Hijo de Claudio Felipe Cubas y María González-Montes, nació en Madrid el 13 de abril de 1827 siendo bautizado dos días más tarde en la iglesia parroquial de San Martín y murió en su ciudad natal el 2 de enero de 1899. Según una fuente: ´Francisco de Cubas, natural de esta Corte, de edad de 24 años, hijo de D. Felipe y de Dª Maria Montes, vecinos de la misma, viven Travesía de Tresgillos numero 1º, cuarto 3º y le habona su Sr. Padre […]».
Fue alumno de arquitectura en la Academia de San Fernando, instituto en el que cursó dos años de Matemáticas y Dibujo, Física y Química. El 29 de septiembre de 1845 solicitó su ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura establecida en la Real Academia, en atención a que tenía los estudios preparatorios que eran exigidos, para cuyo objeto presentó la fe de bautismo y las certificaciones de todos sus estudios, siendo matriculado en el 1º año de carrera el 13 de noviembre de 1845.
En este primer año tuvo como compañeros a Calisto Ansuátegui, Martín Arce y Villegas, Benigno Arce y Villegas, Joaquín María Aguado, Juan Antonio Atienza, José María Aguilar, Camilo Arriba, José Asensio Berdiguer, Pedro Abad y Bardají, Simeón Ávalos, Joaquín Arteaga, José María Alvarado, Manuel Amilibia, Eugenio Brieba, Antonio Berrayarza, Nemesio Barrio y Canal, Manuel Blanco y Cano, Bonifacio Carrasco, Pablo Canales, Vicente Carrasco, Miguel Castillo y Alba, Ignacio Casagema y Labrós, Francisco Daura y García, Juan Francisco Díaz, Mariano Díez y Royo, Tomás Jerónimo Díaz y Velasco, Liberto Escobar y García, José Díaz Laviada y José Domínguez.
Todos los discípulos cursaron entre las 9 y 11 de la mañana, las asignaturas de Cálculo Diferencial e Integral y las Aplicaciones de las Matemáticas a los usos de la arquitectura; entre las 11 y 12, un día sí y otro no, Geometría Descriptiva Pura y aplicada a las sombras, concretamente Perspectiva con un profesor y un agregado, mientras que entre las 11:30 y 15:00 la asignatura de Dibujo.
A lo largo del curso de 1848 y 1849 se generaron en la Escuela grandes protestas, problemas disciplinares, ausencia en las aulas y faltas de insubordinación por parte de los alumnos. Ello era debido a la Real Orden de 28 de noviembre de 1848, por la que quedaron suprimidos los dos años de práctica que eran exigidos para obtener el título, dejando automáticamente a los estudiantes que cursaban 3º, 4º y 5º año de carrera matriculados en 1º, 2º y 3º curso del nuevo plan. Entre estos desórdenes figuraban los acontecidos en la cátedra que desempeñaba Manuel María de Azofra, clase en la que los discípulos se negaron a responder a las preguntas del profesor, lo que motivó la emisión de la Real Orden de 15 de diciembre de 1848, acordándose la expulsión de cualquier alumno desobediente, fuese cual fuese su número; que aquellos que no asistiesen a clase se les anotasen las faltas para que llegado el número prevenido perdiesen curso y aún como oyentes no se les permitiese asistir en lo sucesivo; incluso en caso de que la insubordinación exigiese la fuerza armada, los discípulos fuesen entregados a los tribunales. Esta orden se comunicó al director de la Escuela y a través de éste a todos los profesores. Sin embargo, no era la primera vez que eran expulsados estudiantes del centro, ya que Carlos Botello del Castillo, discípulo del 2º año de carrera lo había sido en 1847 y Cirilo y Ramón Salvatierra en 1848, habiendo sido readmitidos por la Junta de Gobierno el 6 de mayo de 1848 en atención a las manifestaciones de sus padres y a sus buenos propósitos
Enterada la Reina de los sucesos acontecidos por los alumnos del 1º y 2º año de arquitectura, acordó emitir la Real Orden de 31 de enero de 1849 que, a propuesta de la Junta de Profesores, tuvo como consecuencia la expulsión de los promotores de las revueltas (Simeón Ávalos, Manuel Giménez y de Ropero, Pedro Fores y Pallas, Bibiano Guinea, Joaquín Vega, Manuel María Muñoz, Aquilino Hernández, Antolín Sagasti, Juan Torras y Guardiola, Luis Villanueva y Arribas, José Sarasola y Pequera, Anastasio Menéndez, José Limó y Fontcuberta y Manuel Villar y Vallí), como la de aquellos que no habían cumplido las asistencias reglamentarias a las diferentes clases (Dionisio de la Iglesia, Carlos Mancha y Escobar, Francisco Urquiza y José Segundo de Lema).
Aunque, por otro lado, se acordó no admitir a matrícula a los alumnos expulsados ni a los borrados por falta de asistencia, lo cierto es que en su mayoría volvieron a ser admitidos por la Real Orden de 16 de mayo de 1849, una vez arrepentidos de sus actos. A partir de entonces, se exigió a los aspirantes para solicitar la matrícula ir acompañados de sus padres, tutores o encargados responsables de su conducta y acreditar no haber tomado parte en las revueltas que habían motivado dichas disposiciones, recordándoles al mismo tiempo que cualquier falta de subordinación se castigaría en lo sucesivo con arreglo a las Reales Órdenes de 15 de diciembre de 1848 y 31 de enero de 1849.
Poco faltaba para que S.M. aprobase la iniciativa de algunos profesores de la Escuela Especial de Arquitectura para que el profesor Antonio Zabaleta pasase a Toledo con algunos discípulos con objeto de proporcionar buenos dibujos y modelos para la enseñanza. Esto se debía a que la Escuela carecía de dibujos y modelos en yeso para que los alumnos pudieran hacer los estudios necesarios. Los estudiantes debían costearse el viaje e ir acompañados de un profesor a fin de practicar las mediciones de detalles, conjuntos de edificios y vaciados de los monumentos que se encontrasen en dicha población.
Zabaleta salió rumbo a Toledo el 24 de abril de 1849 con 30 alumnos que trabajaron entre 12 y 14 horas diarias, permaneciendo en la ciudad hasta el 14 de mayo. De los treinta discípulos, 7 se hallaban en el año de práctica, lo que significaba que tenían todos los estudios concluidos (Severiano Sainz de la Lastra, Joaquín Fernández, Pantaleón Iradier, Manuel Heredia, Santiago Angulo, Mariano López y Luis Pérez); 8 se encontraban en el 3º año de carrera (Felipe Peró, Domingo Inza, José Mariano Mellado, Máximo Robles, Rafael Mitjana, Antonio Cortázar, Antonio Iturralde y Francisco Verea y Romero); 13 cursaban el 2º año de carrera (Antonio Ruiz Salces, Cristóbal Lecumberri, Juan Lozano, Fernando Ortiz, Cirilo Ulivarri, Juan Germán, Alejo Gómez, Juan Nepomuceno Ávila, Juan Jarelo, José Asensio Berdiguer, Demetrio de los Ríos, Manuel Villa y Valle y Francisco Villar), mientras que 2 cursaban el 1º año, siendo el caso de Aureliano Varona y Francisco de Cubas.
Los trabajos realizados fueron expuestos en una exposición pública organizada en Toledo, antes de que los autores regresasen a Madrid. Entre las obras figuraban detalles y fragmentos de la Casa de Mesa; los azulejos y bóvedas de la Capilla de San Jerónimo en la Concepción Franciscana; los azulejos de la Casa de Misericordia en San Pedro Mártir; la planta, el corte longitudinal, los detalles de los arcos y los capiteles de Santa María la Blanca, como de San Juan de los Reyes. Asimismo, vaciados de varios sepulcros, pilastras, arcos, arquivoltas, fajas y frisos de la catedral.
La expedición fue todo un éxito y en vista de los buenos resultados obtenidos, la Junta de Profesores comunicó a la Academia lo útil que era el estudio de los monumentos como que consiguiese del Gobierno varias pensiones anuales para un cierto número de alumnos a fin de comisionarles para este objeto.
Como alumno de la Escuela, Cubas solicitó el 18 de julio de 1852 su admisión a los ejercicios de oposición para una pensión en Italia, la cual había sido convocada por la Real Orden del 3 de julio y anunciada en la Gaceta el día 9 del mismo mes, solicitud en la que indicó su domicilio en la Travesía de Trujillos, nº 1º, 3º derecha. La petición fue admitida por reunir todos los requisitos que eran exigidos y haber practicado los ejercicios en los términos que se habían anunciado. Las obras ejecutadas llevaban el lema «Arst longa vita brevis», leyenda que aparece recogida en los tres ejercicios que elaboró para la ocasión. El primero respondía a un Trozo de adorno de arquitectura de la Puerta de San Clemente de Toledo (A-5866), el segundo al Cornisamento corintio para un edificio de 1ª Clase, altura 2 pies (A-5869) y el tercero a una Columna Rostral para la plaza principal de un puerto, dedicada a los héroes de Corfu y Lepanto (del A-3586 al A-3588). Todos estos diseños fueron expuestos públicamente en las salas de la Academia por espacio de seis días, desde el 22 al 28 de agosto de nueve a dos de la tarde.
En la Junta Extraordinaria celebrada por la Sección de Arquitectura el sábado 21 de agosto de 1852 para juzgar los ejercicios practicados por el único opositor a la plaza de pensionado, se declaró por unanimidad que el pretendiente no solamente era digno de obtener la beca, sino que por su mérito «podía presumir con mucha capacidad para sostener con dignidad la lucha con otros contrincantes si se hubiesen presentado». Dicho dictamen fue realizado por el marqués del Socorro, Herrera, Zabaleta, Álvarez y Eugenio de la Cámara, este último en calidad de secretario.
En abril de 1852 le fue expedido el título de director de caminos vecinales, mismo año en que la Reina, de conformidad con lo dispuesto en la resolución del 3 de julio de 1852 y en vista de la propuesta elevada por la Academia, se dignó concederle al tiempo que a Isidoro Lozano por la Pintura, la pensión anual de 12.000 reales para el estudio de sus respectivas artes en el extranjero por la Real Orden del 10 de enero de 1853. Dicha pensión le sería prorrogada a Cubas por la Real Orden del 30 de noviembre de 1855.
En agosto de 1853 entregó la memoria correspondiente a fin ser habilitado para viajar a Grecia a principios de 1854, conforme lo prevenía el Reglamento del 6 de febrero de 1851 y la Real Orden del 22 de agosto del mismo año. La obra obligatoria que tenía que presentar a finales del primer año de pensión la tenía muy adelantada porque le sobraban dos meses hasta empezar los ejercicios del segundo año, de ahí que quisiera aprovechar ese tiempo para viajar a Grecia y concluir sus estudios en esa tierra clásica con objeto de volver a Roma y poder elaborar las obras que debía enviar el tercer año que eran las más complicadas. Ante esta solicitud, Antonio Solá se puso en contacto con el director de la Imperial Academia de Francia en dicha capital para saber el coste que supondría el viaje. Le contestó que alrededor de 850 francos, además de la pensión ordinaria que les corría, cuya suma se le daba la mitad a los pensionados franceses al salir de Roma y la otra mitad a su vuelta.
Tenemos constancia que el 18 de julio de 1854 se envió al cónsul de España en Civitavecchia (Roma) una caja que contenía las obras obligatorias del primer año de pensión que habían gozado Francisco Cubas, Isidoro Lozano y Germán Hernández, consistentes en «dos Cuadros, Ocho Figuras dibujadas, y ocho pliegos grandes con dibujos Arquitectonicos». El cónsul debía enviarla a su corresponsal en Barcelona y este a su vez a Madrid. La caja llegó con retraso debido a que Lozano había padecido una violenta enfermedad cuando sólo le faltaban 8 o 10 días de trabajo para concluir su obra, sin embargo, una vez restablecido concluyó el cuadro y lo unió a las demás obras de los pensionados.
Con arreglo a lo prevenido en la Real Orden del 22 de agosto de 1851, el 27 de agosto de 1855 la Reina dispuso que fuesen remitidas al presidente de la Academia de San Fernando las obras obligatorias de los pensionados Isidro Lozano, Germán Hernández, Francisco de Cubas, como las del primer año de pensión del también arquitecto Ramón Jiménez, las cuales serían remitidas en una caja para su buen traslado y conservación. En la Junta General del 3 de septiembre de 1854 se constató la remisión de las obras de los becarios Isidro Lozano, Germán Hernández y Cubas, las cuales consistieron en «dos cuadros, ocho figuras dibujadas y ocho pliegos grandes con dibujos arquitectónico», sin que se supiera nada de las ejecutadas por Ramón Jiménez. No obstante, sus trabajos aparecieron posteriormente reseñados junto con las obras de los demás becarios, siendo todas ellas expuestas al público una vez juzgadas en las salas de la Academia los días 20, 21 y 22 de octubre de 1855, de diez a dos de la tarde.
En la Junta General del domingo 4 de noviembre de 1855 se vieron los ejercicios de oposición que Cubas había ejecutado para la obtención de una de las plazas de profesor agregado en la Escuela Especial de Arquitectura. A esta convocatoria también se presentaron Nicomedes Mendívil con el apoyo del director de la Escuela y José María Mellado, a quien sus compañeros no veían con los requisitos necesarios para ser admitido porque mientras que poseía el título de arquitecto en su cartera, los demás lo tenían reservado en el Ministerio en garantía del empleo aprovechado de su tiempo actual y del coste de los trabajos especiales a los que se habían dedicado durante su pensión.
El caso no estuvo tan claro, dado que «considerando que en la convocatoria se ha dicho que los aspirantes deben acompañar á su instancia los títulos de Arquitectos, y no estando deslindados por ningun reglamento ni disposición los derechos que para tales casos pueden ó deben corresponder á los Pensionados en Roma por la clase de Arquitectura, la Reina ha tendio á bien disponer que informe V.E. con toda la brevedad que el caso requiere, cuanto se le ofrezca y parezca para determinar ahora y en lo sucesivo, lo que sea mas conveniente y justo». Estas palabras dejaban fuera de concurso a los pensionados porque todavía no se les había expedido el título y por tanto no lo tenían físicamente, hecho por el cual Felipe Cubas, padre del pretendiente, remitió el 29 de agosto de 1855 al ministro de Fomento una carta quejándose de esta injusticia y exigiendo que se considerase a los becados como arquitectos desde la fecha del 1º de marzo del año siguiente a aquel en que habían realizado la oposición, que era la fecha en la que habían obtenido realmente el título de no haber salido al extranjero. Pero Eugenio de la Cámara le respondió que había acordado decir a la Academia «que no halla inconveniente en que se les cuente la fecha de creación ó antigüedad en la clase desde el 1º de Marzo inmediato siguiente á la obtención de su pensión, con tal que no se les expida el título hasta su regreso á España después de cumplido el tiempo de su pensión y llenas todas las obligaciones que les impone el Reglamento de pensionados á satisfacción de la Academia».
El 30 de noviembre de 1855, la Reina decidió prorrogar a Cubas un año más la pensión en el extranjero, en atención al informe emitido por la Real Academia respecto a los trabajos que había presentado, ya que casi a su mismo tiempo y algunos meses antes de terminar había trabajado los correspondientes al segundo y tercer año. También por el primor y esmero de su ejecución, como por el estudio que había realizado sobre la restauración del templo de Júpiter en Pompeya (Nápoles). Antes de acabar el año, le sería expedido el título de maestro arquitecto (17 de diciembre de 1855) con arreglo a lo dispuesto en la Real Orden del 31 de agosto de ese año, por la que se había estipulado que todos los pensionados pasasen a ser arquitectos a partir del mes de marzo siguiente a la obtención de la pensión.
Según el artículo 5º del Reglamento, en «Caso de acceder el Gobº de S.M. á las indicaciones de la Academia, el pensionado empleará el año que se le prorrogue la pensión en viajar por Francia é Inglaterra, estudiando la aplicación especial que se ha hecho á ciertas clases de edificios desconocidos de los antiguos y creados por las exigencias de la actual civilización, y como fruto de este estudio tendrán obligación de hacer el proyecto de alguno de aquellos de que se carece en España para estar así al corriente de todas las reformas, modificaciones y nuevos metodos que en ellos se hallan introducido». Estas indicaciones le llevaron a indagar los edificios que se encontraban en este caso y en vista de que eran muchos empezó a buscar datos y efectuar estudios preparatorios, proponiendo hacer un largo viaje por Bayona, Montpellier, Marsella, Nápoles, Roma, Siena, Florencia, Génova, Turín, Milán, Venecia, Viena, Dresde, Praga, Berlín, Gutenberg, Leipzig, Nuremberg, Múnich, Stuttgart, Estrasburgo, Nancy, París y Burdeos. Finalmente, se decidió por el estudio de una casa de maternidad, para después presentar a la Academia el proyecto de una estación central para cuatro líneas generales de caminos de hierro, un colegio central de sordomudos y ciegos, así como un palacio para museo nacional contemporáneo con galerías especiales para exposiciones públicas.
Debido a su mal estado de salud, la Reina le concedió en septiembre de 1856 cuatro meses de licencia para poder trasladarse a España, sin que esto significase el ser eximido de presentar los trabajos que cualquier pensionado debía realizar, ser indemnizado por los gastos del viaje o solicitar una prórroga de su pensión.
Respecto a su proyecto de maternidad, cuya memoria está fechada el 3 de marzo de 1857, Cubas incidió en que la sociedad llevaba tiempo demandando este tipo de establecimientos, sobre todo las mujeres de escasos recursos, medios y comodidades que no podían hacerlo en sus propios hogares. Puso de relieve los numerosos escritos que habían sido publicados sobre estos edificios sin que ninguno hubiera cumplido con el fin deseado, dado que las dependencias que en las clínicas de la Facultad de Medicina de Madrid se tenían destinada a este objeto eran las peores de cuantas había tenido ocasión de observar. Por ello creía necesario «[…] modificar, mejorar, crear a fin una cosa especial. Los hospitales donde como una cosa accesoria hay salas destinadas á la recepción de las desgraciadas que legítima ó ilegítimamente van á llevar la mayor función de su sexo, no reunen ninguna de las circunstancias que pudieran hacerlos idóneos para el objeto […] por otra parte los reglamentos de estos establecimientos vienen á hacer aun mayores las dificultades, en unos solo se admite en el inmediato momento del alumbramiento y aun exigiendo la presencia de síntomas de pronta resolucion en otros precediendo gestiones dilatadas, en otros sujetandose las desgraciadas que á ellos se acogen al examen y estudio de los que al arte de curar se dedican […]». Todo ello le llevó a idear una maternidad completamente de caridad cristiana, desechando cualquier idea mezquina de economía.
En su establecimiento dividió en clases y subdividió en secciones a las mujeres que iban a ser acogidas. En la 1ª y 2ª clase estaban aquellas que no podían pagar retribución alguna; en la 3ª, las que sólo pensaban que en este lugar podían tener un resultado seguro y gozar de las comodidades iguales a las de sus casas, pero con una mayor economía; y por último, en la 4ª, las que por sus circunstancias debían estar bajo vigilancia policial.
La división de las dos primeras clases en secciones tenía como objeto disponer separadamente a las mujeres que sólo presentan estado de preñez y las que su estado era complicado con otras enfermedades. Diseñó 8 salas de 8 camas para la primera clase; 2 salas de 8 para las que padecían enfermedades de piel no febriles; 2 de 8 para las de sífilis bajo todas sus formas; otras 2 de 8 para las de cólera epidémico, disentería y demás enfermedades análogas; 2 de una cama para las de rasgaduras del perineo y formación de escaras gangrenadas; 2 de una para las que tenían hemorragia y convulsiones, las febriles de tifoideas, dementes, disentería, cólera epidémico y febriles puerperales epidémicas. Para las de 2ª clase dispuso 14 habitaciones para aquellas cuyo estado era normal, mientras que 2 para las que padecían enfermedades de la piel no febriles, otras 2 para las de sarampión, viruela o escarlatina, y otras 2 para las febriles. En cuanto a la 3ª clase, diseñó 6 habitaciones y para la 4ª 2 habitaciones, lo que hacía un total de 170 camas. Igualmente, dentro del recinto del establecimiento calculó el número de habitaciones particulares de la gente que iba a trabajar en él: 30 hermanas de la Caridad, un director y un subdirector espiritual; un director, un subdirector y dos ayudantes facultativos; un farmacéutico, dos ayudantes y un número necesario de sirvientes.
Otro aspecto que tuvo en cuenta fue el higiénico, ya que previno ventiladores a nivel del pavimento y corrientes de agua para la expulsión de los gases más pesados que el aire atmosférico, como depósitos de materias desinfectantes y ventiladores inmediatos al techo. Solucionó la aireación y calefacción adaptando el sistema Darcet, Posnet, Félix Leblanc, Rounemain, Duvoir y particularmente los últimos escritos de Brudin sobre la materia, porque a través de ellos el facultativo podía regular la temperatura de las salas durante el tiempo que durasen sus inspecciones y disponer del estado de hidratación del máximo aire contenido. También tuvo presente los escritos de Proust, Montfalcon, Pénguin y particularmente los de Michel Lévy que le proporcionó la mayor parte de los datos obtenidos. Era médico del Emperador, Inspector de Sanidad militar, presidente de la Academia Imperial de medicina, vice-presidente del Comité de higiene y del servicio de hospitales civiles, miembro del Comité consultivo de higiene pública en Francia, profesor de higiene y Medicina Legal en el hospital Militar de París y autor del Tratado de higiene pública y privada, obra publicada y traducida en castellano en Madrid por José Rodrigo, director de Medicina y Cirujía, en 1846.
En cuanto a la construcción, contó con materiales sólidos no susceptibles de descomposición. Dentro de las salas ya construidas dispuso muros y techos de madera suficientemente separados, construyendo el piso de la misma materia y colocándolo sobre cuerpos que lo aislaban. El espacio comprendido entre los muros estaba aprovechado para la colocación de todos los tubos conductores de aire y agua en las habitaciones y la ubicación de aparatos especiales para el servicio de las mayores secreciones. La decoración se centró en tonalidades claras y homogéneas, adaptando el verde claro por ser el color que menos dañaba a la vista. Ubicó las ventanas lo suficientemente elevadas para que cuando estuviesen abiertas la corriente de aire no diese directamente a las mujeres cerrándolas con doble juego de vidrieras, de manera que la mitad superior pudiera abrirse independientemente de la inferior. Entre cama y cama dejó una separación de 1,40 m y 2 m entre dos filas de ellas. Pero aparte de estas habitaciones proyectó baños, salas de labor, de recreo, de partos, de expectación y de convalecencia, como también refectorios, la capilla, etc.
Los diseños fueron aprobados y elogiados por la Academia en la Junta General del domingo 12 de abril de ese mismo año. En cuanto al proyecto, fue adquirido posteriormente por el Gobierno, pero dado que no pudo ser utilizado por ese ministerio, la Reina acordó que se indemnizase al autor con 12.000 reales con cargo al Capítulo 21, artículo 2º del presupuesto del año anterior y se recomendase al Ministerio de la Gobernación la citada obra para que Cubas pudiera de alguna manera obtener su recompensa (Junta General del domingo 9 de mayo de 1858).
La muerte de Atilano Sanz llevó consigo nuevas propuestas para cubrir su vacante: de un lado, la firmada el 20 de mayo de 1868 a favor de Lecumberri por los académicos Eugenio de la Cámara, Aníbal Álvarez y Juan de Montenegro y de otro, la suscrita a favor de Francisco de Cubas el 23 de mayo de 1868 por Francisco Pérez Valle, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Bellver. El primer candidato había sido visitador general de los Establecimientos Penales, habiendo realizado establecimientos de beneficencia, además de importantes estudios sobre ellos a lo largo de sus viajes por Europa y América, mientras que el segundo había sido pensionado por concurso en el extranjero y tanto sus proyectos como obras habían merecido la aprobación de la Academia.
Antes de las votaciones definitivas, Lecumberri envió a Eugenio de la Cámara una carta notificando su agradecimiento ante dicha propuesta y su retirada al cargo porque durante algún tiempo iba a mantener su residencia fuera de la capital y le sería imposible cumplir sus obligaciones como académico. Este hecho motivó que en la Sesión Extraordinaria del 16 de noviembre de 1868 fuese nombrado Cubas académico de número en la vacante de Atilano Sanz. Su discurso académico, realizado en 1870, versó sobre varias consideraciones generales en torno a la Arquitectura.
Durante los años sesenta, un elevado número de maestros de obras y arquitectos se introdujeron en la construcción de corralas, entre ellos, Francisco García Martínez al erigir la corrala de la calle Abades, nº 12 (1861); Joaquín María Vega la de la Paloma, nº 5 (1862) y en este mismo año Jacinto de San Martín la de la Corredera Alta de San Pablo, nº 8. Posteriormente, Blanco y Nicolalde lo fue con la construcción del corral de la calle Embajadores, nº 31 (1868), mismo año en que José María Lluch y José Núñez Cortés levantaron la ubicada en Lavapiés, nº 31 y Francisco de Cubas la corrala de la Cava Baja, nº 14.
Desde hacía décadas se estaba construyendo el Teatro Real ubicado sobre el antiguo teatro de los Caños del Peral, próximo al Palacio Real. Muchos Habían sido los arquitectos que durante años habían intervenido en su proyección: Antonio López Aguado, autor del proyecto original; Custodio Teodoro Moreno, quien introdujo modificaciones en la obra sin variar el proyecto de su antecesor en tiempos de Isabel II, por cuya dimisión sería sustituido por Francisco Cabezuelo en la dirección de las obras. Este llevó a cabo la estructura de madera de la cubierta, muy criticada a raíz del incendio acaecido el 20 de abril de 1867 en el salón del teatro destinado a Escuela de Música, obligando a la Dirección General de Obras Públicas a remitir a la Academia en 1871 las obras de restauración que debían realizarse.
La Sección de Arquitectura reunida el 7 de julio de ese mismo año conformada por el presidente Peyronnet, el secretario Cubas y los vocales Cachavera y Ruiz de Salces fueron los encargados de examinar el proyecto propuesto por el arquitecto Sánchez Pescador. Observaron que el salón de conciertos tenía 4 m de longitud, 12 m de ancho y 10, 40 m de altura, y contando con que al autor se le había concedido un presupuesto escaso respecto a la restauración que se precisaba no había podido hacer más que una composición sencilla adaptando para el techo la forma plana y para los muros una decoración a base de un orden de pilastras completo en la parte inferior con basas áticas y capiteles compuestos de alegorías apropiadas al destino de la estancia, así como jambas y sobrepuertas en los balcones. En cuanto a la parte superior, se elevaba sobre un primer cuerpo un ático con pilastras de orden jónico de cuya cornisa arrancaba un gran esquife o escocia que enlazaba los muros con el techo.
Dado que la Sección observó que el presupuesto con el que contaba el autor era muy reducido, le pareció acertada dicha decoración, no obstante, creyó conveniente la sustitución de la basa toscana de las pilastras del atrio por otras más apropiadas a este orden, como hacer un estudio más profundo del capitel jónico proyectado. Pero al igual que se creyó aceptable la decoración, no así la solidez del techo. En este punto, Sánchez Pescador expuso que «por más ligero que ha querido hacer este techo agregado á la armadura, este no podía sostenerse en unas condiciones de construcción demasiado ligera y económica, y se hace preciso adicionarla con piezas que la consoliden y den mayor resistencia». También se echó de menos el cálculo de resistencia de los cuchillos de la cubierta, el cálculo del peso del teatro con una construcción, además de otras operaciones que no se apreciaban en los planos ni en la memoria del arquitecto y que eran imprescindibles. Asimismo, conocer si era posible poder andar por encima del techo, colgar de él una araña o ejecutar alguna maniobra sobre el mismo. Por otro lado, aparte del cañizo propuesto para la ejecución del cielo raso la Sección de Arquitectura creyó más oportuno conformarlo con un enlistonado para su mejor conservación y por estar menos expuesto a desconchados y roturas.
En calidad de secretario de la Sección de Arquitectura, Francisco de Cubas resumió el 8 de julio de 1871 la censura de este proyecto en los siguientes puntos: que debían ejecutarse las obras exteriores del salón de conciertos correspondientes a la fachada de Prim, hoy plaza de Isabel II, antes que las interiores; que las obras debían componerse en una sola subasta; que debían reflejarse los cálculos de resistencia de los cuchillos de la armadura colgando el techo de ellos, al tiempo que se debía marcar detalladamente su construcción y el colgado de la araña o arañas si al final eran introducidas en el salón; que la decoración podía admitirse, pero completándola más adelante con la pintura decorativa de los muros y el techo. Este dictamen sería aprobado finalmente por la Academia en la Junta Ordinaria celebrada el 10 de julio de ese mismo año.
La Sección de Arquitectura celebrada el 14 de julio de ese mismo año censuró todos estos trabajos y viendo que necesitaban de algunas reformas se los devolvieron al arquitecto para que corrigiese los defectos que se habían observado. Aparte de ello, se acordó que antes de ejecutarse estas obras interiores debían hacerse las correspondientes a la fachada exterior del teatro de Oriente a la Plaza de Prim, obras que debían comprenderse en una sola subasta. Del mismo modo, debían hacerse los cálculos de resistencia de las formas o cuchillos de armadura colgándose de ellas el techo del indicado salón y marcando más detalladamente la construcción de éste. Por último, quedó admitida la decoración proyectada por Pescador con la condición de que más adelante la completase con la decoración de los muros y los techos ejecutada por artistas nacionales. Este fue el motivo por el que Sánchez Pescador tuvo que remitir de nuevo el proyecto con la memoria descriptiva ampliada y el cálculo de resistencia de los tirantes de la armadura de tejados que debía sostener el techo del salón; el razonamiento de las péndolas de hierro, la modificación de la construcción del techo y la nueva redacción del pliegos de condiciones facultativas y económicas a fin de que las obras saliesen a licitación pública en una sola subasta, en lugar de las dos que al principio proponía.
El nuevo proyecto fue censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 20 de junio de 1872, bajo ciertas condiciones: 1) Que los parecillos que debían formar el techo se asegurasen con ristreles cosidos a los tirantes, no sólo con simples ensambladuras sino además con cortes de cola de milano. 2) La introducción de varias modificaciones, entre ellas, la sustitución de la palabra encañizado que aparecía en el precio compuesto como «cielo raso encañizado» por la palabra enlistonado, y que en el pliego de condiciones económicas no apareciese como importe del presupuesto de subasta 46.234 pesetas y 53 céntimos sino la de 52.245 pesetas y un céntimo. 3) Que se ejecutasen sólo las obras fundamentales de los muros y los techo, dejando enteramente libres los espacios que hubieran de decorarse.
Respecto a la decoración del Salón, no sería hasta el 19 de abril de 1877 cuando el director de la Academia designase a los académicos Carlos Luis de Ribera, Francisco de Cubas y Elías Martín para formar parte de la comisión mixta que debía informar sobre el proyecto arquitectónico de decoración interior de esta estancia, no obstante, la ausencia de Cubas fuera de Madrid y la urgencia del asunto hizo que fuese nombrado en su lugar Ruiz de Salces.
Los profesores asignados al caso examinaron con atención los planos y los documentos, unos suscritos por Francisco Jareño y los bocetos para las pinturas del techo por José Vallejo y José Marcelo Contreras. En su informe dejaron constancia que en lo que respecta a la arquitectura y dadas las condiciones del local era admisible la decoración propuesta, pues la documentación y la memoria descriptiva estaban bien redactadas, como bien conformados los planos, los precios simples y compuestos, el presupuesto y el pliego de condiciones; sin embargo, se echó de menos los cálculos de resistencia de la galería voladiza de uno de los hemiciclos del salón, el techo y los cuchillos del mismo, así como los de la cubierta, la cual era de teja plana y tenía que ser sustituida por otras de planchas de plomo según se adjuntaba en la memoria. Por otro lado, los bocetos de la decoración de la escocia y el techo se hallaron muy admisibles, pero «que habiendo de ejecutarse al óleo la pintura del techo y escocia, y la del gran basamento de la decoración arquitectónica, será conveniente para la buena conservacion, usar esta misma clase de pintura en los miembros lisos intermedios que se presuponen pintados al temple».
Curiosamente, en mayo de este mismo año de 1877 la Academia recibió un segundo proyecto de decoración para el mismo Salón, en esta ocasión firmado por el pintor escenógrafo Francisco Plá, a fin de que fuera censurado a la vez que el de Jareño. Pero esto no era posible debido a que ya había sido examinado y devuelto el primero cuando se había recibido el segundo. La Academia acordó que la comisión mixta que debía informar sobre este segundo proyecto fuese la misma que había informado sobre el primero, y así se hizo. Los miembros de la comisión mixta verificaron y estudiaron con detenimiento los cuatro diseños que representaban la decoración de los dos trozos de muro, el techo y el telón de embocadura del teatro, como la instancia de Plá y la ligerísima descripción de las alegorías del techo que los acompañaba. Emitieron su informe el 6 de mayo de 1877, habiendo escusado Martín su asistencia a la Junta por hallarse enfermo. El parecer de la comisión fue que los diseños presentados no parecían suficientemente detallados para poder emitir un juicio crítico razonado; además, la memoria descriptiva era pobre y no existía el presupuesto de las obras correspondientes a la decoración arquitectónica y escultural. Por todo ello, se comunicó a Plá que debía presentar nuevos bocetos, más claros y determinados de las alegorías del techo.
Finalmente, el 25 de mayo de 1877, S.M. acordó aprobar el proyecto del arquitecto Francisco Jareño con las modificaciones indicadas. También que las obras fueran ejecutadas por el sistema de Administración, bajo el presupuesto de 76.165 ptas., la necesidad de crear una junta encargada de dirigir la obra no arquitectónica con la atribución de designar los bustos de los medallones, distribuir los trabajos de pintura entre los artistas y su retribución. Dicha junta debía estar formada por Emilio de Arrieta (presidente), director de la Escuela, académico de San Fernando y consejero de Instrucción Pública; Manuel de la Mata (secretario), secretario de la Escuela Nacional de Música, mientras que como vocales: Federico de Madrazo, presidente de la Academia de San Fernando; Manuel Cañete, individuo de número de la Real Española, y el académico Francisco Jareño, arquitecto y director de las obras.
Pero las obras y reformas del Teatro Real no concluyeron en estos momentos, ya que en un documento fechado el 3 de mayo de 1879, firmado por Federico de Madrazo y José Avrial, se hace referencia a lo acordado por la Academia el 28 de abril último sobre la exposición hecha por el empresario del teatro José Fernando Rovira acerca de un cambio en la decoración interior del edificio por un estilo más puro y uniforme después de haber sido aconsejado por artistas de reconocida reputación, aunque sin presentar planos o proyecto alguno. Al mismo tiempo proponía un cambio en el alumbrado, escogiendo el empleado en el Liceo de Barcelona porque la lucerna central privaba del espectáculo a un elevado número de localidades y porque habían surgido muchos estudios acerca de la óptica y acústica para mejorar las condiciones de las salas de reunión y los espectáculos en América.
Ante esta nueva propuesta, la Academia no pudo dar su opinión porque desconocía el proyecto, de ahí que exigiese la presentación general de la platea, otro transversal del proscenio y la decoración del palco regio en detalle, en caso de que fuese variado, junto con la memoria del cambio del alumbrado que se proponía, los bocetos del techo de la platea y el telón de boca, además de un apunte de la colocación de las butacas para mejorar la óptica de los espectadores sin perjudicar las condiciones acústicas con las que contaba el teatro. A la vez, insistió en que las obras fuesen inspeccionadas por personas facultativas y la prohibición de estrechar los asientos para aumentar el aforo en prejuicio de la comodidad del público.
En 1880, el subsecretario del Ministerio de Hacienda comunicó a la Academia que en vista de que debían ejecutarse en el edificio el revoco de la fachada y otras obras de reparación propuestas por la conservaduría del mismo, remitía el proyecto correspondiente desarrollado por el arquitecto de Hacienda. Dicho proyecto contemplaba la variación de las puertas del pórtico y las dos de las escaleras generales que daban a las calles de Carlos III y Felipe V para situarlas de manera que se abriesen hacia afuera, ejecutándose las puertas del pórtico nuevas y de madera de Cuenca pintadas de un color claro a dos tintas o veteadas imitando maderas finas, arreglando cualquier desperfecto que en esta operación se pudiera ocasionar en las fachadas dejando el revoco con las mismas tintas y adornos que existiesen; las puertas constaran de herrajes consistentes en aldabas, pasadores sobre chapa y cerraduras, todos ellos finos y limados; la pintura de fino y dorado de todos los antepechos de los palcos y pilastras como la decoración de la embocadura del escenario; el arreglo de los estucados necesarios en los muros y techos de los pasillos de butacas, palcos y escaleras de comunicación de los diferentes pisos y localidades del teatro, siendo dicho estucado de escayola o yeso de bola; la construcción de todas las butacas de la sala y los sillones de los palcos iguales a los que existían.
Pero mientras que las obras del Teatro Real seguían su curso, Cubas había sido comisionado el 11 de marzo de 1872 junto con Antonio Ruiz de Salces para formar parte del jurado que debía juzgar el concurso convocado por el Ayuntamiento de Madrid para escoger el proyecto de verja o balaustrada de hierro que debía circundar la Puerta de Alcalá, jurado que debía componerse de 9 jueces, dos de ellos nombrados por la Academia. Anteriormente, el académico Peyronnet había hecho una moción en la Sesión Ordinaria del lunes 4 de marzo sobre la conveniencia de que la Academia hiciese observar al Ayuntamiento lo poco acertado de esta idea, que además de reducir y empequeñecer el monumento perjudicaba sus efectos perspectivos. A su entender, situar una verja a corta distancia de la plataforma sobre la que descansaba la puerta monumental y colocar pedestales con estatuas en su perímetro era un error, pues el monumento no tenía ni la altura ni las condiciones especiales de un arco de triunfo. La Corporación tuvo en cuenta esta opinión, pero también pasó a la Sección de Arquitectura decidir el nombramiento de los dos individuos que debían formar parte del jurado, como así se hizo.
El 6 de agosto de 1873 se comunicó a la Academia a través de la Dirección General de Instrucción Pública que había sido nombrada una comisión por Decreto del 6 de julio del año próximo pasado para la erección del monumento que por Decreto de las Cortes de 1822 se debía levantar en Madrid con objeto de eternizar las glorias de la Milicia Nacional y recordar a las generaciones futuras el combate acontecido el día 7 de julio de aquel año contra las huestes de la reacción y el despotismo. Para este fin debían formularse las bases del concurso, un certamen entre artistas españoles que debía ser verificado y por el que la Dirección General de Instrucción Pública acordó que fuese la Academia la encargada de formular las correspondientes bases.
A fin de llevar a cabo este proyecto, la corporación académica acordó nombrar una comisión mixta de las secciones de Escultura y Arquitectura, quedando finalmente formada por los señores Ponzano, Salces, Cubas y Martín. Reunidos Medina (presidente), Ponzano y Martín (secretario accidental) el 27 de septiembre de 1873, señalaron que antes de decidir cualquier cosa debían saber con prioridad la cantidad que debía de invertirse en la erección y construcción del monumento, el perímetro que debía ocupar y la altura que debía tener, así como la cantidad que se podía ofrecer como premio, aunque eran conscientes que en 1822 se había establecido como premio una medalla de oro en cuyo anverso se leía «La Patria al Genio» y en el reverso «Madrid 7 de Julio de 1822». La Academia estuvo de acuerdo con todo lo emitido por la comisión mixta en la Junta Ordinaria del 29 de septiembre de 1873.
En cumplimiento con lo dispuesto en el artículo 4º del Reglamento de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, se acordó nombrar en 1873 a cuatro individuos que, en representación de cada una de las secciones de la Academia de San Fernando, formasen parte de la Junta consultiva de la referida Academia en Roma. El 23 de octubre de 1873 se reunieron las Secciones, siendo propuesto Cubas por la Arquitectura, Sabino de Medina por la Escultura, Emilio Arrieta por la Música y Carlos Luis de Ribera por la Pintura, nombramientos todos ellos aprobados por el centro académico el 27 del mismo mes.
El 20 de junio de 1874 Cubas fue designado por la Sección de Arquitectura junto con José Amador de los Ríos y Antonio Ruiz de Salces para formar parte de la comisión mixta que debía juzgar las obras presentadas al concurso del Monumento sepulcral del insigne poeta Quintana. Por la Sección de Escultura fueron propuestos Sabino de Medina, Francisco Bellver, Leopoldo A. de Cueto y como suplente Ponciano Ponzano. Las obras de los opositores debían exponerse en la Academia el jueves 25, viernes 26 y sábado 27 de junio desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, volviendo a ser expuestas después de pronunciado el fallo del jurado el miércoles 1, jueves 2 y viernes 3 de julio a las mismas horas.
En una primera votación fueron excluidos 9 proyectos de los presentados, quedando reducidos a 7 los que debían ser examinados en una segunda vuelta. Entre los excluidos se encontraban los de Pérez Pomareda, Esteban Delgado, Alejandro Estrada, Enrique del Castillo, Enrique María Repullés y Vargas, Álvaro Rosell, etc. En la segunda votación ocupó el primer lugar el proyecto marcado con el nº 9, cuyo lema respondía a «Honorate l’altissimo Poeta» y resultó ser de Enrique Coello. En un segundo lugar quedó el nº 1, el cual pertenecía a Felipe Moratilla mientras que el tercero respondía al nº 14, obra de Baldomero Botella. Para el cuarto puesto en la clasificación fue aceptado el trabajo marcado con el nº 16, obra de Godofredo Ros de Ursinos y Martín Almiñana y Guimbeu; el quinto para el proyecto nº 4, de Julio Saracibar; el sexto para el nº 10, de Eduardo de Adaro y Magro mientras que el séptimo para el nº 2, suscrito por Luis Cabello y Aso.
Junto con Francisco Jareño, Cubas fue comisionado el 22 de junio de 1875 para elaborar el reconocimiento del nuevo edificio destinado a establecer las oficinas de la Dirección de la Caja General de Depósitos del Ministerio de Hacienda que estaba a punto de concluirse. Ambos emitieron el informe correspondiente el 1 de julio, tras haber realizado el reconocimiento de la obra y el examen de los planos. Pudieron apreciar su acertada distribución y decoración a pesar de la limitación del local y la construcción especial e irregular del mismo. Describieron la caja de caudales como «construida de planchas de hierro forjado de 2 milímetros de espesor apoyadas sobre bigas de hierro de doble T que á su vez descansan sobre ocho columnas de hierro casi empotradas en los muros, formando el piso de bóvedas tabicadas de ladrillo y yeso de forma á forma y cubiertas por su parte superior con chapas de palastro iguales en espesor á las anteriores unidas con roblones, sobre el cual descansa el pavimento de pizarra y alabastro de debil espesor». Asimismo, vieron como los muros de la caja lo forman chapas análogas de palastro unidas con roblones separadas unos 10 cm de los pasos y los muros que las circundaban, cuyo espacio debía estar relleno de arena. Los muros de los lados Este y Sur eran de ladrillo mientras que los de Norte y Oeste de entramado de madera de 14 cm de espesor, siendo los rellenos de sus cuarteles de fábrica de ladrillo labrados con yeso. El techo estaba formado por hierros «T» que sostenían palastros análogos a los muros, sobre los cuales existían dos tongadas de ladrillo labrado con yeso en sentido horizontal quedando en su centro una apertura cerrada con rejas, siendo realizadas las cubiertas con armadura de hierro y cristal para dar luz cenital e iluminar la caja durante el día.
Tanto Jareño como Cubas fueron de la opinión que la caja estaba bien estudiada para el servicio diario, pero su seguridad dejaba mucho que desear por varios motivos, entre ellos, el espesor de los muros que la rodeaban, algunos de ellos entramados de madera; la estrechez de la puerta de acceso a la caja y no estar ésta en correspondencia con las escaleras, como las armaduras de madera, que en caso de desatarse un violento incendio se propagaría rápidamente.
En este mismo año de 1875, el rey Alfonso XII inauguró el Museo Nacional de Antropología, obra de Cubas asentada en el solar de la antigua casa-museo del doctor Pedro González de Velasco, a través de un acceso «con cuatro monolitos de piedra de Novelda sobre los que descansa un frontón sustentado por columnas jónicas, cada una de una pieza de peso de 1.100 arrobas».
El 20 de noviembre de 1876 se solicitó de la Academia el nombramiento de dos académicos que formasen parte del jurado que debía juzgar los proyectos presentados a la municipalidad para el embellecimiento y mejoras de los Jardines del Buen Retiro (Madrid), a cuya solicitud, la Academia nombró el 22 del mismo mes a Cubas y Ávalos. En vista de que este último no pudo aceptar la comisión se le dio por excusado, siendo nombrado para reemplazarle a Antonio Ruiz de Salces, individuo de la Sección de Arquitectura que habitaba por entonces en la plaza del Cordón, nº 3, piso 3º.
En la Sesión Ordinaria del lunes 2 de abril de 1877, la Academia comisionó a Cubas para formar parte de la Comisión Mixta de Escultura y Arquitectura que debía informar sobre el proyecto de Panteón para el Excmo. Sr. Cardenal D. Luis de la Lastra y Cuesta, último arzobispo de la Diócesis de Sevilla, que se quería erigir en una de las capillas de la catedral. Se trataba de la erección de un panteón modesto, pero decoroso, que cobijase los restos mortales de este personaje ilustre, cuyo proyecto había remitido a la Academia el gobernador eclesiástico. La comisión mixta quedó conformada por los académicos Sabino de Medina (presidente), los escultores Ponciano Ponzano y Elías Martín, y los arquitectos Francisco de Cubas, Antonio Ruiz de Salces y Simeón Ávalos, quienes se reunieron el 16 de abril para censurar el proyecto. Consistía en dos hojas o pliegos, uno con la representación del túmulo y el otro con la planta, la sección y las fachadas del recinto o pequeño ábside que debía contenerlo. Una vez estudiado el proyecto, se dieron cuenta de la «ausencia de detalles que tan indispensables son en esta clase de proyectos para poder apreciar con acierto la propiedad y carácter de los perfiles; la falta de buenas proporciones que se observan en todo el monumento; la carencia absoluta de carácter y el desconocimto completo del estilo que ha pretendido adoptar; la actitud y rigidez de la estatua, su deformidad, su poco acertada colocacion con respecto al reclinatorio, asi como la de ambos con respecto al todo del monumento; el descuido en fin y la incorreccion de los diseños obliga á manifestar que el mencionado proyecto no es digno de la memoria del Ylustre prelado á quien se dedica, ni menos de convertirlo en obra que pudiera ejecutarse y tener decente colocacion en tan grandioso templo».
Mientras que estuvo ocupado en la censura de esta última obra, el Ayuntamiento de Madrid abrió el 26 de julio de 1877 el Concurso de la Necrópolis del Este, al cual se presentaron 6 opositores cuyos trabajos fueron trasladados a la Real Academia para que en el local destinado por la misma permaneciesen expuestos a examen del jurado calificador. Las obras de los opositores llevaban los siguientes lemas: «1º “Exultabunt osca humiliata= Contiene nueve planos en bastidor. Devuelto en 11 de julio./ 2º “Donde se entierren los muertos é se forman los cuerpos dellos en ceniza”= Contiene una cartera con seis planos y cinco bastidores./3º “Sepelice mortuos congrnenter vivis” = doce planos siete de ellos en cartera y cinco en bastidor./4º “El trascendente pensamiento de la necropolis debe realizarse con la grandiosidad del arte monumental en armonia con la Ciencia, la Higiene y una razonada distribucion y embellecido el conjunto Estetico por las formas y colores de la vegetacion ornamental” = Cinco planos en rollos (Devuelto en 22 de Junio 78) /5º “Humititas”= Un pliego cerrado memoria y siete planos en rollo».
El 19 de diciembre de 1877 se cerró el plazo de admisiones, pero en el último momento se presentó en la Secretaría el proyecto señalado con el lema «Pállida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas requmque turres» compuesto de 5 bastidores y una memoria, justo antes de las doce del día que era la hora señalada. Respecto al jurado, el ayuntamiento acordó que estuviese conformado por tres vocales de la Comisión Especial de Cementerios de dicho ayuntamiento; tres doctores de la Facultad de Medicina, dos de ellos nombrados por la Real Academia y el otro de los que componían la Junta Provincial de Sanidad, así como de cuatro arquitectos: dos designados por la Academia de San Fernando, uno por la Escuela de Arquitectura y otro por la Sociedad de Arquitectos, debiendo tener suplente cada uno de los vocales, desempeñando el cargo de secretario el más joven de todos ellos.
La Academia nombró a José Jesús Lallave para formar parte del jurado, pero renunció al cargo en vista de que no podía ser juez en un certamen al que se presentaba un pariente cercano suyo. Posteriormente, fueron nombrados para el mismo fin Simeón Ávalos y Francisco de Cubas, quienes no renunciarían al cargo nada más ser nombrados lo que acarreó grandes problemas, pues una vez convocados para formar parte del jurado fue cuando por «primera vez se formuló como condicion precisa para actuar como jurados el aumento de vocales arquitectos, ó el establecimiento de acuerdos previos que dieran garantías suficientes para asegurar que la opinion de los arquitectos prevaleciera en el Jurado al calificar los proyectos bajo el punto de vista del arte; y entonces fue tambien cuando se colocaron en esa abierta negativa que nada ha suficiente á vencer, no obstante habérsele ofrecido por otro vocal del propio Jurado, que al examinarse los proyectos bajo el concepto de obras de arte, estaría con ellos el voto de todos los demas Sres. Jurados, y despues de haber creado el conflicto es cuando han acudido á la Real Academia dimitiendo el cargo que les habia conferido».
El 14 de febrero de 1878 la Academia estaba confiada de que tanto Cubas como Ávalos cumplirían su deber de desempeñar el cargo para el que habían sido nombrados y al que no habían renunciado oportunamente, aunque en caso de no ser así se nombraría a otros arquitectos en su lugar. Finalmente, los arquitectos renunciaron taxativamente de formar parte del jurado, por lo que en su lugar la corporación académica nombró el 26 de febrero a Eugenio de la Cámara y Antonio Ruiz de Salces en calidad de presidente e individuo respectivamente, nombramientos que hicieron posible que el concurso siguiese su curso. La rapidez con que la Academia había solventado el problema llevó al ayuntamiento a darle las gracias el 17 de mayo de 1878.
Sin embargo, el académico Francisco de Cubas sería el encargado de examinar e informar sobre el sueldo anual que debía disfrutar el autor del proyecto ganador como director de las obras. Su informe, que sería visto en la Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el martes 2 de julio de 1878, reflejaba la dificultad de este asunto teniendo en cuenta que no se había acordado el tiempo que tardarían las obras en llevarse a cabo, lo que hacía imposible asignar el sueldo en proporción a los honorarios que debían devengarse. No obstante, fijó un sueldo de 1.500 ptas. en caso de que las obras fuesen ejecutadas en el plazo de seis años, no como sueldo sino como remuneración de los trabajos profesionales, así como 500 ptas. anuales hasta que finalizasen, en caso de que durasen más de ese plazo. Se suponía que dentro de estas cifras no estaban incluidos el sueldo de los auxiliares facultativos indispensables para el desarrollo del proyecto, el material para los estudios y los medios de traslación al sitio de los trabajos, que sólo por el concepto deberían ser aumentados en un 25% mientras que la Necrópolis no estuviera en el termino jurisdiccional de Madrid. El informe de Cubas fue aprobado por la Academia en la Junta Ordinaria del 8 de julio de 1878.
El 10 de agosto, el Ayuntamiento de Madrid fue poseedor de los tres proyectos cuyos lemas respondían: «Donde se sotierran los muertos y se tornan los cuerpos de ellos en ceniza», «Sepelire mortuos congruenter vivis» y «Humilitas», los cuales habían sido agraciados por el jurado con el 1º premio, y 1º y 2º accésit respectivamente, siendo custodiados en un local del ayuntamiento por ser de su propiedad. Por el contrario, los proyectos no galardonados fueron recogidos y entregados por el conserje de la Academia a sus respectivos autores.
Al tiempo que se estaba llevando a cabo el concurso de la Necrópolis del Este, el alcalde presidente de Madrid remitió a la Academia el 16 de octubre de 1877 la propuesta de varios vecinos de la plaza de Antón Martín sobre trasladar la fuente existente en ella a otro lugar porque estorbaba al tránsito público, era foco de suciedad y no prestaba servicio alguno. Los interesados opinaban que el lugar más apto para su nueva ubicación podía ser el de la Glorieta de los Jardines situado entre el puente de Segovia y el Campo de Moro y parte baja de la Cuesta de la Vega. Dado que la fuente había sido declarada monumento nacional, el ayuntamiento creyó necesario remitir a la Academia la propuesta para que decidiese lo más oportuno, de ahí que el 23 de octubre de 1877 la corporación nombrase a los académicos Sabino de Medina, Francisco de Cubas y Simón Ávalos para que informasen sobre la conveniencia, o no, de dicho traslado.
Vale la pena retomar el expediente remitido a censura de la Academia en 1865, relativo a la adquisición por parte del Estado del edificio conocido como Platería de Martínez ubicado en la calle de Trajineros porque de alguna manera Cubas intervendrá en la obra en 1879. Se trataba de uno de los establecimientos industriales más importantes del reinado de Carlos III, obra de Carlos de Vargas Machuca ubicado en el Salón del Prado, levantado en estilo neoclásico en 1792 sobre las huertas del Noviciado de las Hijas de la Caridad. Tomó este nombre por el platero aragonés Antonio Martínez, pero al poco tiempo de ser construido fue designado con el nombre de la Real Fábrica a fin de impulsar el desarrollo de las manufacturas y factorías vinculadas con las artes decorativas.
Cerró sus puertas durante la Guerra de la Independencia para abrirlas de nuevo y ampliar sus instalaciones en 1836 bajo la dirección del arquitecto Juan José Sánchez Pescador, pero sería clausurado en 1865 y comprado definitivamente por el Estado. En este momento, se solicitó de la Academia un informe con la tasación del terreno, las construcciones existentes y las apreciaciones peritales que había llevado a cabo el arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública.
En respuesta a dicha solicitud, la Junta de la Sección de Arquitectura reunida el 2 de enero de 1869 observó que el edificio se hallaba en la calle Trajineros, que el arquitecto había levantado el plano de la referida finca por la Real Orden del 1 de agosto de 1868 y que el propietario era Pedro Bosch. Asimismo, que el arquitecto había descrito de forma somera las fábricas, los pavimentos, la distribución general de la planta como la carpintería de taller de las puertas, ventanas y vidrieras, por ello, veía conveniente devolver el expediente para que el arquitecto añadiese los datos que se echaban de menos en la tasación, ya que eran indispensables para llevar a cabo un informe razonado.
Por la Real Orden del Ministerio de Hacienda de 23 de abril de 1879, la Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado volvió a remitir el expediente a la corporación académica para su censura, en esta ocasión con la memoria, el plano, el presupuesto y las condiciones facultativas y económicas elaboradas por Francisco Jareño y Joaquín de la Concha. De acuerdo con la junta creada por la Ley del 21 de septiembre de 1876 sobre la construcción, reparación y venta de edificios del Estado y en concordancia con el consejo de ministros, el Rey acordó:
El 10 de junio de 1979, la Academia emitió dos dictámenes diferentes sobre el expediente requerido: uno firmado por la mayoría de sus miembros y otro por los académicos Antonio Ruiz de Salces y Francisco de Cubas. En el primero, la mayoría era de la opinión que el edificio de las Platerías, con 2.456 m2 de superficie, no era apto para acoger las oficinas teniendo en cuenta que ocupaban entonces 10.695 m2 en tres plantas. Respecto a los ingresos, uno proyectado en la fachada principal para el personal y otros dos destinados para el público por las calles de la Alameda y Trajineros, creían más conveniente aprovechar el de la calle de la Alameda como entrada y el de la calle Trajineros de salida. En cuanto al estado de las fábricas, los espesores eran insuficientes para soportar las nuevas cargas como ocurría en alguno de los cimientos, lo que hacía necesario obras de consolidación «recalzando y construyendo puntos de fábrica en cimientos y reforzando los muros de fachada y traviesas con entramados verticales adosados en unos, é incrustando en otros».
Por otro lado, los muros que se proyectaban eran entramados de madera de diferentes marcos, ya aislados, ya refrentados de fábrica de ladrillo como generalmente eran construidos en Madrid. Además, se observó que los arquitectos habían aprovechado al máximo las construcciones existentes con el menor gasto, lo que les había obligado a establecer las crujías de forma irregular, oscilando sus anchos entre los 3 m y 8 m siendo la mayor parte de ellas muy reducidas e impropios de un edificio público. Apreciaron también desproporción en las escaleras e irregularidades en las puertas y los huecos de las fachadas de las calles Alameda y Trajineritos al conservarse la distribución antigua. Por último, echaron de menos entre otras cosas, el aprovechamiento de los materiales procedentes del actual edificio, la fecha de comienzo y conclusión de las obras, la garantía del contratista y el tiempo de su responsabilidad.
En cuanto a la opinión de Antonio Ruiz de Salces y Francisco Cubas, emitieron un voto particular para ampliar el dictamen de la mayoría de los miembros al juzgarlo insuficiente. Lo que más les llamó la atención fue la diferencia entre la tasación dada al edificio de la Platería y la del ex convento del Carmen, ocupado entonces por las oficinas de la Deuda Pública. A ello cabría añadir el mal estado de las fábricas y la necesidad de recalzarlas; la mala ubicación de las oficinas en las Platerías dado el desarrollo de la capital hacia su principal ensanche, como la estrechez de las calles que lo circundaban, poco apropiadas y estrechas para el tránsito público y de carruajes. Por todo lo expuesto, más el coste definitivo que tendría la adquisición del inmueble y su reforma, creían más conveniente el levantamiento de un edificio de nueva planta que el aprovechamiento del antiguo.
El dictamen de todos los académicos puso de manifiesto la mala conservación y duración de lo proyectado que se asimilaba a la de las casas particulares de ligera y barata construcción. Esto, unido a que el edificio entero como el Archivo eran susceptibles de destruirse por un incendio debido a que prácticamente la totalidad de su armazón era de fábrica entramada de madera, la Academia estimó oportuno volver a reconocer el proyecto con una mejor distribución y construcción, aunque resultase más cara.
Aún con todos los estudios realizados, el edificio de la Platería Martínez fue sede de la Delegación de Hacienda, posteriormente de la Junta de Pensiones Civiles y sala de exposiciones para ser derribado en 1920. En su lugar, se erige desde 2001 una fuente conmemorativa del que fue uno de los establecimientos industriales más importantes del Madrid Ilustrado.
Asimismo, Cubas se encargó de formular en este mismo año de 1879 el dictamen relativo al proyecto de un Monumento a San Fernando que el Ayuntamiento de Sevilla quería erigir en dicha ciudad y cuyo autor era Demetrio de los Ríos. Para el arquitecto, el monumento tenía el mérito suficiente como para ser aprobado porque estaba proporcionado respecto al tamaño total del mismo, 13 m de altura, en caso de ser levantado en una plaza cuyas fachadas tuviesen entre 13 y 18 m como estaba previsto. El pedestal estaba formado por 8 nichos, conteniendo cuatro de ellos otras tantas representaciones del río Guadalquivir que vertían sus aguas sobre amplias tazas y estas a su vez las derramaban sobre el gran receptáculo elíptico que circundaba el monumento. Los nichos se encontraban espaciados mediante pilastras y fajas coronadas de capiteles tallados que soportaban arcadas semicirculares en los pequeños y arcos mixtos en los mayores. Por último, sobre la cornisa se elevaba un zócalo proporcionado en el que se asentaba la estatua ecuestre del Santo Rey. El monumento estaba bien diseñado, no obstante, la Academia comunicó a Demetrio de los Ríos que modificase el perfil de la cornisa superior y alguno de los ornatos para ponerlos más acordes y en relación con la época que se quería representar.
En 1880 el nombre de Francisco de Cubas apareció asociado a una de las obras más importantes que se estaban acometiendo en el país desde 1858: la restauración y reposición de la catedral de León. Por la real orden de 6 de julio de 1858 relativa a la designación de dos arquitectos de mérito que reconociesen la catedral y manifestasen las obras necesarias para su restauración, la Sección de Arquitectura celebrada el 12 de junio de 1858, formada por Aníbal Álvarez (presidente), Antonio Conde, Atilano Sanz, Matías Laviña, Eugenio Cámara y José Jesús Lallave (secretario), había acordado elegir unánimemente al académico Narciso Pascual y Colomer con el arquitecto que el mismo designase para cumplir este cometido. Tanto el cabildo de la catedral como los diputados de la provincia creían conveniente que uno de los arquitectos fuese el monje Echano porque además de reunir el título de arquitecto había intervenido en algunas obras del edificio; sin embargo, Pascual y Colomer elegiría para que le auxiliase en estos trabajos al arquitecto José Díaz Bustamante. El 25 de octubre de 1858 el propio Pascual y Colomer remitió a la Academia el resultado de su reconocimiento en cumplimiento del encargo que le había sido encomendado, comunicando el hecho de que lo había tenido que hacer solo en vista de que Bustamante se encontraba ocupado en las obras del ferrocarril de Zaragoza.
El reconocimiento tenía como objeto saber la solidez de sus fábricas y conocer las causas de inseguridad que presentaban algunas de ellas para así poder estudiar y proponer la clase e importancia de la reparación que debía ejecutarse, a fin de devolver al edificio la seguridad que le era necesaria y el uso al que estaba destinado. Comenzando por el estudio de los cimientos que halló sólidos, observó un notable desplome en el tímpano de cantería que cerraba la nave central del templo y que constituía el frontis de la fachada principal. Este mismo desplome se encontraba en el cuerpo saliente de la fachada sur que constituía la entrada al testero del ala derecha del crucero, cuyo movimiento y consecuencias habían sido la causa de dicho reconocimiento. Asimismo, atisbó inminente ruina y pérdida de la curvatura cóncava de la arista que descansaba sobre los dos machones de la derecha, de los cuatro que conforman el crucero y de entre ellos particularmente el más inmediato al coro y sobre el órgano. Del mismo modo, eran extremadamente ligeros los espesores de las fábricas y la mala calidad de la piedra con que estaba construidos los machones y el muro del crucero.
Por todo ello, Pascual y Colomer señalaba como el deterioro era fácil de resolver volviendo su fábrica a su primitivo estado sin ser necesario derribar nada de lo existente ni hacer grandes apeos, aunque tomando las precauciones necesarias, estudiar detenidamente el modo de ejecutar las obras de sostenimiento y realizarlas despacio como parcialmente para no aumentar el movimiento que sufrían. A su entender, la restauración debía llevarse a cabo en dos partes bien diferenciadas: la primera, la más pequeña pero urgente, consistente en el apeo de las dos bóvedas de la nave principal contiguas al crucero y a los dos arcos torales que habían sufrido movimientos, y la segunda, de mayor importancia y más costosa, relativa al levantamiento de los planos del crucero derecho, dando diferentes secciones en proyecciones horizontales y verticales para encontrar los asientos de los nuevos apoyos y consolidar la obra. Insistía en que a fin de dar mayor rapidez a las obras era necesario adquirir cuanto antes las maderas para realizar el apeo de las bóvedas indicadas y los andamios que eran indispensables, como autorizar el pequeño gasto para el levantamiento de los planos y el estudio preparatorio de la restauración.
Por la Real Orden de 3 de mayo de 1859 el arquitecto Matías Laviña reconocería y dirigiría finalmente las obras de restauración de la catedral, remitiendo la memoria de este proyecto el 22 de diciembre de 1860. En dicha memoria recogió las causas del estado ruinoso del templo, las medidas adoptadas para contener los progresos de ruina, los medios de restauración (sistemas de restauración y conservación), el presupuesto razonado de la cúpula y la restauración total de la iglesia. El proyecto sería examinado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de mayo de 1861, no sin antes advertir «que hubiera deseado ver en la memoria del Sr. Laviña algun cálculo de los que sin duda habrá hecho pª comprobar y ayudar las deducciones del raciocinio y de la experiencia; pues ciertamente pocas cuestiones pueden presentarse en la práctica de la Arquitª que mas materia ofrezcan á las investigaciones cientificas; pero no se crea que por esto hace un cargo formal á este apreciable Profesor en quien reconoce la laboriosidad, inteligencia y experiencia suficientes para añadir á los estudios profundos de observacion y criterio que ya tiene hechos sobre este templo todos los cientificos y de cálculo que son necesarios para la completa y feliz resolucion del árduao problema que se le ha encomendado».
Las obras de la catedral siguieron su curso en los años siguientes. El 28 de noviembre de 1862 Laviña remitió a la Academia la marcha de sus trabajos y comunicó haber desmontado todo el brazo Sur; el 15 de febrero de 1863 propuso algunos medios para la restauración y adquisición de vidrieras esmaltadas y el 18 de octubre de 1863 comunicó las vicisitudes de las obras como el estado en que se encontraba el templo, sin embargo, a finales de este año de 1863 se dio la voz de alarma sobre el inminente peligro de ruina en que se encontraba la iglesia a consecuencia del errado sistema de restauración que se seguía. La noticia salió publicada por G. Cruzada Villamil en el Boletín del Arte en España el 19 de noviembre de 1863, encomendándose la dirección de la restauración al arquitecto francés Viollet-le-Duc, único artista que por entonces en Europa podía dirigirla con inteligencia y acierto. Enterada de esta publicación, la Academia creyó necesario el nombramiento de una comisión que examinase todos los antecedentes del asunto, contestase al Gobierno sobre esta obra a fin de aclarar la acusación tan injustificada para el que había dirigido la obra y terminar con las vergonzosas injurias a las que se había enfrentado un profesor de tan buena reputación. Esta comisión quedó conformada en la Junta General del 15 de febrero de 1864 por los académicos de número Aníbal Álvarez, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Enríquez Ferrer, quienes se trasladaron a León a verificar e inspeccionar el edificio emitiendo el correspondiente informe el 20 de marzo de 1865; no obstante, Laviña continuó enviando diseños a la Academia para su censura, como dos planos fechados en mayo de 1864 conservados en el Archivo de la Academia bajo la signatura 2-42-1 y el ejecutado el 16 de enero de 1865 relativo a la planta y perfil de la 3ª portada con la altura de la portada primitiva y la parte existente. Los honorarios devengados por este trabajo fueron solicitados por Álvarez. Peyronnet y Enríquez Ferrer a principios de 1871.
Muerto Laviña en 1868, S.M. solicitó continuar esta obra de suma importancia bajo la dirección del arquitecto Andrés Hernández y Callejo. Al poco tiempo de hacerse cargo de la obra tuvo desavenencias con el prelado diocesano, su cabildo y la Junta de Diócesis al denunciar el estado ruinoso de parte de la antigua fábrica de la catedral. La alarma levantada por el arquitecto tuvo como consecuencia el nombramiento de otra comisión que inspeccionase y reconociese el estado de la restauración y de las obras practicadas. La Academia nombró en su Junta Extraordinaria del 26 de julio de 1866 a los miembros de su Sección de Arquitectura: José Amador de los Ríos, Antonio Cachavera y Langara y Juan Bautista Peyronnet para llevar a cabo este cometido. Dichos vocales remitieron sus trabajos el 28 de septiembre de 1868 y una vez interrogados por separado a todos los interesados se percataron de que contra Andrés Hernández y Callejo se elevaban varios cargos: los puramente administrativos como económicos y haber pretendido alterar el plano adoptado por Laviña; haber intentado demoler ciertos departamentos, miembros arquitectónicos y bóvedas con el pretexto de su estado ruinoso; haber pretendido deshacer parte de la obra ya verificada por su antecesor y no haber asentado ni una sola piedra en la obra desde su nombramiento como director de la misma. La comisión experta opinó que el arquitecto se había extralimitado en muchas de sus atribuciones por lo que estaban fundados todos los cargos que se le achacaban, de ahí que desaprobase su conducta, su inacción por espacio de 6 meses y la alarma que había provocado al cabildo y a la población entera de la ciudad. Por otro lado, desaprobaba la conducta de Hernández y Callejo respecto al ejercicio de su cargo, hecho por el que creía conveniente que no siguiese al frente de las obras.
La incomunicación y los problemas acaecidos entre el arquitecto y el resto de los interesados en las obras de la catedral obligaron a Hernández y Callejo a cesar como director de las mismas el 5 de enero de 1869. Su actuación extrañaba a todo el mundo por cuanto que su amor al arte se había constatado a la hora de llevar a cabo la restauración de la iglesia de San Vicente de Ávila, pero era cierto que en las de la catedral leonesa había demostrado su total incertidumbre respecto a la verdadera idea de la construcción, repetidas contradicciones que le habían llevado a pretender destruir varias fábricas antiguas y miembros arquitectónicos, como a no añadir un solo sillar a la obra. A fin de nombrar a su sustituto, la Sección de Arquitectura acordó la noche del 15 del mismo mes la formación de una terna con los arquitectos más aptos para desempeñar el cargo, proponiendo a Juan de Madrazo y Kuntz, Francisco Enríquez Ferrer y Demetrio de los Ríos. El primero de ellos, Juan de Madrazo, fue nombrado director facultativo de las obras, de ahí que el 24 de marzo de 1874 remitiese a la Academia el proyecto de encimbrado para las bóvedas altas del templo. El mismo arquitecto llamó la atención a finales de 1875 sobre la necesidad de ejecutar a la mayor brevedad la restauración del edificio y asegurar su estabilidad, empezando por terminar las construcciones comenzadas en el crucero central con todo el brazo Sur, la fachada, contrarrestos y respaldos correspondientes, además de las cuatro bóvedas contiguas a dicho crucero, dos sobre el coro y dos sobre el presbiterio. A continuación o simultáneamente, era necesario reconstruir el hastial de Poniente de la nave mayor o lo que es decir, la parte central de la fachada principal comprendida entre las dos torres; construir de nuevo las armaduras de cubierta con todos los emplomados en cresterías, el chapitel central, los pináculos, los remates y los planos de cubierta en sustitución de los defectuosos tejados que entonces cubrían toda la extensión de la catedral; restaurar el cuerpo de campanas de la torre Norte de la fachada principal y rehacer la mayor parte de los arbotantes, la totalidad de la línea de cornisa de coronación y las partes en donde la cantería estaba descompuesta.
Un escrito fechado el 8 de abril de 1876 señala la designación de los académicos Espalter, Amador de los Ríos y Barberi para formar parte de la comisión que debía presentar a los ministros de Gracia y Justicia y de Fomento las exposiciones que la Academia les dirigiese solicitando fondos para restaurar la iglesia catedral. El proyecto suscrito por el arquitecto Madrazo para la reconstrucción del hastial Sur en la zona ocupada por el triforio sería censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de junio de 1876. Estaba constituido por una memoria descriptiva, nueve grandes planos, un presupuesto y los pliegos de condiciones económico-facultativas, trabajos que fueron muy alabados por su acertado estudio.
Tres años más tarde y con motivo del fallecimiento de Deogracias López Villabrille, por entonces individuo de la Junta de Obras de reparación de la Catedral, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de León solicitó de la Academia de San Fernando el nombramiento de un individuo que cubriese su plaza, cargo que recayó en el vocal Juan López Castrillón en julio de 1879. Al año siguiente falleció Juan de Madrazo dejando vacante su cargo en la dirección de las obras, cargo que debía ser cubierto a la mayor brevedad. Tras su muerte, la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en 1849 y reorganizada en 1878, elevó un escrito el 20 de marzo de 1880 proponiendo como homenaje a la memoria del arquitecto la realización de una exposición en la que se exaltase sus estudios, concretamente los referentes a la iglesia-catedral, su laboriosidad y buen hacer profesional. No obstante, en enero anterior había sido remitido su proyecto de obras de terminación del hastial Sur, que sería examinado por Francisco de Cubas en octubre de 1880.
Dejando las obras de la catedral leonesa y volviendo a retomar la actividad profesional de Cubas, sabemos que antes de acabar el año de 1880 se había hecho cargo de las obras de la iglesia y convento de las Salesas de Nuestra Señora de la Visitación en el ensanche madrileño y que el arzobispo de Toledo remitió a informe de la Academia el proyecto que había ejecutado para la erección en Madrid del templo parroquial bajo la advocación de Nuestra Señora de la Almudena. Este último constaba de tres planos con la escala de 1/100 que representaban la planta, el costado y la sección longitudinal de la iglesia, además de otro dibujo en doble escala 1/50 que demostraba la fachada principal. Cubas había proyectado un templo en estilo gótico florido con planta de cruz latina, tres naves, capillas laterales y absidiales. La nave central tenía 13 m de ancho y las laterales que circundaban a la anterior 6 m. Ideó al exterior seis capillas colaterales y cinco absidiales y en la fachada principal había formado un gran atrio cubierto de 14 m de ancho por 10 de fondo flanqueado por dos torrecillas y otras dos más elevadas conformando el frontispicio, en cuyo centro dispuso la puerta dividida en dos partes por una pilastra. Elevó las bóvedas de la nave central a 38 m sobre el pavimento y en el crucero, sobre trompas apechinadas, arcos torales sobre los que descansaba un gran cimborrio octogonal terminado en su parte superior por una aguja. Por último, en el brazo del crucero correspondiente a la Epístola marcó el lugar donde debía situarse el sepulcro monumental ideado para perpetuar la memoria de la Reina Mercedes de Orleans y Borbón.
La Sección de Arquitectura reunida el 19 de noviembre de 1880 examinó el proyecto desde el punto de vista artístico, no constructivo, debido a que faltaban importantes detalles que más adelante remitiría el arquitecto a la hora de llevar a cabo la obra. Digno de elogio fue el hecho de que el autor se ofreciese a realizar gratuitamente todos los estudios del proyecto y los detalles una vez emprendidos los trabajos, además de toda la dirección de la obra, motivo por el que se acordó dejar libertad al arquitecto para introducir todas aquellas modificaciones que, sin alterar esencialmente el pensamiento y plan general, contribuyesen a mejorar el edificio, entre ellas, rebajar la altura de la nave central y la aguja del cimborrio.
Cubas preparó este primer proyecto concibiendo la Almudena como una iglesia parroquial y sepultura para los restos mortales de la Reina Mercedes, pero las convulsiones políticas del país no hicieron posible que saliera adelante todo lo programado. No fue hasta 1881 cuando se terminó el proyecto definitivo y se llevaron a cabo los trabajos de cimentación. El 4 de abril de 1883 se dispuso la primera piedra de la cripta románica y dos años más tarde la iglesia se convirtió en catedral a través de una bula de León XIII.
Tras su muerte, las obras de la catedral siguieron su curso bajo la dirección de Miguel de Olavarría y a raíz de su fallecimiento en 1904 lo fueron bajo Enrique María Repullés y Vargas, quien se encargó de la terminación de la cripta y el comienzo de la iglesia alta. A Repullés y Vargas le sucedió en las obras Juan Moya en 1922 siendo auxiliado por Luis Mosteiro, arquitectos que eliminaron el cimborrio del crucero y vieron la obra paralizarse con la llegada de la Guerra Civil en 1936.
Como podemos apreciar, el proyecto de la catedral fue una obra pendiente a lo largo de décadas, pero en 1944 se quiso concluir siendo necesario para ello la apertura de un nuevo concurso nacional, cuyo jurado calificador otorgó el premio a Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro. Ambos arquitectos iniciaron las obras en 1950 y en vista de que tan sólo se habían construido la cripta y algunos pilares pudieron variar el estilo original neogótico que le había conferido Cubas por un estilo de traza clásica al exterior como introducir una cúpula barroca en el crucero para conservar un estilo común con el edificio del Palacio Real, teniendo en cuenta la relación de altura de ambas edificaciones, motivo por el que rebajaron la nave del templo para someterla a la horizontal del palacio.
Por otro lado, como arquitecto de la Diócesis de Madrid-Alcalá, Cubas formuló en 1885 el proyecto de reparación de los claustros contiguos a San Jerónimo el Real y la construcción de un edificio destinado a instalar una sección del seminario conciliar. La importancia de esta obra monumental siempre ha radicado en que se trata de uno de los templos más importantes de Madrid en estilo ojival y a que desde la época de Felipe II hasta el reinado de la reina Isabel II se verificaron en él las Cortes del reino y las juras de los Príncipes de Asturias. Este es el motivo por el que su estado de conservación siempre ha preocupado, de ahí que en 1861 se decidiera su reparación a expensas de S.M el rey Francisco de Asís bajo el proyecto de Francisco Pascual y Colomer debido al estado de abandono en que se encontraba. Por entonces, ya se había perdido el claustro plateresco y algunas galerías de su entorno.
Más que una restauración las obras de Pascual y Colomer fueron una modificación porque se hicieron de nuevo todas las molduras de las ventanas, las cresterías, torrecillas, pináculos y las torres adosadas al ábside, elementos inexistentes en la obra original. Todos estos elementos fueron tomados de la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, de donde se sacaron los moldes para vaciar la ornamentación de las fachadas y hacerlas con barro cocido y cal hidráulica. Colomer demolió las partes inservibles del complejo reduciéndolo a lo que hoy existe, la iglesia y el claustro, y sustituyó la antigua fachada respetando la portada primitiva, pero añadiendo una nueva decoración escultórica.
Llegado el año 1865, la parte baja del coro se destinó a parroquia del Buen Retiro por la demolición de la pequeña capilla existente en el patio de entrada a dichos jardines cedidos por el Ayuntamiento después de la Revolución de 1868 y el templo pasó a manos del Estado. Transcurridos algunos unos años, el deterioro del complejo fue evidente obligando a la reparación de las armaduras de cubierta y tejados, obras comenzadas el 8 de septiembre de 1879 y terminadas el 7 de febrero de 1880, además de la restauración general del templo que dio comienzo a principios de septiembre de 1880 y finalizó a finales de este mismo año.
Por decreto de 16 de mayo de 1883, la iglesia fue erigida en parroquia y Enrique María Repullés y Vargas comenzó ciertas obras de restauración para las que tuvo que hacer un estudio exhaustivo de la obra, poniendo de manifiesto que los materiales empleados habían sido la mampostería, el ladrillo y hasta el tapial, siendo solo de piedra las pilastras, nervios, claves, bóvedas del coro y algún que otro elemento. Observó que la fachada principal tenía un porche en arco rebajado que albergaba una portada ojival sin más ornato que unos pequeños escudos en sus enjutas. Encima de la fachada existía un vano apuntado y sobre él otro pequeño de forma cuadrado. La fachada terminaba en una cornisa sencilla coronada por una almena árabe y a ambos lados se erguían contrafuertes rematados con pináculos.
El templo tenía la fachada principal al oeste siguiendo la tradición cristiana y un testero formado por un ábside poligonal con una torre a cada lado para cerrar el perímetro. La única nave de la iglesia medía 10,50 m de ancho por 47 de longitud hasta el arco de la capilla mayor flanqueado por 5 capillas a cada lado de 4, 10 m de fondo. En cuanto a las alturas interiores contadas desde el pavimento medían: 19, 25 m a la clave superior de la bóveda del crucero; 17, 60 a la de la nave principal; 12,40 m a la parte superior de la imposta y 8 m al piso de coro.
Las bóvedas de las capillas eran dos de crucería estrellada, pero hubo que derribar una por su avanzada ruina, quedando solo como bóveda de crucería la primera entrando al templo por la derecha. El resto de las bóvedas eran baídas y sobre las seis capillas fuera del coro existían tribunas. El estilo del templo seguía siendo ojival del último periodo característico de la época de los RR.CC. y tenía similitudes con el templo del convento de Santo Tomás de Ávila, fundación de los mismos monarcas.
Adyacente al templo se levantaba un claustro que rodeaba la construcción, el monasterio estaba unido al Palacio del Retiro del que tan solo quedaba el Museo de Artillería y por detrás lindaba con las alamedas del Retiro. El acceso desde el templo al claustro se realizaba a través de la segunda capilla y el crucero. La sacristía ocupaba a oriente del claustro el mismo lugar de la antigua derruida por su mal estado de conservación y estaba formada por muros de tierra cubierta con alfarjes. Tan solo quedaban de dicho claustro de piedra berroqueña bien labrada cinco arcos de medio punto en cada uno de los lados divididos por columnas monolíticas sobre pedestales sosteniendo un cornisamento. Por encima de ellos se disponían otros tantos arcos más rebajados coronados por una cornisa con canecillos. A su vez, constató la desaparición de todo el forrado de plomo de las limas de los tejados por lo que las aguas pluviales recalaban en la parte superior de los muros separando sus revoques y la podredumbre de algunas maderas de la armadura eran evidentes. Por el contrario, no vio quiebras en muros y bóvedas, tampoco descomposición en los materiales. Los muros construidos de mampostería de pedernal y machos de ladrillo conservaban su aplomo, las bóvedas cuyos nervios y claves eran de piedra caliza como los pilares no tenían movimiento alguno y la armadura de cubierta se hallaba sólidamente construida y atirantada.
Teniendo en cuenta el estudio previo y el estado del templo, que vio en mejores condiciones de lo que esperaba, creyó necesaria su consolidación como las obras correspondientes al ornato. De este modo, las obras consistieron en la introducción de una nueva cubierta en las capillas del costado sur, la reposición de algunas maderas y la consolidación de la única nave con maderas, gatillos y tirantes de hierro. También el repaso del tejado y la reposición de nuevas limas, el revestimiento del vuelo de las cornisas con plomo, la construcción de varios arbotantes en el costado norte, la preservación de los muros frente a los agentes atmosféricos y el cese de la humedad existente en el interior y la parte baja de los muros del ábside debidas a filtraciones de antiguas canalizaciones subterráneas.
Por otro lado, la armadura de la sacristía, cuyos antiguos muros de tapial habían sido sustituido por otros nuevos con mejores materiales a partir de un zócalo de cantería, estaba en mal estado como la escalera de subida a las tribunas. En estos momentos, la nueva sacristía y las habitaciones para el cura y dependientes quedó conformada por una crujía contigua al crucero del templo por el lado de la Epístola y por el claustro a Oriente, quedando destinada a un establecimiento de enseñanza.
En cuanto a las obras de decoración efectuadas por Repullés, el arquitecto pretendió decorar su interior acorde con el estilo y la época de su construcción al percatarse de la existencia de numerosos postizos añadidos a lo largo de los siglos. Por este motivo, su proyecto consistió en ornamentar las claves de las bóvedas con hojas y flores de lis en recuerdo de la dinastía que reinaba, al tiempo que con castillos y leones las que sostenía el piso del coro por formar el escudo real de España. Adoptó en los huecos de las tribunas el arco conopial formado por una moldura cubierta de follaje apoyada en ménsulas. Dichos huecos al interior quedaban divididos en tres partes iguales a través de parteluces que eran haces de columnas con basas y capiteles con el ábaco corrido, coronados por arcos ojivales equiláteros decorados con trazados geométricos.
Respecto a las puertas, el esquema ideado fue parecido al anterior, excepto que fueron diseñadas a través de un arco deprimido cóncavo y una moldura en forma de arco conopial rodeando todo el hueco al exterior portando un pináculo y frondas. Todas las ventanas del templo se cubrieron con vidrieras pintadas en París por J.B. Anglade y tanto los muros del templo como las bóvedas y escayolas se pintaron al temple y óleo imitando sillares con anchas juntas según se construía en la época de la fundación del templo, utilizándose los tonos característicos de la piedra caliza. La imposta que recorría todos los muros bajo el arranque de las bóvedas se pintó con una inscripción que resumía la historia del edificio, utilizándose un carácter de letra similar a la de otros templos de su misma época.
Aun con todas estas obras acometidas, el claustro se halló dos años más tarde hundido como las construcciones adyacentes, motivo por el que S.M dictó la Real Orden de 24 de septiembre de 1885 para la reparación de los claustros y las obras de nueva planta de un edificio destinado a Seminario Conciliar de la diócesis, obras encomendadas a Francisco de Cubas y González Montes. Para su ejecución, tuvo que realizar los planos pertinentes, el presupuesto, el pliego de condiciones y la memoria del proyecto, en la que dedicó una parte a relatar la historia del edificio con las reparaciones sufridas y los usos que se le habían dado hasta la fecha.
Como consecuencia de la Real Orden de 1885, promulgada con motivo del hundimiento que se había producido en el claustro debido a las construcciones adyacentes, Cubas pretendió salvar la diferencia de nivel entre las calles Moreto y Alarcón con muros de contención coronándolos con antepechos y aprovechar el momento para cegar las aguas perdidas de las cubiertas del templo dándolas la conveniente salida. A su vez, aprovechar las últimas alineaciones que habían dejado un espacio considerable alrededor de la obra para proyectar una crujía que circundase los claustros e introducir una escalera en las dos plantas que se trataban de edificar destinadas para salones, cátedras, bibliotecas, diversas dependencias para los altos estudios eclesiásticos y dos viviendas para el rector-director, a fin de dejar independientes los servicios parroquiales y los del seminario.
Reseñó la altura de estas plantas que debían ser iguales a las de las arcadas que circundaban el patio para no restar importancia al templo; el estilo que debía adoptarse en el nuevo edificio, el cual debía ser igual a la de los primeros años del siglo XVI, pero conservando la decoración del patio que era de fecha posterior y «peor gusto», creyendo conveniente su «refundido, limpieza y arreglo [...], cerrando sus arcos en las dos plantas con grandes vidrieras pues el claustro á que dan es el único paso de servicio para la independencia de todo el edificio»; la necesidad de llevar a cabo la restauración de algunos elementos decorativos que habían sido dañados por el paso del tiempo, teniendo presente los malos materiales con los que habían sido ejecutados, además la revisión de toda la cubierta del templo sobre las limas y canalones dada la cantidad de goteras que destruían de continuo las armaduras y las bóvedas del edificio.
Cubas completó la memoria con el pliego de condiciones de los contratistas y los materiales que eran necesarios utilizar, entre estos últimos la cal pura que debía provenir directamente del horno y ser apagada en la obra por fusión; el yeso puro bien cocido proveniente directamente del horno; la arena exenta de partículas terrosas, preferentemente de ría; el ladrillo, las tejas y las baldosas de la clase y dimensiones usadas en la localidad, así como la madera procedente de Cuenca. A continuación, procedió a describir la ejecución de las obras para después señalar una serie de disposiciones generales relativas al contratista, los operarios, el arquitecto director de la obra y la contrata. Finalmente, incluyó las condiciones económicas y el presupuesto de la obra, calculada en 315.459 pesetas con 99 céntimos.
El proyecto y la memoria facultativa conservadas en el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando no debieron llegar a buen término por cuanto que el texto de los apartados «Ejecución de las obras» y «Presupuestos de las obras» aparecen tachados. A ello cabría añadir el hecho de que el Ministerio de Fomento solicitó de la Academia en 1993 ante la Real Orden del 22 de diciembre último la realización de un informe para ejecutar las obras necesarias en el claustro. La corporación académica a través de su Comisión Central de Monumentos respondió que era intolerable el deplorable estado en que se hallaba la obra, pero también que el 12 de noviembre de 1885 se le había remitido a la Junta Diocesana de Construcción de Templos el proyecto ejecutado por Cubas, haciéndolo la Junta Diocesana al Ministerio de Gracia y Justicia el 19 del mismo mes, sin que hasta la fecha hubiera existido resolución alguna al respecto. Por tanto, en vista de estos antecedentes y la existencia del proyecto de Cubas, el cual respondía perfectamente a lo dictado en la Real Orden del 22 de diciembre de 1892, la Comisión Central de Monumentos y la propia Academia no tuvo más que aportan sobre este tema, solo que el ministro de Gracia y Justicia lo aprobase definitivamente.
En 1886 Cubas fue nombrado junto con Ruiz de Salces, Ponzano y Medina y Martín, para formar parte de la comisión que debía proponer las bases para la erección de un Monumento al historiador P. Juan de Mariana en la ciudad de Talavera de la Reina (Toledo). La obra fue encargada al escultor Eugenio Duque, quien después de tener elaborado el modelo para ser fundido en bronce se enteró que la comisión había acordado el 22 de noviembre la suma de 250 ptas. como contribución de la Academia a la construcción del monumento. Tres años más tarde le vemos interviniendo en la parroquia de Santa Cruz de Madrid, en cuya portada se evidencia la preferencia por las columnas neogóticas sirviendo de apoyo a varias arquivoltas y el cuidado tímpano con el relieve de Aniceto Marinas representando la Apoteosis de la Cruz, enmarcado por un gablete de tracería medieval.
En 1891, Cubas se ocupó del proyecto de reparación de la iglesia parroquial de Colmenar de Oreja (Madrid), en virtud de la Real Orden del 2 de agosto de 1887. Para este fin remitió una breve memoria con la descripción del templo y la destrucción del mismo por un incendio que había afectado a la armadura, la cubierta que cubría las naves, el chapitel, el reloj y la escalera de la torre. La memoria iba acompañada del pliego de condiciones facultativas y económicas; varios pliegos con precios simples y compuestos; un plano con la planta y el alzado de las obras que debían ejecutarse; un detalle a mayor escala de las piezas que debían componer la armadura, sus cortes, atados, etc., y por último, el presupuesto general calculado en 25.822 pesetas con 6 céntimos. La Sección de Arquitectura aprobó el proyecto en la Junta celebrada el 17 de abril de 1891.
Al año siguiente estuvo ocupado en el proyecto del edificio de viviendas para arrendamiento de su propiedad ubicado en la calle Jorge Juan, nº 16 esquina a Lagasca, nº 23. Como cualquier obra perteneciente al Ensanche se caracterizó por su distribución interior en torno a un patio, su fábrica de ladrillo al exterior y una entrada de carruajes independiente de la entrada principal al ser un edificio en chaflán a dos calles. Su principal valor estético radicó en la maestría del ladrillo visto presente en la fachada, ejecutada con un aparejo a tizones y juntas muy finas resaltando las jambas, los dinteles de los huecos y las líneas de imposta, pero también por sus balcones con barandilla de forja y miradores acristalados.
Compaginó la profesión de arquitecto con la carrera política, ya que en 1892 llegó a ser alcalde de Madrid, al año siguiente diputado y entre 1896 y 1898 senador por Ávila. Murió en Madrid en 1899 y sus restos descansan con los de su esposa, Matilde de Erice y Urquijo, en una capilla de la cripta de la catedral de la Almudena.
Arquitectura. Arcos, escuelas, edificios para exposiciones, edificios para fábrica de tabacos, alcantarillas, acueductos, edificios para oficinas de Tesorero de rentas, edificios para aduanas, circos, teatros, cementerios, colegios y casinos, 1863-1885. Sig. 2-42-4; Arquitectura. Catedrales. León, siglo XIX. Sig. 2-42-1; Arquitectura. Jardines, siglo XIX. Sig. 2-43-8; Arquitectura. Edificios religiosos, siglo XIX. Sig. 2-43-2 ; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5bis; Arquitectura. Monumentos públicos, placas conmemorativas, lápidas, sepulcros, alineaciones urbanísticas, etc., siglo XIX. Sig. 2-28-3; Arquitectura. Plazas de toros, mercados, puertas, puentes, observatorios, hospitales, teatros, torres, murallas, museos, institutos, ministerios, siglo XIX. Sig. 2-43-1; Comisión Central de Monumentos. Comisiones Provinciales de Monumentos. Madrid y Subcomisión de Monumentos de Alcalá de Henares, 1880-1906. Sig. 4-47-1; Comisión de Arquitectura. Arquitectos. 1852. Sig. 2-14-3; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 90; Libro de registro de matriculados en la EEA desde el curso 1845-1846 hasta 3l de 1858-1859. Sig. 3-152; Sección de Arquitectura. Informes. Edificio las Platerías de Martínez en Madrid, siglo XIX. Sig. 2-43-7; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., 1885. Sig. 5-192-2; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., 1890-1893. Sig. 5-183-1; Secretario general. Académicos correspondientes, honorarios, de número, supernumerarios y electos, siglo XIX. Sig. 1-53-4; Secretario general. Académicos de número. Discurso de ingreso del Marqués de Cubas (Francisco de Cubas y González Montes, 1826-1899), que hace unas consideraciones generales en torno a la Arquitectura, 1870. Sig. 5-186-11; Secretario general. Académicos por la Sección de Arquitectura, siglo XIX. Sig. 1-53-5; Secretario general. Enseñanza. Expediciones artísticas de los discípulos de la Escuela Especial de Arquitectura a: Toledo (1849), Salamanca (1853), Guadalajara (1854) y Granada (1856), 1849-1856. Sig. 1-32-5; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1799-1847. Sig. 1-48-6; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1832-1865. Sig. 1-50-2; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1856-1878. Sig. 1-51-1; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglo XIX. 1-51-2; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-1; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-50-3; Secretario general. Enseñanza. Pensionados. Arquitectura, 1802-1867. Sig. 1-49-7; Secretario general. Expedientes de Académicos Correspondientes, siglo XIX. Sig. 1-53-8; Secretario general. Lista de alumnos, 1845. Sig. 5-67-1; Secretario general. Matrículas, 1848-1859. Sig. 5-80-1; Secretario general. Solicitudes de ingreso, 1845, nº 56. Sig. 5-67-3.
Otras fuentes: Edificio de viviendas de la calle Jorge Juan, nº 16 esquina Lagasca, nº 23, propiedad del Marqués de Cubas. Proyecto fechado, firmado y rubricado en Madrid, el 28 de junio de 1892, por Francisco de Cubas. Sig. 9-482-33 y 10-151-1 (AVM); Museo Nacional de Antropología de Madrid. Sig. 10-104-109 (AVM); LEVY, Miguel, Tratado completo de higiene pública. (Traducido y adicionado con notas por José Rodrigo). Madrid: Librería de los Señores Viuda de Calleja é Hijos, 1846; REPULLÉS Y VARGAS, Enrique María, Restauración del templo de San Jerónimo el Real. Madrid: Fortanet, 1883.
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM
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