Hijo de Juan de Cachavera e Isabel Langara, nació en Santander en junio de 1805 siendo bautizado en su santa iglesia catedral. Murió en Madrid el 25 de junio de 1875.
Durante la abolida Constitución permaneció en la villa de Bilbao junto a su madre estudiando el noble arte de la arquitectura en el Colegio de Santiago de Vizcaya, donde permaneció por espacio de seis años hasta que decidió trasladarse a Madrid para adquirir los conocimientos de la práctica y la ejecución de las obras. Aprendió estos estudios bajo la dirección del académico de mérito Pedro Alcántara de Zengotita Vengoa, asistiendo a las obras a su cargo y realizando distintas comisiones que le fueron encargadas, entre ellas varias medidas y operaciones prácticas, la medición de las casas y su valoración.
El 14 de mayo de 1831 solicitó de la Academia de San Fernando su admisión a los ejercicios para la clase de maestro arquitecto, presentando como prueba de pensado el proyecto de un Edificio destinado a colegio militar (del A-3136 al A-3139) con su informe facultativo y el avance del coste de la obra, la fe de bautismo, la certificación de práctica librada por el arquitecto Pedro de Alcántara y la justificación de su conducta moral y política.
La Comisión de Arquitectura celebrada el 7 de junio de 1831 examinó la obra y los documentos aportados, acordando el pase del pretendiente al resto de los ejercicios de reglamento. Fue admitido en la Junta Ordinaria del 12 del mismo mes, fecha en la que le sortearon los programas de repente. Le tocaron en suerte los números 23, 63 y 82, los cuales respondieron respectivamente: «Ynventar un tabernáculo adornado con columnas y pilastras de orn corintio, con sagrario y mesa de altar para colocarle asilado en un Presbiterio, diseñando la planta, fachada y corte de un tamaño proporcionado», «Una casa de campo y de labranza con las oficinas y comodidades correspondientes al propietario y á tres pares de labor, graneros, pajares y corral. Planta, fachada y corte» y «Edificio para Baños publicos de aguas minerales que producen sus efectos a distancia de setenta pies desde su nacimiento, y pierden su actividad á la de ciento y siete. Planta, fachada y corte». De los tres asuntos eligió el nº 82, es decir, una Casa de baños públicos de aguas minerales (A-1994), cuya elección comunicó a la corporación académica el 16 de junio.
La Junta de Examen tuvo lugar el 27 de junio de 1831, asistiendo a ella como vocales Juan Antonio Cuervo, Antonio de Varas, Juan Miguel de Inclán, Custodio Moreno y Martín Fernández de Navarrete. Cotejada la obra de pensado con la de repente que el interesado explicó una vez entrado en la sala, se procedió a la realización del examen teórico. Cachavera principió este nuevo ejercicio contestando a las preguntas que le hicieron los profesores acerca de las secciones cónicas o las curvas que resultan de las distintas secciones del cono; los principios de la Trigonometría y la medida de los triángulos; el levantamiento de los planos de un terreno de gran extensión, la gravedad de los cuerpos y el uso de la plomada para conocer la línea vertical y el aplomo como la firmeza de los edificios. Después sobre las máquinas, especialmente la palanca, la cabria o las garruchas y sus usos en la arquitectura. Enseguida trató los apeos y el modo de ejecutarlos para sostener con seguridad y recalzar un edificio, y por último los requisitos de una buena construcción y las partes esenciales de la arquitectura.
Satisfechos los examinadores con el mérito de las obras ejecutadas y las contestaciones dadas a las preguntas formuladas le hallaron hábil para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido en la Junta Ordinaria del 17 de julio de 1831, a los 25 años de edad.
Tras su aprobación en la clase de maestro arquitecto pasó a Roma, París y Londres a sus expensas con objeto de perfeccionar sus conocimientos de arquitectura y a su regreso ejerció la profesión en Madrid ejecutando a su vez varias comisiones de consideración en Sevilla y Almería conferidas por el conde de Tepa.
A principios de 1841 remitió un proyecto de capilla pública o iglesia parroquial para Chamberí de Arriba (Madrid) que debía ubicarse en el lugar determinado por el Ayuntamiento. Fue aprobado por la Comisión de Arquitectura la mañana del martes 20 de abril de 1841, sin embargo, la obra pasaría nuevas censuras de la Academia en años posteriores.
En este mismo año solicitó su admisión a los ejericicos para el grado de académico de mérito. Fue admitido y le fueron sorteados los programas a desarrollar en la Junta Ordinaria del 5 de diciembre. Como prueba demostrativa le tocó en suerte el estudio y los detalles del capitel compuesto, cuyos planos fueron vistos en la Junta Ordinaria del 10 de abril de 1842; No obstante, le quedaba aún por trabajar la disertación académica, que versaría sobre «[...] el carácter y circunstancias con que debe disponerse el palacio de un soberano, describiendo su situación, formas y ornamento, señalando al mismo tiempo lo que puede ser vicio en las Artes, sino se atiende a los buenos principios de Arquitectura». Obtuvo finalmente el grado de académico de mérito por la arquitectura en la Junta Ordinaria del 17 de julio de 1842.
Fue elevado el número de maestros de obras y arquitectos que se introdujeron en la construcción de corralas en Madrid durante la década de los años treinta y cuarenta. Dentro de ellos podemos destacar a José Llorente al erigir la corrala de la calle Ave María, nº 26 (1833); Juan Miguel de Inclán la de la calle del Reloj, nº 16 (1834); Ávila y Medina la de Ribera de Curtidores, nº 8 (1834); Joaquín de San Martín la de la calle Cabestreros, nº 12 (1835); Pedro Blas de Uranga la de Ruda, nº 8 (1837); Pardo y Trenado la de Ave María, nº 35 (1839) y Antonio Juan Cachavera y Langara la de Ribera de Curtidores, nº 10 (1847).
En 1851, Cachavera remitió de nuevo los diseños de la iglesia parroquial para Chamberí de Arriba (Madrid) que serían censurados previo nombramiento de la Comisión por Antonio de Zabaleta, Juan Bautista Peyronnet y Matías Laviña. Una vez verificados los desperfectos, desplomos y quiebras del templo, elaboraron un primer informe el 26 de septiembre de 1851 y un segundo el 22 de octubre bajo varios puntos: 1) Sobre los planos remitidos en esta ocasión. 2) Sobre el estado en que se encontraba por entonces la obra y 3) Sobre los medios que debían adoptarse para remediar los defectos que se denotaban en ella para evitar su ruina.
Respecto al primer punto, los tres arquitectos distinguieron claramente los planos de las obras que se habían construido anteriormente y que fueron aprobados previamente por la Academia como los que manifestaban la reforma proyectada después de ejecutarse los primeros. En cuanto al segundo punto, observaron que los cimientos estaban bien construidos con materiales heterogéneos y no habían sufrido alteraciones notables; que los muros de la nave principal aunque ejecutados con materiales de distintas dimensiones y calidades tampoco habían sufrido daños denunciables hasta que no se apoyó en ellos la bóveda, momento a partir del cual padecieron esfuerzos en diversos sentidos que provocaron su desplome y el cambio de la curvatura de la bóveda con el consiguiente rebaje de su espinazo.
Por otro lado, eran perceptivas en la fachada principal algunas quiebras, no desplomes, producidas por la sustitución de un muro o pared al pórtico antes proyectado; también las grietas de las paredes que unían la nave principal con las laterales, el desplome de las paredes exteriores de las naves laterales y la ruina de la doble escalera helicoidal que daba subida a la torre de la izquierda. Casi todos estos desperfectos se debían a que la obra se había llevado a cabo en diferentes épocas, a que había estado abandonada por espacio de varios años y a que se habían empleado en ella «materiales adquiridos por via de limosna, cuya calidad no era la mejor, ofreciendo ademas el inconveniente de que se no siendo exactamente de las mismas dimensiones que los que se adquirian por compra, no pudieron procurarse las mejores trabazones, sobre todo cuando la mano de obra fue ejecutada por obreros no muy expertos, que de otro modo hubieran podido remediar parte de estos defectos».
En lo que respecta el tercer punto, es decir, los medios que debían emplearse para asegurar el edificio y salvarlo de la ruina, los arquitectos aconsejaron la construcción de unos muros de cuatro pies de grueso desde los machones de la nave central hasta los muros exteriores, embebiendo en ellos tirantes y bolsones de hierro a fin de formar un cuerpo compacto contra el cual se destruyesen los esfuerzos parciales de sus partes constituyentes. También la demolición de los tabiques provisionales que cerraban los arcos; la elevación de los muros de la nave central a fin de cubrirla con una armadura mixta de madera y hierro que atirantase entre sí estos muros; la demolición de la bóveda de cañón existente y su sustitución por otra encamonada, la desaparición de la escalera helicoidal de la torre por una de madera y la demolición de las paredes que unían los muros exteriores con los de la nave principal, a fin de construirlo de nuevo dándole el correspondiente grueso. El informe concluía señalando la importancia de llevar a cabo las obras lo antes posible y no después de que llegasen las lluvias de otoño, pues de otra manera quizás no sería posible salvar la iglesia de su inevitable ruina.
Para llegar a estas conclusiones los arquitectos habían realizado un examen de las obras circunscritas y los materiales empleados en ellas, para lo que tuvieron que hacer el rompimiento de 6 puntos de excavación: cuatro en el interior de la nave del templo y 2 al exterior, alrededor de la capilla mayor o presbiterio, que reconocieron la mañana del 5 de marzo de 1852. Los encontraron con una solidez regular debido a la utilización de materiales de diferente consistencia, pero no creyeron que fuese este el origen de los desperfectos y la progresiva ruina de las fábricas superiores. A su entender, muchas habían sido las causas del deterioro del edificio: la forma adaptada en la cubrición de la nave principal del templo; la bóveda de tabicado doble sujeta á la curvatura circular ó de medio punto apoyada en muros resistentes, cuya construcción había sido poco esmerada y sus asientos homogéneos; la utilización de los materiales por medio de limosnas, cuya calidad no era la mejor y mas adecuada; los malos trabazones y la poca profesionalidad de los obreros que la había levantado, y por último y más principal, el abandono en que habían estado las obras por espacio de meses y aún de años, durante los cuales las lluvias habían disuelto y arrastrado en su descenso el mortero que unía los ladrillos, como los mismos ladrillos. Este informe pasó la censura de la Sección de Arquitectura el 19 y 22 de junio, momento en que fue aprobado en su totalidad, aunque la aprobación definitiva no sería otorgada por la Academia hasta el 11 de julio de 1852.
Sabemos que, a mediados de 1853, Cachavera se ofreció a concluir y dejar en estado de completa solidez el templo de Chamberí (Madrid), llevando a cabo los reparos y demás obras que le fueron indicadas por la Academia sin invertir más que 180.000 reales, cantidad que por entonces existía en depósito. Se creyó justo y equitativo concederle la reparación definitiva de la iglesia dándosele una cantidad alzada de 9.000 duros depositados en el Banco Español de San Fernando, bajo ciertas condiciones y seguridades, entre ellas que detallase una por una las obras que debían ejecutarse formando el presupuesto con especificación de partidas y señalamiento de valores, así como los medios que iba a adoptar para que no se perdiese aquella suma.
En estos momentos no sólo se creyó necesaria la demolición de las dos torrecillas de la fachada principal sino la demolición de toda ella hasta los cimientos de la misma. También la cubrición de la nave con una armadura atirantada en sustitución de la bóveda, formando la vuelta con encamonados y con la forma que se creyese más oportuna, como suprimir por innecesario el vuelo de la cornisa interior a fin de regularizar la forma de la bóveda que fuese preciso determinar. Por último, las naves laterales debían constituirse en capillas demoliendo los arcos labrados en la parte izquierda y rebajando sus fábricas en una y otra parte.
La Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 16 de agosto de 1853 acordó comunicar a la Academia que aceptaba la proposición de Cachavera, pero que era imposible que el arquitecto formase el presupuesto detallado con la especificación por partidas como se le había pedido porque debiendo proceder a la demolición de parte de la obra existente era imposible prever el número de pies o varas cúbicas de las diferentes fábricas que sería necesario reponer y también porque este presupuesto detallado era innecesario cuando el propio arquitecto se comprometía a terminar las obras con el mismo presupuesto, cuando seguramente le iba a costar mucho más. Respecto a las medidas que iba a adoptar para no perder la suma existente, creía muy razonables las condiciones a las que voluntariamente se sometía el arquitecto por lo que tampoco existía problema alguno en cuanto a este punto. No obstante, manifestó la conveniencia de que una comisión facultativa y de la confianza de la Academia inspeccionase semanalmente las obras y certificase que se estaban llevando a cabo según lo prescrito y los buenos principios del arte.
La Academia propuso para esta comisión a los mismos arquitectos que años antes habían realizado el informe de la obra, es decir, los académicos Antonio Herrera de la Calle y Antonio Zabaleta, pero ambos comunicaron su imposibilidad de realizarla porque uno tenía dos obras principales fuera de la Corte y el otro debía salir de Madrid para atender su salud. Ambos arquitectos creían que esta comisión era ajena a la índole de la Academia y no debía ser encomendada a sus individuos, pues este tipo de trabajos no estaban remunerados y por consiguiente eran muy gravosos para los profesionales, ya que las inspecciones exigían mucho tiempo, máxime en una obra de estas características tan alejada de sus domicilios. También que requerían una gravísima responsabilidad y que una comisión no podía aceptar a quien la mala fe de los operarios y materialistas podría sorprender si las obras tan sólo eran inspeccionadas una vez por semana.
La Sección de Arquitectura celebrada el 18 de octubre de 1853 oyó las razones de Herrera y Zabaleta sobre este asunto y ante todo lo expuesto SM. acordó en marzo de 1854 que los académicos que fuesen nombrados para inspeccionar las futuras obras de la iglesia de Chamberí fuesen remunerados económicamente. Después de oír este dictamen, la Sección de Arquitectura reunida la noche del 28 de marzo de 1854 verificó el nombramiento de Herrera y Zabaleta, académicos a quienes se les notificó y quienes contestaron en abril que cuando habían expresado sus opiniones nunca lo habían hecho con ánimo de exigir una retribución porque siempre habían estado dispuestos a ejecutar cualquier trabajo que les encomendase la Corporación sin coste alguno.
Las obras de la iglesia parroquial siguieron su curso a lo largo de 1854, pues el 21 de junio Juan José de Urquijo fue nombrado arquitecto- inspector por el Ministerio de Gracia y Justicia para inspeccionar semanalmente las obras del templo. El 26 de julio de 1855 llevó a cabo un detenido reconocimiento de la obra, cuyo informe remitió el 1 de agosto señalando que la fachada continuaba aumentando el movimiento que ya había indicado en su primer informe; que el revestimiento de la bóveda se había destruido y se había pasado al arco toral y parte del cascaron del presbiterio, el cual creía no poder conservar; que la razón principal que le obligaba a dimitir del cargo con el que le había honrado S.M. era que las fábricas del templo carecían de las precisas condiciones de estabilidad por las razones expuestas en el anterior informe y eran insuficientes los medios propuestos para conseguir el fin deseado. Dicho escrito fue remitido a través del Ministerio de Gracia y Justicia a la Academia, centro que a través de su Sección de Arquitectura celebrada el 14 de agosto de 1855 emitió el consiguiente informe, criticando severamente a Juan José de Urquijo: «La Sección no cree prudente calificar el escrito de D. Juan Jose de Urquijo por que debería hacerlo muy severamente al ver la ligereza y resuelto tono con que há hablado del juicio de una Academia que debia tener para él tanto titulo de respeto y consideracion, al mismo tiempo que manifiesta desconocer completamente el asunto en que pretende dar lecciones á esta corporacion en vano la Seccion há buscado en su informe una razon-cientifica del aventurado acierto que hizo: (solo por el placer de criticarla sin duda á pesar de habersele mandado por el Gobierno de S.M. que detalle ó demuestre las razones por las que cree insuficientes é impracticables las obras que propuso la Academia, ni las ha detallado ni menos ha podido demostrarlas, reduciendose y limitandose á repetir y perifrasear la idea de que no son bastantes, y esto á vuelta de no pocas vulgaridades impropias de un hombre cientifico, confundiendo lastimosamente los principios del equilibrio con los del movimiento, las causas con los efectos, las observaciones con los estudios que, ó no há hecho, ó si los há hecho no deben ser los mejor ordenados á juzgar por las consecuencias que deduce. De todo esto se sigue que la negativa del Arquitecto Urquijo á encargarse de la inspeccion de las obras, solo ha servido 1º para entorpecer el negocio, dilatando la resolucion, 2º para demostrar su insuficiencia cientifica y 3º para poner de manifiesto su falta de respeto hacia la primera corporacion artistica de España á cuyo decoro no há tenido reparo en atentar con sobrada ligereza y sin el menor fundamento […]».
Ante esta situación, la Sección de Arquitectura acordó en sus Juntas celebradas el 14 y 22 de agosto de 1855 que fuese aceptada la renuncia al cargo por parte de este arquitecto y que se tomase en acta la gran ofensa que había inferido a la Academia para que en futuras ocasiones se pudiera hacer uso de ello como mejor conviniese.
A lo largo de 1856 las obras del templo continuaron su marcha, siendo nombrados los arquitectos Juan Pedro Ayegui y Matías y Laviña Blasco para realizar el reconocimiento de las mismas. El 13 de agosto remitieron su correspondiente informe a la Academia manifestando el haberse construido recientemente obras con solidez, esmero y buenos materiales, lo que había tenido como resultado la estabilidad deseada del edificio.
Entre 1857 y 1858 llevó a cabo la ampliación de la Posada del Peine en Madrid afectando a los números 15, 17 y 19 de la calle Postas. Constituía uno de los edificios más antiguos de la capital, ya que algunas fuentes centran su inauguración en 1553 y no en 1610 como habitualmente se cree. Situada a pocos metros de la Plaza Mayor, entre las calles Postas, nº 17, Marqués Viudo de Pontejos, nº 17 y San Cristóbal, s/n, donde se hallaba la principal parada de diligencias, había sido reformada por Juan de Villanueva en 1796 con un nuevo piso y ampliada en 1800 con una casa contigua.
La tira de cuerdas de la casa nº 17 con vuelta a la calle Vicario Viejo nº 8, perteneciente a la manzana 200 y propiedad de Gerónimo Valle, fue dispuesta por el arquitecto regidor del Ayuntamiento de Madrid, Juan Bautista Peyronnet, el 6 de noviembre de 1857. Tenía como objeto la construcción de un edificio de nueva planta con dos fachadas, un piso bajo, entresuelo, principal, segundo y tercero por la calle Postas y los mismos pisos, excepto el entresuelo, por la de Vicario Viejo, teniendo en cuenta que estaban prohibidas las buhardillas vivideras, lo que significaba que la terminación de la obra debía ejecutarse con los desvanes correspondientes a fin de servir únicamente para buhardillas traseras.
La calle Postas era una vía de 2º orden, por tanto, la altura del nuevo edificio no podía superar los 18 m, mientras que la calle Vicario Viejo era de 3ª clase. Ante esta diferenciación de categorías, la fachada de esta última vía mantuvo la misma altura que la de la calle Postas porque cuando las casas tenían fachadas por su frente y testero se podía dar la altura de la calle con mayor orden, siempre que la distancia media entre ambas no excediese los 15 m.
El 20 de noviembre de 1857, Juan José Sánchez Pescador admitió lo propuesto y el 10 de diciembre de 1857 el Ayuntamiento aprobó los diseños de las dos fachadas presentadas y las alturas señaladas; no obstante, dado que todo lo concerniente a las fachadas era competencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la corporación académica no dio el visto bueno al proyecto hasta el 5 de marzo de 1858.
A continuación, se solicitó la licencia de obras para construir de nueva planta la casa de la calle de Postas, nº19, cuya tira de cuerdas junto con la nº 15 de la misma calle se llevó a cabo el 15 de febrero de 1858, habiendo ejecutado los diseños de ambas fachadas Antonio de Cachavera y Langara el 28 de febrero de este mismo año. La nueva obra se ideó con cimientos de pedernal; zócalo de cantería de 3 pies de altura resultando dos hiladas descubiertas en el punto más alto; fábrica de ladrillo con mezcla de cal y arena para el cuerpo bajo hasta la imposta del piso principal, así como para el resto de la altura del edificio, los arcos de las puertas y ventanas, sin entramado alguno ni umbrales de madera. Por último, la fachada iría revocada, pintándose las puertas de la calle con un color claro.
Posteriormente se solicitó al Ayuntamiento la licencia para construir de nueva planta la obra de la calle Postas, nº 15 con vuelta a la de San Cristóbal, nº 8 y Vicario Viejo, nº 6, perteneciente a la manzana 345. Después de solventados algunos problemas con un vecino de los terrenos colindantes que se había quejado a la Real Academia de San Fernando por la tasación de los terrenos realizada en función del orden de las calles y las fábricas existentes, se vieron las características de la nueva obra: los sótanos y los cimientos de mampostería de pedernal con machos y verdugadas de ladrillo; las paredes de las fachadas, traviesas y parte de las medianerías con zócalos de sillería de piedra berroqueña; las pilastras y los zócalos de mampostería; el resto de la fábrica de ladrillo entramada al trasdós, siendo las medianerías traviesas y los tabiques divisorios también entramados, tabicados con ladrillo y cascote de yeso; los suelos a cielorraso y las bovedillas soladas con baldosa, excepto en la tienda que debía entarimarse. En cuanto a las armaduras del tejado, tabladas y tejadas; las puertas, las ventanas y los bastidores vidriadas de diferente clase; el pintado de toda la casa al óleo, barniz y temple, siendo de hierro los balcones las rejas y las lumbreras.
Además de enviar las características constructivas de la obra, el arquitecto Antonio de Cachavera y Langara remitió al Ayuntamiento el diseño de la fachada de la calle Postas, San Cristóbal y Vicario Viejó que había realizado el 28 de marzo de 1858.
Pero la Pensión del Peine sufrirá una modificación estructural en 1863 y una nueva reforma entre 1891 y 1892. En este momento se pretendió la edificación de una casa en el solar de la calle Postas, nº 25 y nº 27 esquina a la de Vicario Viejo, propiedad de los hermanos Espino, cuyo plano de situación sería diseñado por José López Sallaberry el 6 de abril de 1891. La edificación debía constar de sótano en toda la superficie; piso bajo destinado a tiendas o almacenes; piso primero, segundo y tercero con destino a habitaciones; terrado en las crujías de fachada por ambas calles y en las segundas crujías una galería de hierro y cristal, disponiéndose las crujías de tal forma que dejasen un patio central para la luz y la ventilación.
La nueva obra se ideó con muros del sótano de ladrillo, tanto en traviesas como en medianerías; las fachadas con sillares apilastrados en el piso bajo y principal y sobre este, impostas moldeadas de fábrica de ladrillo, mismo material para los machos, las pilastras y los medallones entre los frisos y la faja en que debía apoyarse el alero de hierro sobre ménsulas. Asimismo, se diseñaron azulejos de dibujos para los centros de las pilastras de ángulo, los medallones y la faja en que debía apoyarse el alero, destinándose el hierro moldeado y en relieve para el recuadro de los huecos de los balcones.
Tanto las traviesas como los pisos bajo y principal se apoyarían sobre columnas de fundición, siendo el resto de su altura entramada con los espesores necesarios a las cargas que debían sustentar y tabicadas en todo su grueso para ser guarnecidas y blanqueadas. A su vez, los pisos se ejecutarían con entramados de hierro forjados con botes para aligerarlos, guarnecidos por la parte de cielorraso y entarimados por la parte de pisos.
Los entramados oblicuos se realizarían en general de hierro, entablados y recubiertos de zinc; la escalera de ojo a la francesa con barandilla de hierro y pasamanos de caoba; el balconaje volado y corrido en los huecos y los machos del piso principal mientras que en los demás solo en los huecos sobre palomillas de hierro decoradas; el antepecho de la azotea también de hierro con pilares de fundición sobre los machos. Por último, todos los exteriores se pintarían al óleo y los interiores al barniz.
Al poco tiempo, llegaría al Ayuntamiento la solicitud para instalar un templete con reloj en la fachada de la casa de la calle del Vicario Viejo, nº 9, hoy calle Marqués Viudo de Pontejos. Se escogió dicha ubicación porque era el chaflán que formaba la unión de la antigua construcción con la nueva y se podía ejecutar un tránsito entre sus diferentes alturas, apoyando el frente del templete sobre la fachada y los costados sobre los pares de la armadura de cubierta, aunque siendo necesario el peralte para la instalación de la maquinaria del reloj.
La armadura del templete se proyectó en hierro y madera, recubriendo su frente con zinc moldeado y ornamentado, colocándose en la parte baja la inscripción «Posada del Peine» al corresponder el chaflán con la puerta de entrada principal del edificio. Por otro lado, el frente del templete se pintaría de color claro imitando piedra caliza para estar en armonía con el revoco de la fachada en donde debía instalarse.
Aparte de la memoria de las obras, se remitió al Ayuntamiento el dibujo del templete en planta, alzado y secciones, fechado en Madrid el 20 de abril de 1892 por el arquitecto Domingo Pérez Pomareda, proyecto cuya licencia de obras sería aprobada por la Comisión 4ª del Ayuntamiento el 7 de mayo de 1892. En esta última remodelación se amplió el edificio, se redecoraron las fachadas con pinturas y azulejos de la firma Peris, se introdujo el templete para el reloj en la entrada principal, además de las rejerías y otros elementos decorativos.
Tras esta breve reseña de las obras acometidas en la Posada del Peine y retomando de nuevo las actividades que mantuvieron ocupado a Cachavera y Langara, no detendremos a continuación en una de las empresas más importantes que se estaban desarrollando desde mediados del siglo XIX. Nos referimos a las obras de restauración y reposición de la catedral de León.
Por la real orden de 6 de julio de 1858, relativa a la designación de dos arquitectos de mérito que reconociesen la catedral y que manifestasen las obras necesarias para su restauración, la Sección de Arquitectura celebrada el 12 de junio de 1858 y formada por Aníbal Álvarez (presidente), Antonio Conde, Atilano Sanz, Matías Laviña, Eugenio Cámara y José Jesús Lallave (secretario), acordó elegir unánimemente al académico Narciso Pascual y Colomer con el arquitecto que él designase para cumplir este cometido.
Tanto el cabildo de la catedral como los diputados de la provincia creían conveniente que uno de los arquitectos fuese el monje Echano, porque además de reunir el título de arquitecto había intervenido en algunas obras del edificio; sin embargo, Pascual y Colomer elegiría para que le auxiliase en estos trabajos al arquitecto José Díaz Bustamante. El 25 de octubre de 1858 el propio Pascual y Colomer remitió a la Academia el resultado de su reconocimiento en cumplimiento del encargo que le había sido ordenado, comunicando el hecho de que lo había tenido que hacer en solitario en vista de que Bustamante se encontraba ocupado en las obras del ferrocarril de Zaragoza y no podía llevar a cabo esta comisión.
El reconocimiento tenía por objeto conocer la solidez de sus fábricas y las causas de inseguridad que presentaban algunas de ellas para así poder estudiar y proponer la clase e importancia de la reparación y devolver al edificio la seguridad que le era necesaria como el uso al que estaba destinado. Comenzando por el estudio de los cimientos, que halló sólidos, observó un notable desplomo en el tímpano de cantería que cerraba la nave central del templo y que constituía el frontis de la fachada principal. Este mismo desplome se encontraba en el cuerpo saliente de la fachada sur que constituía la entrada al testero del ala derecha del crucero, cuyo movimiento y consecuencias habían sido la causa de dicho reconocimiento. Atisbó inminente ruina y pérdida de la curvatura cóncava de la arista que descansaba sobre los dos machones de la derecha, de los cuatro que conforman el crucero, de entre ellos particularmente el mas inmediato al coro y sobre el órgano. Del mismo modo, observó lo extremadamente ligeros que eran los espesores de las fábricas y la mala calidad de la piedra con que estaba construidos los machones y el muro del crucero. Por todo ello, Pascual y Colomer señaló que el deterioro era fácil de resolver si se devolvía a la fábrica su primitivo estado sin ser necesario derribar nada de lo existente ni hacer grandes apeos, aunque era necesario tomar las precauciones necesarias, estudiar detenidamente el modo de ejecutar las obras de sostenimiento y realizarlas despacio y parcialmente para no aumentar el movimiento que sufrían.
A su entender, la restauración debía llevarse a cabo en dos partes bien diferenciadas: la primera, la mas pequeña pero urgente, consistente en el apeo de las dos bóvedas de la nave principal contiguas al crucero y a los dos arcos torales que habían sufrido movimientos, y la segunda, de mayor importancia y mas costosa, consistente en el levantamiento de los planos del crucero derecho dando diferentes secciones en proyecciones horizontales y verticales, para encontrar los asientos de los nuevos apoyos y consolidar la obra. El arquitecto insistía en que para la mayor rapidez de las obras era necesario adquirir cuanto antes las maderas para realizar el apeo de las bóvedas indicadas y los andamios que eran indispensables, como autorizar el pequeño gasto para el levantamiento de los planos y el estudio preparatorio de la restauración.
Por la Real Orden de 3 de mayo de 1859, el arquitecto Matías Laviña reconoció y dirigió finalmente las obras de restauración de la catedral de León, remitiendo la memoria del proyecto el 22 de diciembre de 1860. En dicha memoria recogió las causas del estado ruinoso del templo, las medidas adoptadas para contener los progresos de ruina, los medios de restauración (sistemas de restauración y conservación) así como el presupuesto razonado de la cúpula y la restauración total de la iglesia. El proyecto fue examinado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de mayo de 1861, no sin antes advertir al autor «que hubiera deseado ver en la memoria del Sr. Laviña algun cálculo de los que sin duda habrá hecho pª comprobar y ayudar las deducciones del raciocinio y de la experiencia; pues ciertamente pocas cuestiones pueden presentarse en la práctica de la Arquitª que mas materia ofrezcan á las investigaciones cientificas; pero no se crea que por esto hace un cargo formal á este apreciable Profesor en quien reconoce la laboriosidad, inteligencia y experiencia suficientes para añadir á los estudios profundos de observacion y criterio que ya tiene hechos sobre este templo todos los cientificos y de cálculo que son necesarios para la completa y feliz resolucion del árduao problema que se le ha encomendado».
Las obras de la catedral siguieron su curso en los años siguientes. El 28 de noviembre de 1862 Laviña remitió a la Academia la marcha de sus trabajos y comunicó el haber desmontado todo el brazo Sur; el 15 de febrero de 1863 propuso algunos medios para la restauración y adquisición de vidrieras esmaltadas; el 18 de octubre de 1863 comunicó las vicisitudes de las obras y el estado en que se encontraba el templo, pero a finales de este año de 1863 se dio una voz de alarma sobre el inminente peligro de ruina en que se encontraba la iglesia a consecuencia del errado sistema de restauración que se había seguido. La noticia salió publicada en el Boletín del Arte en España el 19 de noviembre de 1863 por G. Cruzada Villamil, encomendándose la dirección de la restauración al arquitecto francés Violet-le-Duc, único artista que por entonces en Europa podía dirigirla con inteligencia y acierto. Enterada del hecho, la Academia creyó necesario el nombramiento de una comisión que examinase todos los antecedentes del asunto y contestase al Gobierno sobre esta obra, a fin de aclarar la acusación tan injustificada para el que había dirigido la obra y se acabase con las vergonzosas injurias a las que se había enfrentado un profesor de tan buena reputación.
Esta comisión quedó conformada en la Junta General del 15 de febrero de 1864 por los académicos de número Aníbal Álvarez, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Enríquez Ferrer, quienes se trasladaron a León a verificar e inspeccionar el edificio, emitiendo el correspondiente informe el 20 de marzo de 1865. No obstante, Laviña continuó enviando diseños a la Academia para su censura como los dos planos ejecutados en mayo de 1864 conservados en el Archivo de la Academia (sig. 2-42-1) y el ejecutado el 16 de enero de 1865 correspondiente a la planta y perfil de la 3ª portada con la altura de la portada primitiva y la parte existente.
Muerto Laviña en 1868, S.M. solicitó continuar esta obra de suma importancia bajo la dirección del arquitecto Andrés Hernández Callejo, pero al poco tiempo de hacerse cargo de la obra tuvo desavenencias con el prelado diocesano, su cabildo y la Junta de Diócesis al denunciar el estado ruinoso de parte de la antigua fábrica de la catedral. La alarma levantada por el arquitecto tuvo como consecuencia inmediata el nombramiento de otra comisión que inspeccionase y reconociese el estado de la restauración y las obras practicadas. La Academia nombró para este cometido en su Junta Extraordinaria del 26 de julio de 1866 a los miembros de su Sección de Arquitectura, es decir, a José Amador de los Ríos, Antonio Cachavera y Langara y Juan Bautista Peyronnet. Estos profesores remitieron los trabajos el 28 de septiembre de 1868 y una vez que hubieron interrogado por separado a todos los interesados se percataron de que contra Andrés Hernández Callejo se elevaban varios cargos: desde los puramente administrativos y económicos hasta el haber pretendido alterar el plano adoptado por Laviña; el haber intentado demoler ciertos departamentos, miembros arquitectónicos y bóvedas con el pretexto de su estado ruinoso; el haber pretendido deshacer parte de la obra ya verificada por su antecesor y el no haber asentado ni una sola piedra en la obra desde su nombramiento como director de la misma.
La Comisión experta fue de la opinión que el arquitecto se había extralimitado en muchas de sus atribuciones por lo que estaban fundados todos los cargos que se le achacaban y desaprobaba su conducta, inacción por espacio de 6 meses y la alarma que había provocado al cabildo y a la población entera de la ciudad. Por otro lado, desaprobaba la conducta de Hernádez y Callejo respecto al ejercicio de su cargo, hecho por el que creía conveniente que no siguiese al frente de las obras.
La incomunicación y los problemas acaecidos entre el arquitecto y el resto de los interesados en las obras de la catedral obligaron a Hernández Callejo a cesar como director de las mismas el 5 de enero de 1869. La actuación del arquitecto extrañaba considerablemente por cuanto que su amor al arte se había constatado a la hora de llevar a cabo la restauración de la iglesia de San Vicente de Ávila, pero era cierto que en las de la catedral leonesa había demostrado una total incertidumbre respecto a la verdadera idea de la construcción, repetidas contradicciones que le llevaron a pretender destruir varias fábricas antiguas y miembros arquitectónicos y no añadir un solo sillar a la obra.
A fin de nombrar a un sustituto, la Sección de Arquitectura acordó la noche del 15 del mismo mes la formación de una terna con los arquitectos mas aptos para desempeñar el cargo, proponiendo a Juan Madrazo y Kuntz, Francisco Enríquez Ferrer y Demetrio de los Ríos. El primero de ellos, Juan de Madrazo, fue nombrado director facultativo de las obras, de ahí que el 24 de marzo de 1874 remitiese a la Academia el proyecto de encimbrado para las bóvedas altas del templo. El mismo arquitecto llamó la atención a finales de 1875 sobre la necesidad de ejecutar a la mayor brevedad la restauración del edificio y asegurar su estabilidad, empezando por terminar las construcciones comenzadas en el crucero central con todo el brazo Sur, la fachada, contrarrestos y respaldos correspondientes, como las cuatro bóvedas contiguas a dicho crucero: dos sobre el coro y otras dos sobre el presbiterio. A continuación o simultáneamente era necesario reconstruir el hastial de Poniente de la nave mayor o lo que es decir, la parte central de la fachada principal comprendida entre las dos torres; asimismo, construir de nuevo las armaduras de cubierta con todos los emplomados en cresterías, el chapitel central, los pináculos, los remates y los planos de cubierta en sustitución de los defectuosos tejados que entonces cubrían toda la extensión de la catedral; restaurar el cuerpo de campanas de la torre Norte de la fachada principal y rehacer la mayor parte de los arbotantes, la totalidad de la línea de cornisa de coronación y las partes en donde la cantería se presentaba descompuesta.
Un escrito fechado el 8 de abril de 1876 señala el haber sido designados los académicos Espalter, Amador de los Ríos y Barberi para formar parte de la comisión que debía presentar a los ministros de Gracia y Justicia y de Fomento las exposiciones que la Academia les dirigiese, solicitando fondos para restaurar la iglesia catedral. El proyecto suscrito por el arquitecto Madrazo para la reconstrucción del hastial Sur en la zona ocupada por el triforio fue censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de junio de 1876. Estaba constituido por una memoria descriptiva, nueve grandes planos, un presupuesto y los pliegos de condiciones económico-facultativas, trabajos que fueron muy alabados por su acertado estudio.
Tres años mas tarde y con motivo del fallecimiento de Deogracias López Villabrille, por entonces individuo de la Junta de Obras de reparación de la catedral, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de León solicitó de la Academia de San Fernando el nombramiento de un individuo que cubriese su plaza, cargo que recaería en el vocal Juan López Castrillón en julio de 1879. Al año siguiente fallecería Juan de Madrazo dejando vacante su cargo en la dirección de las obras, cargo que debía ser cubierto a la mayor brevedad. Tras su muerte, la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en 1849 y reorganizada en 1878, elevó un escrito el 20 de marzo de 1880 proponiendo como homenaje a la memoria del arquitecto la realización de una exposición en la que se exaltase sus estudios, concretamente los referentes a la iglesia-catedral como su laboriosidad y buen hacer profesional.
Aparte de la intervención de Cachavera y Langara en las obras de la catedral de León, sabemos que la Academia le hizo partícipe el 22 de marzo de 1867 que «Debiendo proveerse por antigüedad entre los Académicos Supernumerarios residentes en Madrid, la plaza de Académico de Número en la clase de Artista, adicto a la Sección de Arquitectura, vacante por fallecimiento de Valentín Martínez de la Piscina, y siendo Cachavera el más antiguo de los que se encuentran en este caso, la Acadª acordó en sesión celebrada el 18, nombrarle para dicha plaza de Académico de Mérito por la Arquitectura». Tres días más tarde notificó a la Academia el haber recibido con satisfacción su comunicado con dicho nombramiento, por el que daba las gracias e indicaba su aceptación al cargo.
En mayo de este mismo año y con motivo de un oficio del juez de 1ª Instancia del distrito del Congreso (Madrid) en que rogaba a la Academia la designación de dos arquitectos que ejecutasen un reconocimiento judicial, la Academia le nombró para este objeto en colaboración con Francisco Enríquez Ferrer, arquitectos que por entonces vivían respectivamente en Madrid, en las calles Mesón de Pardes, nº 15 y Lavapiés nº 22, cuarto principal.
En octubre de 1767 fue de nuevo comisionado por la Academia, en esta ocasión para llevar a cabo el reconocimiento de las obras de la casa de maternidad y expósitos de la ciudad de Lérida tras su hundimiento, mismo mes en que elaboró un informe razonado sobre la demolición del convento de Santo Domingo situado en la plazuela o cuesta del mismo nombre (Madrid). Respecto a esta última obra, el 30 de diciembre de 1868 las Religiosas Dominicas del convento de Santo Domingo habían remitido un escrito a la Academia acerca de su expulsión del edificio-convento que ocupaban para proceder a su derribo. Con ello solicitaban la intercesión del Gobierno Provincial y el de la Provincia para que fuesen conservadas en su retiro y no fuese destruido un monumento histórico de su importancia, pues se trataba de un templo mudéjar y arabesco de época medieval enlazado íntimamente a la historia de la corte durante seis siglos. Fundado en los primeros años del siglo XIII había sido objeto de predilección del fundador de la orden Santo Domingo de Guzmán y del Santo Rey Fernando III, que le hizo donación de una huerta contigua. La capilla mayor había sido levantada por orden de Alfonso XI, aunque según otras fuentes por Enrique III. Felipe II la dotó de coro, obra de Juan de Herrera, y Felipe III costeó el retablo mayor y la sillería del coro. Por otro lado, conservaba restos de periodos antiguos poco usuales en la corte; el ábside y la fachada que miraba al palacio presentaban lindos ajimeces árabes y otros detalles de estilo mudéjar, y asimismo conservaba dentro de sus muros la estatua arrodillada de Pedro I que formaba parte del sepulcro del Rey, destruido en tiempos de la invasión francesa, como el enterramiento de Constanza de Castilla, superiora del convento y nieta de Pedro I.
Ante la posibilidad de perder tantas bellezas de nuestra historia madrileña, en enero de 1869 la Comisión Central de Monumentos en su deber de acudir a la conservación de todos los edificios artísticos e históricos, se puso manos a la obra a fin de evitar que el edificio desapareciera, acordando elevar su voz al Gobierno provisional.
Otro de los problemas que preocupaban ante el derribo del convento era el derecho de carga que sobre algunos de los muros del edificio tenían las casas contiguas de propiedad particular. El 2 de octubre de 1869, la misma Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado solicitó el parecer de la Academia al tiempo que Antonio Cachavera y Langara, por entonces arquitecto de Hacienda, estaba llevando a cabo el plano, la medición del solar y el informe correspondiente de la obra que tuvo concluidos el 14 de octubre.
La Sección de Arquitectura celebrada el 16 de noviembre examinó detenidamente el expediente y la propuesta de Cachavera para establecer el deslinde del solar que resultaba de la demolición, concediendo a los propietarios una banda de terreno de un pie de anchura para que pudieran sobre ella construir sus cerramientos. Pero del mismo modo, se vio la solicitud realizada por la viuda de Vizmanos para que se le cediese, mediante su justiprecio y abono, el muro entero de unos 40 pies de línea a la que estaba adosada su finca.
Analizados todos los pormenores, la Sección tomó los siguientes determinaciones respecto a este expediente: «1ª Que los muros del perimetro de la Iglesia son en su totalidad de propiedad del Estado, inclusos los contrafuertes que estan incrustados dentro del solar de la casa numº 8 y de la numº 6 duplicado, á los cuales nunca han debido pertenecer./ 2ª Que, si no hay compra ó contrato expreso consignado en las escrituras de propiedad de las casas adosadas al templo, sus propietarios no tienen derecho ninguno á cargar sus suelos ni apoyar sus construcciones sobre los muros de aquel, aunque lo hayan disfrutado muchos años, pues según la Ley VI Título XXIX Partida 3ª, de la Nov. Recopn “Sagrada, santa é religiosa casa non se gana por tiempo”, es decir que no hay derecho de prescripcion-./ 3ª Que aunque en los titulos de propiedad conste haberse tolerado, ó concedido formalmente, tal derecho de carga, hay fundamento para anularle, pues la Ley XXIV, Título XXXII, Partida 3ª, dice textualmente que no se puede construir tiendas ni otro género de edificios arrimado á las paredes de las Iglesias, como no sean destinados á los objetos y servicio de las mismas; [...]./ 4ª Que no hay por lo tanto razón de justicia, ni aun de equidad, para que la Hacienda conceda á los propietarios colindantes cosa alguna de terreno que pertenece á la Iglesia y Convento, ni aun la banda de un pie que el Arquitecto de la Hacienda propone [...], asi como la venta de los muros que alguno de aquellos solicita [...]./5ª Que por consiguiente los propietarios colindantes estan obligados á dejar enteramente desembarazados y libres los muros de la Iglesia y Convento, y construir los cerramientos y apoyos que necesiten para sus fincas dentro del terreno que es realmente de su propiedad./ 6ª Que los dueños de las casas numº 6 duplicado, que debían á la Iglesia la servidumbre de las luces, no hay razon para que por la desaparicion de esta, queden libres de ese gravamen, bonificando sus fincas considerablemente sin sacrificio alguno en beneficio del Estado; y que por lo tanto dichas casas no podrán nunca elevarse á mayor altura que hoy tienen, pues privarían á las que se edifiquen en el solar de la Iglesia de un derecho de vistas y luces que siempre tuvo esta legitimamente./ 7ª Que la casa numº 8 debe tambien redimir de algun modo la servidumbre de paso [...], así como tiene derechoo á conservar el derecho de vistas por encima de la misma que el Arquitecto menciona en su informe [...]./8ª Que siendo tan extenso el solar que resulta del derribo, y tan escasas sus lineas de fachada, es sin duda conveniente la apertura de una calle ó pasage oportunamente situado, que proporcione fachadas, luces y mejor aprovechamiento á las casas que se hayan de edificar en el interior de aquel./ 9ª Y finalmente, que por estas mismas razones y por las condiciones desfaborables á que quedan sujetas las casas numº 6 duplicado, convendría mucho que se adquiriesen por el Estado, y se agregasen al gran solar del Convento [...]».
El 5 de mayo de 1870, Cachavera remitió a la Academia un escrito relatando el desarrollo de las obras acaecidas para la ampliación de la casa de caridad de Reus (Tarragona), en el cual expresó la intervención del arquitecto Cabot en las mismas, al haber evacuado para este objeto los planos, el presupuesto, el pliego de condiciones y la memoria descriptiva de las obras en la década de los años sesenta.
Desde hacía décadas, se estaba construyendo el Teatro Real ubicado sobre el antiguo teatro de los Caños del Peral, próximo al Palacio Real. Muchos Habían sido los arquitectos que durante años habían intervenido en su levantamiento: Antonio López Aguado, autor del proyecto original; Custodio Teodoro Moreno que introdujo modificaciones en la obra sin variar el proyecto de su antecesor en tiempos de Isabel II y por cuya dimisión sería sustituido en la dirección de las obras por Francisco Cabezuelo. Este llevó a cabo la estructura de madera de la cubierta, muy criticada a raíz del incendio acaecido en el salón del teatro destinado a Escuela de Música el 20 de abril de 1867, obligando a la Dirección General de Obras Públicas a remitir a la Academia las obras de restauración que debían realizarse en 1871.
La Sección de Arquitectura reunida el 7 de julio de ese mismo año y conformada por el presidente Peyronnet, el secretario Cubas y los vocales Cachavera y Ruiz de Salces fueron los encargados de examinar el proyecto propuesto por el arquitecto Sánchez Pescador. Observaron que el salón de conciertos tenía 4 m de longitud, 12 m de ancho y 10, 40 m de altura, y que contando con que al autor se le había concedido un presupuesto escaso respecto a la restauración que se precisaba no había podido hacer más que una composición sencilla, adaptando para el techo la forma plana y para los muros una decoración a base de un orden de pilastras completo en la parte inferior con basas áticas y capiteles compuestos de alegorías apropiadas al destino de la estancia, además de jambas y sobrepuertas en los balcones. En cuanto a la parte superior, se elevaba sobre un primer cuerpo un ático con pilastras de orden jónico de cuya cornisa arrancaba un gran esquife o escocia que enlazaba los muros con el techo.
Dado que la Sección observó que el presupuesto con el que contaba el autor era muy reducido, le pareció acertada dicha decoración, no obstante, creyó conveniente la sustitución de la basa toscana de las pilastras del atrio por otras más apropiadas a este orden, como hacer un estudio más profundo del capitel jónico proyectado. Pero al igual que se creyó aceptable la decoración, no así la solidez del techo. En este punto, Sánchez Pescador expuso que «por más ligero que ha querido hacer este techo agregado á la armadura, este no podía sostenerse en unas condiciones de construcción demasiado ligera y económica, (y) se hace preciso adicionarla con piezas que la consoliden y den mayor resistencia».
Se echó de menos el cálculo de resistencia de los cuchillos de la cubierta y el cálculo del peso del teatro, además de otras operaciones que no se apreciaban en los planos o en la memoria y eran imprescindibles. Asimismo, era necesario conocer si era posible el poder andar por encima del techo, colgar de él una araña o ejecutar alguna maniobra sobre el mismo. Por otro lado, aparte del cañizo propuesto para la ejecución del cielo raso, la Sección creyó más oportuno conformarlo con un enlistonado para su mejor conservación y por estar menos expuesto a desconchados y roturas.
En calidad de secretario de la Sección de Arquitectura, Francisco de Cubas resumió el 8 de julio de 1871 la censura de este proyecto en los siguientes puntos: que debían ejecutarse las obras exteriores del salón de conciertos correspondientes a la fachada de Prim, hoy plaza de Isabel II, antes que las interiores; que las obras debían componerse en una sola subasta; que debían reflejarse los cálculos de resistencia de los cuchillos de la armadura colgando el techo de ellos al tiempo que se debía marcar detalladamente su construcción y el colgado de la araña o arañas si al final eran introducidas en el salón; que la decoración podía admitirse, pero completándola más adelante con la pintura decorativa de los muros y el techo. Este dictamen sería aprobado finalmente por la Academia en la Junta Ordinaria celebrada el 10 de julio de 1871.
La Sección de Arquitectura celebrada el 14 de julio de ese mismo año censuró todos estos trabajos y viendo que necesitaban de algunas reformas se los devolvieron al arquitecto para que corrigiese los defectos observados. Aparte de ello, se acordó que antes de ejecutarse las obras interiores debían hacerse las correspondientes a la fachada exterior del teatro de Oriente a la Plaza de Prim, obras que debían comprenderse en una sola subasta. Del mismo modo, debían hacerse los cálculos de resistencia de los cuchillos de armadura colgándose de ellas el techo del indicado salón y marcando más detalladamente la construcción de éste. Por último, quedó admitida la decoración proyectada por Pescador con la condición de que más adelante la completase con la decoración de los muros y los techos ejecutada por artistas nacionales. Este fue el motivo por el que Sánchez Pescador tuvo que remitir de nuevo el proyecto con la memoria descriptiva ampliada y el cálculo de resistencia de los tirantes de la armadura de tejados que debía sostener el techo del salón; el razonamiento de las péndolas de hierro, la modificación de la construcción del techo y la nueva redacción de los pliegos de condiciones facultativas y económicas a fin de que las obras saliesen a licitación pública en una sola subasta en lugar de las dos que al principio proponía.
El nuevo proyecto fue censurado y aprobado por la Sección el 20 de junio de 1872, bajo ciertas condiciones: 1) Que los parecillos que debían formar el techo se asegurasen con ristreles cosidos a los tirantes, no sólo con simples ensambladuras sino además con cortes de cola de milano. 2) La introducción de varias modificaciones, entre ellas, sustituir la palabra encañizado que aparecía en el precio compuesto como «cielo raso encañizado» por la palabra enlistonado, y que en el pliego de condiciones económicas no apareciese como importe del presupuesto de subasta 46.234 pesetas y 53 céntimos sino la de 52.245 pesetas y un céntimo. Y 3) Que se ejecutasen sólo las obras fundamentales de los muros y los techo dejando enteramente libres los espacios que hubieran de decorarse.
Muerto Cachavera y Langara en 1875, las obras del teatro siguieron su curso. Respecto a la decoración del Salón, no sería hasta el 19 de abril de 1877 cuando el director de la Academia designase a los académicos Carlos Luis de Ribera, Francisco de Cubas y Elías Martín para que formasen parte de la comisión mixta que debía informar sobre el proyecto arquitectónico de decoración interior de esta estancia. La ausencia de Cubas fuera de Madrid y la urgencia del asunto hizo que fuese nombrado en su lugar Ruiz de Sálces. Los profesores asignados al caso examinaron con atención los planos y los documentos, unos suscritos por Francisco Jareño y los bocetos para las pinturas del techo por José Vallejo y José Marcelo Contreras. En su informe dejaron constancia que en lo que respecta a la arquitectura y dadas las condiciones del local era admisible la decoración propuesta, pues la documentación y la memoria descriptiva estaban bien redactadas, así como los planos, los precios simples y compuestos, el presupuesto y el pliego de condiciones; no obstante, se echó de menos los cálculos de resistencia de la galería voladiza de uno de los hemiciclos del salón, el techo y cuchillos del mismo, como los cuchillos de la cubierta que era de teja plana y tenía que sustituirse por otras de planchas de plomo según se adjuntaba en la memoria. Por otro lado, los bocetos de la decoración de la escocia y el techo se hallaron muy admisibles, pero «que habiendo de ejecutarse al óleo la pintura del techo y escocia, y la del gran basamento de la decoración arquitectónica, será conveniente para la buena conservacion, usar esta misma clase de pintura en los miembros lisos intermedios que se presuponen pintados al temple».
Curiosamente, en mayo de este mismo año de 1877 la Academia recibió un segundo proyecto de decoración para el mismo salón, en esta ocasión firmado por el pintor escenógrafo Francisco Plá, a fin de que fuera censurado a la vez que el de Jareño. Pero esto no era posible debido a que ya había sido examinado y devuelto el primero cuando se había recibido el segundo. La Academia acordó que la comisión mixta que debía informar sobre este segundo proyecto fuese la misma que había informado sobre el primero, como así se hizo. Los miembros de la comisión mixta verificaron y estudiaron con detenimiento los cuatro diseños que representaban la decoración de los dos trozos de muro, el techo y el telón de la embocadura del teatro, como la instancia de Plá y la ligerísima descripción de las alegorías del techo que los acompañaba. Emitieron su informe el 6 de mayo de 1877, habiendo excusado su asistencia a la junta Martín por hallarse enfermo. El parecer de la comisión fue que los diseños presentados no parecían suficientemente detallados para poder emitir un juicio crítico razonado. Además, la memoria descriptiva era pobre y no existía el presupuesto de las obras correspondientes a la decoración arquitectónica y escultural. Por todo ello, se comunicó a Plá la obligación de presentar nuevos bocetos, más claros y determinados de las alegorías del techo.
Finalmente, el 25 de mayo de 1877 S.M. acordó aprobar el proyecto del arquitecto Francisco Jareño con las modificaciones indicadas. También que las obras debían ejecutarse por el sistema de Administración bajo el presupuesto de 76.165 ptas., la necesidad de crear una Junta encargada de dirigir la obra no arquitectónica con la atribución de designar los bustos de los medallones, distribuir los trabajos de pintura y su retribución entre los artistas. Dicha Junta quedó conformada por Emilio de Arrieta (presidente), director de la Escuela, académico de San Fernando y consejero de Instrucción Pública; Manuel de la Mata (secretario), secretario de la Escuela Nacional de Música, y los vocales: Federico de Madrazo, presidente de la Academia de San Fernando; Manuel Cañete, individuo de número de la RealEspañola, y el académico Francisco Jareño, arquitecto y director de las obras.
Pero las obras y reformas del Teatro Real no concluyeron aquí, ya que en un documento fechado el 3 de mayo de 1879, firmado por Federico de Madrazo y José Avrial se hace referencia a lo acordado por la Academia el 28 de abril último sobre la exposición hecha por el empresario del teatro José Fernando Rovira acerca de un cambio en la decoración interior del edificio por un estilo más puro y uniforme después de haber sido aconsejado por artistas de reconocida reputación, aunque sin presentar planos o proyecto alguno. Al mismo tiempo proponía un cambio en el alumbrado, escogiendo el del Liceo de Barcelona porque la lucerna central privaba del espectáculo a un elevado número de localidades y habían surgido muchos estudios acerca de la óptica y acústica para mejorar las condiciones de las salas de reunión y los espectáculos en América.
Ante esta nueva propuesta, la Academia no pudo dar su opinión porque desconocía el proyecto, de ahí que exigiera la presentación general de la platea, otra transversal del proscenio y la decoración del palco regio en detalle en caso de que fuese variado, junto con la memoria del cambio del alumbrado propuesto, los bocetos del techo de la platea y el telón de boca, además de un apunte de la colocación de las butacas para mejorar la óptica de los espectadores sin perjudicar las condiciones acústicas con las que contaba el teatro. A la vez, se insistió en que las obras fuesen inspeccionadas por personas facultativas y la prohibición de estrechar los asientos para aumentar el aforo en prejuicio de la comodidad del público.
En 1880, el subsecretario del Ministerio de Hacienda comunicó a la Academia que en vista de que debían ejecutarse en el edificio el revoco de la fachada y otras obras de reparación propuestas por la Conservaduría del mismo, se remitía el proyecto desarrollado por el arquitecto de Hacienda. Dicho proyecto contemplaba la variación de las puertas del pórtico y las dos de las escaleras generales que daban a las calles de Carlos III y Felipe V para situarlas de manera que se abriesen hacia afuera, ejecutándose nuevas las del pórtico y con madera de Cuenca pintadas de un color claro a dos tintas o veteadas imitando maderas finas, arreglando cualquier desperfecto que en esta operación se pudiera ocasionar en las fachadas, dejando el revoco con las mismas tintas y adornos que existiesen; las puertas constarían de herrajes consistentes en aldabas, pasadores sobre chapa y cerraduras, todos ellos finos y limados; la pintura sería de fino y dorado en todos los antepechos de los palcos y pilastras como la decoración de la embocadura del escenario; se arreglarían los estucados necesarios en los muros y techos de los pasillos de butacas, palcos y escaleras de comunicación de los diferentes pisos y localidades del teatro, siendo dicho estucado de escayola o yeso de bola; se construirían todas las butacas de la sala y los sillones de los palcos iguales a los existentes.
Arquitectura. Asilos, audiencias, bibliotecas y museo nacional, bolsas, capillas, casas consistoriales y capitulares, casas de caridad, calles, casas de correos, embovedado, casetas, diputaciones provinciales, edificios de los consejos. Siglo XIX. Sig. 2-42-8; Arquitectura. Conventos. S. XIX. Sig. 2-42-3; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1832-1851. Sig. 2-33-5; Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1852-1857. Sig. 2-33-6; Arquitectura. Plazas de toros, mercados, puertas, puentes, observatorios, hospitales, teatros, torres, murallas, museos, institutos, ministerios. Siglo XIX. Sig. 2-43-1; CACHAVERA. Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1831. Sig. 2-9-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1829-1838. Sig. 1-30-3; Comisión de Arquitectura. Informes, 1839-1850. Sig. 1-30-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855. Sig. 1-30-2bis; LANGARA, Antonio Juan. Disertación sobre el carácter y circunstancias con que debe disponerse el palacio de un soberano, describiendo su situación, formas y ornamento, señalando al mismo tiempo lo que puede ser vicio en las Artes, sino se atiende a los buenos principios de Arquitectura. Madrid, 1842. Sig. 3-312-20; LAVIÑA, Matías. León. Catedral. Restauración, mayo de 1864. Sig. 2-42-; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1839-1848. Sig. 3-90; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816.1900. Sig. 3-154, nº 113; Sección de Arquitectura. Informes. Reconocimientos parciales y asuntos judiciales, siglo XIX. Sig. 2-43-10; Secretario general. Académicos. Arquitectura. S. XIX. Sig. 1-53-5.
1891. Ayuntamiento Constitucional de Madrid. Negociado 4º. Clase: Construcciones. Expediente promovido por D. Ramón Espino y hermanos, solicitando conocer las alineaciones y rasantes del solar nº 25 y 27 en la calle de Postas y derribos del macho y hueco correspondiente a la calle del Vicario, nº 9. Sig. 11-436-4 (AVM); Pensión del Peine. Calle Postas 17, 1857. Sig. 4-194-97 (AVM); Posada del Peine, 1857-1858. Sig. 11-436-4 (AVM).
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM
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