, Bibiano Guinea, Joaquín Vega, Manuel María Muñoz, Aquilino Hernández, Antolín Sagasti, Juan Torras y Guardiola, Luis Villanueva y Arribas, José Sarasola y Pequera, Anastasio Menéndez, José Limó y Fontcuberta y Manuel Villar y Valli), como también la de aquellos que no habían cumplido las asistencias reglamentarias a las diferentes clases (Dionisio de la Iglesia, Carlos Mancha y Escobar, Francisco Urquiza y José Segundo de Lema).
Aunque por otro lado, se acordó no admitir a matrícula a los alumnos expulsados ni a los borrados por falta de asistencia, lo cierto es que en su mayoría volvieron a ser admitidos por la Real Orden de 16 de mayo de 1849 una vez arrepentidos de sus actos.20 A partir de entonces y para solicitar la matrícula se exigió a los aspirantes ir acompañados de sus padres, tutores o encargados responsables de su conducta y acreditar el no haber tomado parte en las revueltas que habían motivado dichas disposiciones, recordándoles al mismo tiempo que cualquier falta de subordinación se castigaría en lo sucesivo con arreglo a las Reales Órdenes de 15 de diciembre de 1848 y 31 de enero de 1849.
Como discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura, presentó como proyecto fin de carrera para recibirse en la clase de arquitecto los diseños de un Faro marítimo (del A-3610 al A-3612), que según el programa debía estar «aislado dentro del mar con habitación y oficinas para un Gefe, Subalternos y marineros necesarios para la comunicación con tierra y servicio del Faro. Deberá estar situado proximo á la costa y contener un pequeño puerto ó ensenada- Planta, Fachada y Corte-Escala de 0,015 por metro». Del mismo modo, adjuntó la memoria descriptiva y el presupuesto de la obra en caso de que fuese levantada, ambos documentos fechados el 26 de febrero de 1852. El examen tuvo lugar el 1 de marzo de 1852 y viendo los examinadores con mérito al pretendiente, le concedieron el título solicitado por unanimidad de votos en la Junta General celebrada en la Academia el 7 de marzo.
Después de ser ayudante de Topografía y Geodesia en la Escuela Preparatoria para las carreras de Ingenieros y Arquitectos previa oposición, fue nombrado por S.M. el 26 de febrero de 1856 para cubrir la plaza de profesor agregado en la Escuela Especial de Arquitectura a fin de explicar Topografía y la Teoría del Dibujo Topográfico, con 8.000 reales anuales de sueldo y la obligación de suplir a los profesores de Cálculo y Matemáticas por acuerdo de la Junta General del 2 de marzo de ese mismo año.
Tres años más tarde, se ocupó del proyecto de reparación de la iglesia de San Cayetano (Madrid) tras sufrir el templo un grave incendio. Los diseños fueron aprobados por la Sección de Arquitectura el 10 de julio de 1859 y finalmente por la Academia en la Junta General del domingo 17 de julio, siendo concluida la obra por el arquitecto dos años más tarde.
Durante la Revolución del 68, la demolición de conventos cambió el perfil de Madrid al desaparecer los de Santo Domingo, Carmen Calzado, Calatravas y Santa Teresa, como las iglesias de Santa Cruz, San Millán, Santa María la Real de la Almudena, cualquier tipo de tapia, cerca o cerramiento que constriñese la ciudad o entorpeciese el enlace de las calles del casco antiguo con las del Ensanche.
La iglesia de San Ginés se halló dentro de la lista de los templos que debían ser derruidos, porque al igual que las propiedades religiosas señaladas estaba muy deteriorada y poseía una ubicación excepcional en el casco viejo. La calle del Arenal desembocaba en la renovada Puerta del Sol y a su vez en la plaza de Isabel II donde se había levantado el Teatro Real, inaugurado en 1850. Estas obras supusieron una revalorización de la zona, lugar escogido por particulares y familias de alto poder adquisitivo para residir en nuevas viviendas, circunstancia que obligó a reformar la fachada de San Ginés con cara a la calle del Arenal para poder salvar el templo y no afear las edificaciones de su entorno.
El 9 de agosto de 1869, el arquitecto Wenceslao Gaviña desarrolló la memoria descriptiva y varios planos para el proyecto de reforma de la fachada norte, la del Arenal, en la que especificaba como ninguno de los frentes exteriores que rodeaban la parroquia se presentaban vistosos y agradables a la vista debido a los escasos recursos con los que había contado la iglesia y aún menos el frente de la calle del Arenal por su aspecto irregular. El proyecto consistía en «organizar el reboco de las fachadas del atrio, renovado por completo el zócalo de cantería, antepechos y pilastras, y poner nuevo enverjado y nuevas puertas de hierro». Se refería a un revoco a imitación de los materiales que se usaban frecuentemente en Madrid; el levantamiento del zócalo del atrio o antiguo cementerio junto a su antepechado y rejas; la introducción de nuevas pilastras y sus remates, enverjado y puertas; la mejora de la escalinata y todo el pavimiento del atrio. Del mismo modo, proponía un cambio en la entrada de la iglesia hacia la derecha del atrio para mayor comodidad del servicio del templo; otorgar regularidad a los dos cuerpos sobresalientes de la fachada de la iglesia, los cuales poseían alturas y formas diferentes; la desaparición de las pesadas escocias que coronaban la parte más alta, dejando estos frentes a una misma altura a través de construcciones entramadas y refrentadas, y por último, la inclusión en la Capilla del Santo Cristo de ligeras molduras, algunas fajas y una especie de ático antepechado rodeando los frentes, a fin de acabar con el desagradable aspecto del tejado.
Sin embargo, sería el arquitecto del Tribunal de Visitas, José María Aguilar, quien ejecutaría el proyecto de reparación definitivo el 13 de agosto de 1870. Derribó el segundo piso de la casa parroquial y elevó un metro la fachada de la Capilla del Santísimo Cristo a fin de dejar libre las limas, por entonces interrumpidas, del cuerpo de la iglesia para armonizar las alturas. Como decoración, aprovechó los dos arcos carpaneles existentes en la fachada, uno en la entrada a la iglesia y otro que alumbraba el despacho parroquial, añadiendo un tercero del mismo estilo para generar una arcada diáfana y crear un ingreso espacioso sobre el que poder centrar las construcciones en el piso principal. Por otro lado, introdujo un pabellón que, arrancando de la terminación de los tres arcos, hizo avanzar hasta la calle del Arenal para hacer juego con la Capilla del Santo Cristo situada en frente suyo, otorgando a sus fachadas un tratamiento ornamental similar. En lo que respecta a la fachada principal del templo, dispuso tres ventanas en el segundo piso correspondiendo cada una a los arcos del pórtico y en el centro de la composición dejó la ventana flanqueada por dos columnas y dos pilastras rematada por un frontón sobre la cornisa. Revocó todas las fachadas imitando sillería, resolvió el acceso a través de una escalera porque el pavimento del atrio se hallaba a menor altura que el del pórtico y cerró el conjunto con dos muros y una verja.
En la década de los setenta Aguilar trabajó en las obras de reparación del templo de Santo Tomás de Madrid. Sobre esta obra, el 25 de septiembre de 1872 la Academia había nombrado a los académicos Antonio Ruiz de Salces, Espalter y Sabino de Medina para informar acerca de los daños causados en el templo con motivo del incendio acaecido en el edificio el 13 de abril anterior. Ruiz de Salces y Medina rechazaron el cargo de ser peritos tasadores de los desperfectos ocasionados por el incendio, lo que tuvo como consecuencia la duda de si en este caso como en otros análogos era potestativo de los individuos de la Academia poder admitir o rehusar este tipo de comisiones. Finalmente, se demostró que ni la Ley de Instrucción Pública del 9 de septiembre de 1857, ni los Estatutos de la Real Academia consideraban a ésta más que como un cuerpo consultivo, por lo que según estas bases la Academia no estaba obligada, ni aún autorizada, para imponer a sus individuos la obligación de aceptar cargos que no fuesen relativos a informes pedidos por el Gobierno. No obstante, por la renuncia al cargo de Medina y Ruiz de Salces fueron nombrados en su lugar los académicos Juan Bautista Peyronnet y Francisco Bellver en enero de 1873, quienes junto con Espalter dieron cuenta de los desperfectos relativos a las pinturas, decorado escultural y la arquitectura de la iglesia, aunque no como una comisión académica sino personal.
Pero el 25 de abril de 1874, en vista de un posible hundimiento del edificio, se solicitó de nuevo el parecer de la Academia para su resolución. El director dispuso que se citase con urgencia a la Sección de Arquitectura para que el lunes por la mañana se personase en el edificio, pero volvió a existir el problema de siempre, es decir, que al ser un trabajo puramente pericial no era competencia de la Corporación, pues como cuerpo consultivo supremo en materia de arte sólo le incumbía por sus Estatutos dar al Gobierno su parecer sobre los dictámenes de otros peritos o corporaciones de orden menos elevado y nunca informar en tal concepto antes de que estuviesen apurados todos los trámites facultativos. Aunque esto era un hecho, la magnitud de la alarma extendida por Madrid sobre la posible ruina del templo fue de tal relevancia que hizo a la Academia encargarse del asunto a modo de excepción en sus reglas ordinarias de conducta.
El lunes 27 de abril de 1874, a las 11 de la mañana, la Sección practicó el primer reconocimiento de la obra, excepto tres de sus individuos que se hallaban ausentes de Madrid. Se hizo el reconocimiento tanto del exterior como del interior del templo, sus muros y fábricas antiguas, como de las nuevas obras de reparación, apeos y andamiajes. Pero no contenta con esto, la Sección nombró una subcomisión formada por tres individuos de su seno a fin de estudiar el encargo, tomar los datos, las medidas y ejecutar los trabajos necesarios para realizar el informe correspondiente, informe que quedaría concluido el 2 de mayo de 1874.
En el estudio se reflejó como en el expediente remitido por el alcalde aparecía un oficio fechado el 5 de marzo de ese mismo año suscrito por el arquitecto municipal de la 2ª Sección, Joaquín María Vega, quien había practicado un reconocimiento ocular del edificio observando quiebras antiguas al exterior y otras nuevas que se estaban formando en el interior. Pero Vega no había emitido un dictamen pericial y razonado que por su posición oficial debía haber emitido, sobre todo cuando la gravedad y la supuesta ruina eran inminentes. Por otro lado, el 5 de marzo se había oficiado al arquitecto director de las obras Federico Aparici, quien había contestado el día 6 con las siguientes palabras: «[...] que con las precauciones y apeos llevados a cabo con felicidad desde que notó algun indicio de ruina, no había peligro alguno de hundimiento por entonces. Mas, no habiendo remitido la certificacion que se le exigia, se le volvió á pedir en el mismo dia 6; y el 7 la remitió el expresado Arquitecto, manifestando quedar garantizada la seguridad de los operarios con los apeos practicados, y no haber peligro alguno para el tránsito público por las calles contiguas al edificio, ni para las casas nos 1 y 3 de la calle de Sto. Tomás». Dicha certificación pasó a informe del arquitecto municipal el 8 de marzo, dejando garantizada la seguridad de la obra en atención a la responsabilidad del citado profesor.
El estudio desarrollado por la Sección recogió igualmente el hecho de que el 23 de abril de 1874 los arquitectos José Aguilar y Mariano Utrilla habían emitido el informe más “luminoso” de todos los obrados en el expediente, reseñando los indicios de ruina de algunos pilares del templo y su marcha progresiva, las posibles causas de su estado, los medios que podían emplearse para prevenir sus consecuencias y sus posibles reparaciones definitivas. A su entender, las causas provenían de defectos graves en la construcción primitiva, defectos que nadie podía haber sospechado y que habían salido a la luz gracias a las calas y rozas que habían sido efectuadas para recomponer y colocar los apeos. Todo ello ponía de manifiesto la falta de trabazón de algunos puntos entre el machón de la capilla y el botarel que de ella arrancaba. También el alarmante estado en que se hallaba uno de los cuatro machones en que descansaban los arcos torales, por lo que se habían tenido que cimbrar dichos arcos (dos de los torales) sostenidos por apoyos que partían del suelo y realizar acodalamientos por medio de grandes puentes para alejar el temor de una futura ruina. Igualmente, se habían observado ciertas grietas, incrementándose las del muro exterior que databan desde muy antiguo, posiblemente debidas al resentimiento de los cimientos y los zócalos de la fachada.
El mismo 23 de abril se pasó este dictamen a informe del arquitecto municipal, quien no hizo un nuevo reconocimiento del edificio, tan sólo algunas observaciones sobre algunos párrafos del informe de Utrilla y Aguilar. Como el peligro de ruina no estaba tan claro, se creyó oportuno que la autoridad local adoptase las medidas oportunas, como desalojar las casas contiguas al templo, cortar el tránsito público y llamar a los arquitectos que de una u otra manera habían intervenido en la obra.
Ante todos estos antecedentes, la Sección de Arquitectura echó de menos un razonado parecer pericial y facultativo del arquitecto municipal del 2º Distrito, pues en ninguno de los tres informes emitidos por este arquitecto daba su opinión acerca de la importancia, gravedad y consecuencias de los indicios de ruina, ni sobre los apeos y medidas preventivas. También, que este facultativo con cargo oficial sólo había insistido en exigir la responsabilidad de las obras al arquitecto director, los arquitectos de las Juntas de Obras que habían emitido su dictamen y contribuido con su consejo a la ejecución de las medidas preventivas como a aquellos que interviniesen en sucesos posteriores. Por otro lado, creía conveniente que el presidente del Ayuntamiento oyese en junta a todos los arquitectos municipales antes de acudir a la Academia, ya que ésta era la que tenía que dar la última palabra sobre las opiniones emitidas por los peritos. Del mismo modo, la propia subcomisión creada para tal objeto había recorrido y examinado todas las partes del edificio, desde los cimientos hasta el asiento de la cruz sobre la cúpula, y se había percatado de la existencia de quiebras cubiertas con guarnecidos posteriores a la época y otras muy visibles, como la que aparecía en sentido vertical en la fachada a la calle Atocha, hacia el medio de la capilla de Santo Domingo o de los Veteranos que era la más notable; que existían otras en el muro Oeste en el machón derecho del crucero y en los dos contiguos a éste que sostenían los arcos torales de las capillas de las Nieves y de la Correa; que la cúpula recientemente construida se encontraba en perfecto estado de conservación, como la bóveda que cubría el presbiterio, el crucero y las capillas de la izquierda. Por último, que mientras las quiebras de los muros de las fachadas a las calles de Atocha y San Tomás no presentaban desplomes notables, no ocurría lo mismo con las del muro que daba a la última calle, todo lo cual daba como resultado que una parte pequeña del templo se encontrase en grave estado de conservación, aunque no constituía un daño irreparable si se actuaba inteligentemente.
El informe de la Sección concluyó señalando que tras el reconocimiento pericial e incompleto de los cimientos se encontró con que estaban «formados de mampostería de piedras de diferentes clases, muy irregulares en forma y tamaño, abundando en algunos trozos la piedra floja llamada piedra loca, que, como es sabido, se descompone fácilmente bajo la accion de la humedad y de la presion, causas suficientes por sí solas para producir resentimientos en cualquier edificio cuyo cimiento se componga de esta clase de material». Si a esto se le añadía el incendio acaecido en el edificio y el hundimiento de la media naranja, daba como resultado un encharcamiento de agua producido por las aguas procedentes de la extinción del incendio que se habían filtrado poco a poco, aunque en gran cantidad, en los subterráneos y el terreno, produciendo el reblandecimiento lento del terreno y de parte de los cimientos. Era en este punto de donde procedían todos los males del edificio, junto con la mala calidad del ladrillo empleado, la falta de buenos trabazones, las rozas y rompimientos practicados en los muros en diferentes épocas, la alteración sufrida en los materiales por el incendio y la vibración que sufrían todas las partes del edificio que aún se mantenían en pie.
Vistas las causas del deterioro era necesario: 1º) Reconocer minuciosamente y recomponer después todos los subsuelos del templo, levantar su plano, observar la correspondencia de las cargas y macizar los huecos para dar estabilidad a las construcciones superiores. 2º) La higiene pública. 3º) El decoro y seguridad del templo. Después de todas estas medidas preventivas debía realizarse un estudio razonado de la restauración de la iglesia expresada en plantas, alzados, secciones y detalles con sus correspondientes presupuestos. En este punto, la Sección incidió en la conveniencia de reconstruir los pilares con piedra de sillería berroqueña, buenos lechos y sobre lechos de nivel, con un buen sistema de despiezo a juntas encontradas, utilizándose este mismo material hasta la altura de los arranques de los arcos. También la conveniencia de que los dos arcos torales que habían sufrido algún que otro movimiento descansasen sobre arcos de hierro para constituir su cimbra permanente, la cual quedaría oculta dentro de la decoración adoptada posteriormente. Dichos arcos de hierro podrían descansar en apoyos verticales de hierro fundido embebidos en la decoración, adosados y asegurados a los pilares de sillería o de fábrica.
El informe emitido por la Sección fue aprobado por la Academia en la Junta Ordinaria del 4 de mayo de 1874, pero dos años mas tarde se volvió a remitir el expediente de este templo, siendo censurado por la Comisión el 24 de mayo de 1876. En este momento se aplaudió el refuerzo con sillería y fábrica de ladrillo que se había introducido en parte del cimiento y el muro de la fachada oeste, así como el refuerzo ejecutado en el subterráneo con muros de fábrica de ladrillo en la parte donde descansaba el apeo de los arcos torales. No obstante, existían indicios de ruina más alarmantes donde primeramente habían aparecido, el estado del templo era de próxima ruina en su parte central y eran muchas y cuantiosas las cantidades de dinero que debían invertirse para su reposición, por lo que era mas conveniente y prudente la demolición del edificio.
En 1878, Aguilar erigió las viviendas de la calle Ramón de la Cruz en pleno Ensanche-Salamanca y en 1883 ejecutó junto con Fernando Arbós y Tremanti el proyecto de un edificio destinado a almacenes generales de objetos empeñados en el Monte de Piedad de Madrid constando de plantas, alzados, secciones y detalles constructivos como decorativos, además de una memoria descriptiva y el presupuesto general de la obra, calculada en 700.448 pesetas y 2 céntimos. Los arquitectos diseñaron dos órdenes de crujías paralelas a las fachadas con un patio en su encuentro a fin de proporcionar luz y ventilación al local. Introdujeron un ascensor hidráulico para la cómoda distribución de los efectos a lo largo de todos los pisos y una escalera para el servicio de los empleados, proponiendo una decoración acorde con el tipo de edificio de que se trataba. La Sección de Arquitectura examinó y aprobó el proyecto el 1 de diciembre de 1883, no sin antes advertir a sus autores la conveniencia de aumentar la anchura de la escalera proyectada en 83 cm, en base a que no tendría la suficiente cabida de paso si en un momento dado el ascensor se estropearse.
Al poco tiempo, el Banco de España encargó su sede principal en Madrid a los arquitectos Eduardo Adaro y Severiano Sainz de la Lastra, cuyo proyecto había sido premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884; no obstante, la muerte de este último obligó a ser sustituido por Álvarez Capra y posteriormente por José María Aguilar y Vela. Para su construcción, aparte del solar antiguamente ocupado por el palacio de Alcañices, fue necesaria la adquisición de otros terrenos para construir la nueva sede bancaria: los solares de la Real e Ilustre Congregación de Naturales Navarros de San Fermín, una parte de los jardines de la Escuela de Ingenieros de Caminos, los correspondientes a tres casas de vecindad, propiedad de la duquesa de Nájera, los situados en el Paseo del Prado hasta alcanzar la calle de la Greda, hoy de los Madrazo, así como los del marqués de Larios y el marqués de Retortillo ubicados en la misma calle.
Esta obra, cuya primera piedra se dispuso en 1884 en presencia del rey Alfonso XII siendo inaugurada el 3 de marzo de 1891 en un acto solemne presidido por el rey Alfonso XIII y su madre la regenta María Cristina, le siguió la ampliación realizada por José Yarnoz Larrosa en 1827, gracias a la adquisición de las llamadas Casas del Chantre, desde 1846 propiedad de Bartolomé Santamarca. En este momento se prolongó el edificio por la calle Alcalá duplicando su longitud, equiparándola aún más con la del Paseo del Prado y siguiendo fielmente la arquitectura original de Adaro, pero interiormente se introdujo un nuevo patio de operaciones de grandes dimensiones que se convertiría en el centro de la nueva distribución. Yarnoz lo dotó con amplias pilastras y fuertes machones para soportar la estructura general junto con arcos sobre dinteles y columnas en la balconada. El patio recibía la luz de una gran vidriera decó, con temas alegóricos alusivos al progreso y la prosperidad. Otro espacio destacado en esta ampliación fue la rotonda que servía de enlace con el antiguo edificio, así como la cámara subterránea en la que intervinieron los arquitectos Pedro Muguruza, Martínez Chumillas y el ingeniero Peña Boeuf.
Las obras anteriores concluyeron en 1934 y diez años más tarde Luis Menéndez Pidal proyectó bajo concurso público dos obras de reforma en la planta noble del Banco de España: una en el Salón de Comisiones y la otra en la Sala de Consejos. Entre 1969 y 1975, las nuevas exigencias del Banco obligaron a su ampliación por la calle de los Madrazo y Marqués de Cubas bajo el proyecto del arquitecto Yarnóz Orcóyen. No se siguió la estética del antiguo edificio, pero la entidad bancaria ocupó casi toda la manzana, exceptuando la esquina con la calle Alcalá y el Marqués de Cubas que sería incorporada en la última ampliación.
La última obra fue ejecutada a raíz de la compra por parte del Banco de España del edificio de la calle Alcalá, nº 46, edificio residencial de lujo con una planta baja destinada al Banco Calamarde. Desalojado el edificio en 1974 y con objeto de llevar a cabo la última ampliación, se convocó un concurso de ideas restringido en 1978. Antes del fallo del jurado, el Banco de España se dirigió a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Ayuntamiento de Madrid y el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid a fin de que designasen a un miembro de sus respectivos institutos para formar parte del Comité Asesor que debía estudiar los méritos de los 9 anteproyectos presentados. La corporación académica nombró al arquitecto Luis Blanco- Soler, quien en unión con Manuel Herrero Palacios y Carlos Sobrini Marín ejecutaron el informe correspondiente el 2 de abril de 1979.
Finalmente, el fallo del concurso tuvo lugar el 15 de octubre dando como ganadora la propuesta de José Rafael Moneo Vallés. En septiembre de 1980 se trasladó la propuesta al COAM junto con el proyecto de derribo del edificio de la antigua Banca Calamarte. Posteriormente, el informe elaborado a favor de la declaración del edificio como Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Monumento fue elaborado por el arquitecto Fernando Chueca Goitia en nombre de la Real Academia de San Fernando y remitido a todos los efectos a la Dirección General de Bellas Artes el 26 de junio de 1998.
Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1857-1868. Sig. 2-33-7; Arquitectura. Templos. S. XIX. Sig. 2-43-2; Comisión de Arquitectura. Pleitos, 1852. Sig. 2- 14-3; Comisión de Monumentos y Patrimonio. Informes. Expedientes de Declaración de Bien de Interés Cultural, categoría de Monumento, 1995-1999. Sig. 7-97-3; Comisión de Monumentos y Patrimonio. Informes. Expedientes de Declaración de Bien de Interés Cultural, categoría de Monumento, 1995-1999. Sig. 7-112-2; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 20; Sección de Arquitectura. Informes. Trabajos presentados al Concurso convocado por el Banco de España para completar la fachada de su edificio central/por Luis Blanco Soler, Manuel Herrero Palacios y Carlos Sobrini, 1979. Sig. Carpeta 1-6; Sección de Arquitectura. Informes sobre realización de obras, 1881-1882. Sig. 4-81-14; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1845-1851. Sig. 5-32-16; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1847-1853. Sig. 1-35-15; Secretario general. Enseñanza. Disciplina en los estudios, 1768-1856. Sig. 1-20-2; Secretario general. Enseñanza. Planes de estudios, 1845. 1846-1850. Sig. 1-19-17; Secretario general. Libro de registro de matriculados en la EEA desde el curso 1845-1846 hasta 3l de 1858-1859. Sig. 3-152; Secretario general. Lista de alumnos, 1845. Sig. 5-67-1; Secretario general. Solicitudes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura, 1845. Sig. 5-67-3.
Otras fuentes: Proyecto de arreglo de la fachada á la calle del Arenal de la Parroquia de San Ginés. Fechado, firmado y rubricado en Madrid por el arquitecto José María Aguilar, el 13 de agosto de 1870. Sig. 5-30-65 (AVM); Proyecto de edificio para el Banco de España. Arquitectos Eduardo Adaro y Severiano Sainz de la Lastra, 1884. Sig. 8-69-2. 27-489-61. 13-69-2 y 27-489-61 (AVM); Proyecto de la casa sita en la calle de D. Ramón de la Cruz. Fechado, firmado y rubricado en Madrid, el 17 de julio de 1878, por José María Aguilar. Sig. 5-233-6; 6-386.50 y 44-119-1 (AVM).
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM
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