Nació en ¿Madrid? en 1726 y murió en Talavera de la Reina (Toledo) el 4 de septiembre de 1786. Como alumno de la Academia de San Fernando opositó en 1745 a una de las plazas de pensionado que la corporación convocaba en Roma por las Tres Artes. En este momento también optaron a ellas el pintor Antonio Velázquez, el escultor Francisco Gutiérrez y los arquitectos Alejandro González Velázquez y Diego de Villanueva, quien no marcharía finalmente a Roma después de haber obtenido la plaza en primer lugar.
Como pruebas de habilidad para la oposición, los arquitectos elaboraron el 3 de febrero de 1746 «la portada de un Palacio con su vestíbulo, de orden Jonico, el que avian de dibuxar ligeramente en planta, alzado, y corte; todo lo qual se executó puntualmente, dando el asumpto el Sor Viceprotector al Conserge […]» y el lunes 14 del mismo mes «una Capilla mayor, con su Presbiterio, y con pilastras del Orden Corintio, retablo de colunas aisladas, con estatuas y Custodia, y con puertas â los lados del Presbiterio, demostrando sus fachadas y perfiles», asunto que había sido elegido por el maestro director Juan Bautista Sacchetti.
Después de las votaciones secretas quedó aprobada en primer lugar la obra de Villanueva, quien debía gozar el sueldo de 500 ducados de vellón, y en un segundo lugar la de Alejandro González Velázquez; no obstante, existió la particularidad de que también quedó aprobada la de Miguel Fernández, otro de los cuatro opositores por la arquitectura. En vista de este hecho, se acordó entonces que en caso de que por algún motivo no pudiese pasar a Roma uno de los aprobados en primer y segundo lugar fuese Fernández quien ocupase su plaza, dado que a la edad de 19 años había asistido frecuentemente a los estudios de la Academia con notoria suficiencia.
El 20 de junio de 1746 el Rey Fernando VI acordó que Fernández fuese a Roma al renunciar a su pensión Alejandro González Velázquez, ya que era arquitecto aprobado por la Junta Preparatoria. El 19 del mes siguiente se concedió a los pensionados una ayuda de costa de 50 doblones de oro para el viaje. Según un escrito, los becados debían viajar bajo la dirección de Alfonso Clemente de Aróstegui, auditor de la Sacra Rota por la Corona de Castilla, y embarcarse en la Escuadra de Navíos de la Religión de San Juan que, según se decía, estaba próxima a pasar desde el puerto de Cartagena a Barcelona. Junto con los pensionados por la arquitectura irían Antonio Velázquez por la pintura y Francisco Gutiérrez por la escultura.
El 9 de enero de 1747 partieron de Madrid y el 16 de febrero de 1747 llegaron a Marsella, embarcándose en un navío maltés para continuar rumbo hacia Italia. El 3 de mayo Carvajal y Lancaster dio cuenta de que tres de los pensionados habían llegado a Roma (Antonio Velázquez, Miguel Fernández y Francisco Gutiérrez y que todos ellos solicitaban una ayuda de costa.
Miguel Fernández continuó disfrutando de la pensión hasta 1758, tiempo en el que remitió a la Academia numerosos diseños para que la Academia apreciase sus adelantamientos en la arquitectura, entre ellos tres planos de un ¿Palacio italiano? (del A-1681 al A-1683) fechado en 1748; otros tres de Un palacio arzobispal o episcopal (del A-4425 al A-4427) datados en 1752 y dos sin fechas de Una iglesia (A-4423 y A-4424).
Debido al mérito de sus obras de pensionado le fue concedido el grado de académico de mérito el 1 de abril de 1757. En el Inventario de 1758 se reseñan 9 diseños que fueron realizados y remitidos desde Roma por Miguel Fernández, para que los profesores viesen sus adelantamientos en la arquitectura. Éstos respondían a 3 dibujos en planta y elevación de una universidad «Ahumados y maltratados»; 4 diseños de un palacio y 2 en planta y elevación de un templo.
En 1760 fue nombrado teniente de arquitecto mayor de la obra del Palacio Nuevo, el 13 de abril de 1762 ascendió a la plaza de teniente director de la Academia y en 1764 arquitecto de la Real Casa de Aposento.
Su nombre aparecerá asociado a las nuevas obras de la iglesia de San Francisco El Grande (Madrid). Respecto a las obras de dicho templo, el 28 de abril de 1761 Ventura Rodríguez comunicó al Reverendísimo Padre Guardían de San Francisco su más profunda alegría al saber que había sido elegido para idear la nueva iglesia que necesitaba su convento. Pronto se puso a levantar el plano del terreno y a ejecutar sobre él los diseños de una iglesia proporcionada a la comunidad religiosa, como la disposición de las calles que debían servir a su uso. Diseñó la fachada frente a la Carrera de San Francisco y cortó algunas habitaciones del convento para dar la debida extensión a la nueva iglesia.
El 13 de septiembre de ese mismo año, José de Hermosilla comunicó el haber examinado la planta de la nueva iglesia ejecutada por el religioso fray Francisco Cabezas, de cuyo examen indicó que la iglesia «es un circulo mui capaz, y bien dispuesto; comprende en su periferia (ademas de la Capilla maior, y Portico) otras seis capillas de proporcionada magnitud, dispuestas entre si con diferente Yconografia y conservando su ingreso uniforme a lo principal de la Yglesia./ La Capilla maior es mui hermosa, y despejada; comunicase con oportunidad a la sacristia, y otros parages, quedando con una extension mas que suficiente para la colocacion del altar, y demas usos de su titulo./ El Portico ó Atrio sobre que se situa el coro: ademas de su magnificencia es de mui buena diosposicion; comunicandose con el combrento ê Yglesia sin embarazo. […]. La elevacion de la Yglesia es de dos ordenes de Architectura mui bien colocados: en el primero se contiene vajo su Architectura las seis capillas laterales, y ademas un espacio competente para teivunas con que quedan decorados los espacios de los Machones: sobre su cornisa (sirviendo de Ymposta) nace el arco de la Capilla maor, y el del coro de igual magnificencia, y simetria./ El Segundo orden que con su Pedestal carga sobre el primero, abrazando los dos arcos referidos, forma el tholo para sostener la cupula en que se remata el edificio./Estos dos ordenes de Architectura son el corintio, y el compuesto [...]./ El Coro (que como ya he dicho) esta sobre el Atrio, ademas de su extension, tiene la excelencia de no deformar la Yglesia, como sucede en todas las que tienen coro alto [...]./ La elevacion exterior es de tres Cuerpos ó ordenes de Architectura; Dorico, Jonico, y Corintio. […] / En quanto a su fortificacion, aunque se me ofrecio el reparo (y lo propuse al autor) de que la Boveda o cupola con que cubria la Yglesia empezaba a disminuir con delicadeza y terminaba con la misma; me satisfizo modestisimamente con algunas razones que me hicieron fuerza/ La primera, Que no le ponia linterna o cupulino, auqnue parecia en la Planta su demarcacion, en cuio caso no teniendo este peso que sufria, no era tan precisa la crasicie de la cupola como le daria si hubiese de llevarles./ La segunda, Que no siendo la mencionada cupola semiesferica, y si aguda (como se ve en el Perfil) podia mui bien mantenerse con menos grueso./ La tercera, que dandole una competente elevacion a los estribos, Vgª hasta el primer tercio, y disminuiendolos insensiblemente vajo el cubierto ô emplomado, quedaria aun con demasiada fortaleza./ La quarta, que atendiendo a la estructura, y enlace de todo el edificio, comparando los vanos y mazizos respective, y formando un calculo de su proporcion y empuje, resultaria lo vastante y aun algo mas para su subsistencia, mucho mejor construiendolo con buen material, como es de creer; no siendo regularmente el mas o menos grueso de los muros, lo que sostiene el empuje de las vobedas sino la buena construccion y los buenos materiales, y de esto la experiencia es el mejor testigo [...]». Ante todo lo expuesto, Hermosilla fue de la opinión que el proyecto del religioso era bueno en todas sus partes, aunque no se hubiesen terminado aún los perfiles y la elevación; además, el religioso era un buen geómetra, arquitecto teórico y práctico como instruido en la buena construcción, por lo que era capaz de desempeñar la dirección de esta obra y de otra cualquiera de mayores fábricas.
Por el contrario, el 16 de septiembre de 1761 Diego de Villanueva opinó que dicho religioso se encontraba más instruido en la práctica que en las reglas y preceptos de la buena arquitectura, parecer que basaba en la falta de grueso de la media naranja que había encontrado en los borradores presentados. También que no podía formar un juicio exacto del proyecto con el plan de tierra y algunos otros borradores de diferentes alzados que habían sido ejecutados al no estar claros, por lo que creía necesario remitirlos de nuevo, pero ya concluidos.
José de Castañeda expuso también su opinión sobre la suficiencia de este religioso y la solidez de la obra del templo el 17 de septiembre. Por un lado, no dudaba de su profesionalidad por cuanto tenía noticias de que había trabajado con satisfacción en otras muchas obras fuera de Madrid y, por tanto, podía desempeñar satisfactoriamente la ejecución de esta nueva iglesia, pero respecto al segundo punto encontraba bastante robustez y solidez en algunas partes mientras que debilidad en aquellas que sufrían el mayor empuje.
En este mismo día, fue Ventura Rodríguez quien contestó a estos mismos puntos sin poder informar en pro o en contra del religiosos porque no conocía obras de su mano, sin embargo, respecto a la solidez de la iglesia, «[...] no se da en muchas partes toda la fortificacion que se necesita, por que los pilares, y paredes de las dos Capillas de los lados de la mayor, que dan á los pasos que salen de ella señalados en la planta num. 5, no tienen el cuerpo que necesitan para resistir el empuje de los arcos de las ornacinas, y el peso que encima ha de cargar, faltando por consiguiente el fundamento necesario a dar los gruesos proporcionados a la elevacion del pie derecho, ó cuerpo de luces de las mismas Capillas [...]. Las paredes del pie derecho, o cuerpo de luces de las seis capillas de los lados del Templo no tienen suficiente grueso, como se vè por los cortes, ó perfiles de lineas simples a lapiz que se me han manifestado, donde solo hái la duodecima parte del vano, ó diametro de las cupulas que han de substentar, debiendo al menos tener la decima parte, como advierte Carlos Fontana en la Descripcion del Templo Vaticano libro 5. Cap. 24. [...] dar los gruesos correspondientes ès la parte mas principal para la firmeza de qualquier edificio, no basta esta sola, por que es menester igual atencion a la calidad de los materiales [...], advirtiendo unicamente, que por ser la obra proyectada un Templo circular de 120 pies de diametro, su vano, y 205 de altura, con los agregados de capillas, de diferentes formas, y coro, cuvierto de una Boveda de 80 pies de diametro, pide el todo de ella, que en su construccion no se omita dilixencia alguna para su seguridad […]».
Al día siguiente, el 18 de septiembre, Francisco Sabatini comunicó que había realizado el examen de los diseños en el propio convento junto con Hermosilla y que al igual que este ingeniero de los ejércitos creía necesario dar algo más de grueso a las paredes sin variar la idea principal; asimismo, que el religioso era más que suficiente y capaz para poner en práctica su diseño. Por último, Christian Rieger dio su aprobación al proyecto, aunque no llegó a entrar en el particular examen de las paredes por no estar instruido en las calidades de los materiales de Madrid y sus cercanías.
La Junta Particular celebrada el 19 de septiembre de 1761 fue convocada para ver los dictámenes de los directores de arquitectura, Rodríguez, Villanueva y Castañeda, así como el parecer de los académicos de honor José de Hermosilla, Francisco Sabatini y del propio Christian Rieger, de cuyos dictámenes resultó que el religioso Cabezas era hábil para hacer la obra, pero con la prevención de que aumentase su fortificación.
Siete años mas tarde, el 5 de noviembre de 1768, fueron remitidos a la Academia dos planos, dos perfiles y dos alzados presentados por Antonio Pló en los que demostraba los métodos que podían elegirse para continuar la iglesia de San Francisco, como los de Cristóbal Álvarez de Sorribás conducentes a reducir la altura del templo, los cuales serían reprobados el 12 de febrero de 1769.
Cumpliendo con el trabajo que le había encomendado la Academia, a finales de 1768 Diego de Villanueva reconoció y midió la obra que se estaba construyendo bajo la dirección de Francisco Cabezas siendo continuada por Antonio Pló, de cuyo reconocimiento ejecutó un plano y los perfiles demostrativos observando que los cimientos estaban hechos de buena mampostería y bien firme en todas sus partes; las bóvedas con la misma mampostería y buena ligazón; los basamentos firmes y hechos de mampostería pisada, revestidos sus frentes de ladrillo en forma de dientes, y por último, que los arcos exteriores de las capillas con los que formaban los interiores y las pechinas para formar los anillos estaban construidos con yeso y ladrillo, mismo material con el que estaban ejecutadas algunas bóvedas detrás de los pilares del medio de la iglesia.
Estos mismos pasos fueron dados por Francisco Sabatini, quien tras la Junta General celebrada por la Academia el 23 de diciembre en la que se le había solicitado su dictamen acerca de la marcha de las obras, indicó en febrero de 1769 haber observado algunas quiebras en diversas partes, lo que le indujo a hacer unas calas para examinar los cimientos encontrando que algunos macizos cargaban sobre vano y por consiguiente sobre falso suelo. Esto parecía haberse originado por haber cambiado fray Francisco el pensamiento después de tener hecha la fábrica a la altura de las bóvedas, ya que había hecho un nuevo replanteo de la iglesia, como también por los materiales y el mecanismo de la construcción adoptado, pues los materiales se habían empleado sin ninguna uniformidad, misma regla o método debido a que en una parte se había empleado la cal y en la otra el yeso. Del mismo modo, se percató de que los machones estaban levantados de mampostería y con parte de guijo teniendo una camisa exterior de ladrillo fino de medio pie de grueso, fábrica a su entender no muy segura si se quería recibir peso en ella. Por otro lado, observó el poco gusto de la arquitectura de la obra, lo que significaba que fray Francisco no había seguido en todo la planta presentada y aprobada por la Academia, ni las prevenciones como advertencias que los profesores le habían manifestado.
El 12 de febrero de 1769 Miguel Fernández junto con Ventura Rodríguez presentaron por orden de la Academia el plano de las obras del nuevo templo de San Francisco y el dictamen que, en su vista, habían formado para su construcción. Al mismo tiempo, el académico Francisco Sabatini presentó los planos, la elevación y un papel con el estado en que había encontrado la obra y los defectos cometidos en su dirección y construcción por Francisco Cabezas. No obstante, la Academia vio y reconoció también con mucha atención las ideas propuestas por Antonio Plo y Cristóbal Álvarez de Sorribas para concluir el templo. En estos momentos se leyeron de nuevo todos los papeles de fray Francisco Fraile, todos los antecedentes de este asunto y los dictámenes de José de Hermosilla, Francisco Sabattini, Pedro de Silva, Pedro Martín Cermeño, Ventura Rodríguez y Miguel Fernández, acordándose comunicar a Fraile la resolución tomada con los siguientes términos: «[…] en la Junta ordinaria del 12 del corriente vio la Academia el plan para esta nueva Yglesia rubricado del Secretario de Aiuntamiento de esta villa, una fachada del mismo templo, estos dos papeles concluidos, y dos perfiles en lineas de lapiz, todos quatro firmados de Fr. Fran.co Cavezas, los quales remitio V.R. a mis manos en 22 de Noviembre del año proximo, se vieron tambien el plan y alzados de la obra executada por aquel Religioso, hechos de orden de la Academia por el Director de Arquitectura Dn. Diego Villanueba. y otro plan que del mismo edificio, y con la propia orden hicieron el Director D. Ventura Rodriguez, Maestro maior de Madrid, y el Teniente Director Dn. Miguel Fernandez, con los informes y dados por escrito por todos tres, del estado actual y del metodo con que está construida la Obra; vieronse igualmente los dos proyectos, que para concluirla ha dispuesto Dn. Antonio Plo; y otro que para el mismo fin ha trabajado Cristoval Alvarez Sorrivas... Tuvieronse presentes los dictamenes, que antesde empezarse la obra, dieron de Orden de la Academia, los Sres. Academicos de honor D. Joseph de hermosilla, D. Franco. Savattini, Pe. Cristiano Rieger, los Directores Dn. Ventura Rodriguez, D. Diego Villanueva, y el Teniente director Dn. Joseph de Castañeda con la aprobacion, que en virtud de ellos a ruego de O.R dió la Academia a la Otra, y al Religioso; con la prevencion de que aumentase fortificacion en aquellas partes, en que algunos vocales la echaron de menos, y le tenian advertido los sres. Hermosilla, y Savattini de que pase aviso a U.R. en 20 de Septiembre de 1761».
Plo expuso que, en atención a la falta de caudales y que como en adelante sería preciso hacer alguna parte del convento donde la comunidad estuviera segura, era necesario rebajar la altura de la iglesia todo lo posible como ya lo había hecho en las plantas. Asimismo, que los religiosos y bienhechores querían que la fábrica se concluyese según y como lo decía él, pero la Academia acordó que, atendiendo al bien de la comunidad, «[…] Fr. Franco. Cavezas en la direccion de esta obra, no solo no se arreglo como debia á la planta que en Septiembre de 1761 le aprobo la Academia, dando los gruesos, y fortificacion, que se le previno, sino que al contrario consta que la vario, y alteró á su capricho, muy substancialemente, quitando mucha parte de la solidez que representaba la misma planta, y dejando los muros esteriores tan debiles, que estan ia rotos, y abiertos, aun sin haber recivido pesos ni empujes. Que ademas de este enorme perjuicio, y daño, que reside en el corazon de la otra, tiene el de la mala construccion pr. haver usado el ieso, donde no debia emplearse y por el mal metodo con que estan fabricados los machones. Por todo lo cual la Academia reprueba todo lo que esta edificado, asi por haverse alterado, y variado lo que aprobó, como por no haverse observado las reglas de la buena construccion:... Que reprueba enteramente las dos ideas de D. Antonio Plo, y la de Cristoval Alvarez de Sorribas ...., y por el arreglado, y util empleo de las limosnas, con que contribuyen para ella los bienechores, se detengan, y conserven en su archivo los quatro papeles firmados por Fr. Franco. Caveras; los planos, y alzados hechos por los Directores […]».
Como podemos apreciar, los señores a los que la Academia había solicitado su parecer en la Junta Particular del 12 de febrero de 1769 lo habían emitido, sin embargo, hay que destacar el hecho de que, por otra parte, tanto José Feliz Palacios y Diego José de Ochoa como fray Felipe de Yebes y fray Francisco Javier Gutiérrez midieron en común y en particular los pilares más estrechos que formaban el recinto de la iglesia, presentando el plano con las medidas el 5 de abril.
El 16 de abril de ese mismo año de 1769 la Academia celebró su junta en la casa del marqués de Sarriá, momento en que, con la asistencia de Ventura Rodríguez y Diego de Villanueva, se trataron las disputas de estos profesores acerca de la firmeza del nuevo templo. Más tarde se solicitó permiso para que los arquitectos del Reino de Aragón, Julián Yarza y Pedro de Ceballos, pudieran reconocer toda la obra, edificio que reconocerían y cuya solidez y firmeza constatarían, como el no tener los defectos que algunos arquitectos habían señalado.
En agosto de 1769 Villanueva y Juan Tami remitieron a la Academia sus respectivos proyectos para la iglesia, los cuales fueron reconocidos por Hermosilla, Ventura Rodríguez, Sabatini, Miguel Fernández y Luis Lorenzana. Una vez examinados, Ventura Rodríguez no estuvo de acuerdo con las ideas de Villanueva porque no ponía remedio a la solidez del edificio, aunque el proyecto no dejaba de tener su mérito. A su entender, Sabatini reprobaría enteramente la propuesta de Tami, siendo más asequible el de Villanueva siempre que el profesor diese fortificación a las partes que los necesitasen, misma opinión que tendría Miguel Fernández sobre este asunto.
Años más tarde, la institución académica recibió seis planos de Ventura Rodríguez en plantas, fachadas y secciones del convento e iglesia de San Francisco El Grande, cuyos marcos de cristal serían costeados por dos de sus discípulos, los directores Juan Antonio Cuervo y Julián Barcenilla (12 de noviembre de 1824).
Aparte de la intervención de Miguel Fernández en esta obra madrileña, sabemos que el 16 de abril de 1765 y por la Real Orden del 11 de febrero dio su parecer en calidad de teniente de arquitectura sobre el método más apropiado para el mayor aprovechamiento de los alumnos pensionados en Madrid y Roma. También dieron su parecer otros profesores, como Ventura Rodríguez, el director general Felipe de Castro, Diego de Villanueva y José de Castañeda. Para Villanueva era necesaria la suspensión de las pensiones por su escasa utilidad respecto al fin que se proponían, creyendo más conveniente repartir su gasto en premios particulares y en proponer los asuntos sobre conocimientos del arte. Pero estos asuntos no debían basarse en trazar una cornisa, un capitel o un templo entero, ya que por sí solos no eran arquitectura sino figuras que adornaban y se usaban en diferentes ocasiones. A su entender, el arte comprendía desde la casa más rústica hasta la del hombre más grandioso y su estudio conformaba tres partes fundamentales: la comodidad, la firmeza y la hermosura, ya que eran el objeto, el sujeto y el lugar, pero a su vez se dividían cada una de ellas en otros tantos conocimientos imprescindibles para el futuro arquitecto. Los premios debían repartirse según las partes que componían este estudio, porque si no fuese así se estaría premiando a delineadores y no a arquitectos. Del mismo modo, era necesaria la colección de una serie de doctrinas generales de las que se componía el cuerpo de estudio de la Arquitectura y una vez formado era imprescindible la publicación de premios para cada parte, empleando en ellos el gasto de las pensiones. Para las becas en Roma, no se podían elegir sujetos porque no había ninguno que hubiese estudiado las doctrinas propias de la arquitectura, ni formado un buen gusto según el antiguo, o capaz de sostener en cualquier parte el crédito de la Nación. En Roma no había estudios públicos ni metódicos de la arquitectura, por lo que era imposible la concesión de pensiones en Madrid o en la Ciudad Eterna, ni premios particulares, incluso generales. Esta opinión nos ha llegado gracias a un escrito del arquitecto fechado en Madrid el 8 de marzo de 1765.
Respecto a la opinión del director de arquitectura Ventura Rodríguez, había sido expuesta anteriormente en la Academia el 20 de septiembre de 1755, pero el arquitecto la volvería a exponer el 5 de mayo de 1765. A su entender, los pensionados en Roma debían practicar los ejercicios conducentes a adquirir el pleno conocimiento de la Arquitectura, tanto teórica como práctica, bajo las reglas fundadas en la doctrina de Vitruvio. Para conseguirlo, debían agregarse a un maestro/s y tratar de comunicarse con los profesores de pintura y escultura, dado que estas tres artes se ayudaban mutuamente. Era fundamental para el alumno el conocimiento de las tres partes de la Matemática (Geometría, Aritmética y Perspectiva), base de todas las demás partes de la arquitectura, siempre que sus reglas fuesen aplicadas a la práctica. Los discípulos debían ejercitarse en el dibujo delineando los monumentos en su todo y en sus partes (plantas, elevación y cortes), los perfiles de todas sus molduras, cornisas, arquitrabes y capiteles con los ornatos tallados; también los frisos, plafones y lacunarios o techos, señalando los cortes, despieces y la colocación en que estaban construidos, sujetándolo todo a la medida del pie castellano. Con el «Dibujo, fabrican, y se archivan una memoria con que lograrán conocer y tener siempre á la vista las buenas proporciones, estylo, buen gusto, y Construccion de los Antiguos Romanos, y les quedarán firmes los exemplos para autorizar conellos las óbras que se les ófreciere egecutar como la practicaron Bramante, Alberti, Bonarroza, Petrucio, Serlio, Viñola, Paladio, Bernino, y todos los que hán immortalizado su nombre con el acierto que sus óbras publicas dejandonos preceptos, en ellas, yero sus escritos».
Señalaba igualmente la importancia de la distribución de los edificios privados o particulares, debiendo ser proporcionados a los sujetos que debían habitarlos; la obligatoriedad de que los becarios remitiesen un dibujo cada año a la Academia de Madrid para que se observasen sus adelantamientos; la asistencia y la práctica de los pensionados en alguna fábrica de consideración que estuviese a cargo de algún gran arquitecto para hacer prácticas y experimentos y así aprender el modo de unir con solidez los materiales en cimientos, paredes, arcos, bóvedas, cornisas y techos; el estudio de la maquinaria y la estática para mover, elevar y conducir los pesos, la gravedad de los cuerpos y los empujes de las bóvedas y arcos; el conocimiento de todo tipo de materiales y el cálculo de las fábricas para averiguar su coste; saber de albañilería, cantería, carpintería, terrería, cerrajería, vidriería, jardinería y la fundición de metales. Respecto al último año de la pensión en Roma, los discípulos debían tomar a su cuidado y dibujar una de las obras de los antiguos y remitirla a la Academia de San Fernando, para que sirviese de ejemplo a los alumnos de Madrid y se viesen sus adelantamientos. Al tiempo que realizasen los ejercicios, debían instruirse en la costumbre de la antigua y moderna edificación romana, por lo que les era necesario la lectura de los libros de historia, entre ellos los de Maffei, Montfaucon, Guillermo Choul y particularmente el de Vitruvio.
En cuanto a los pensionados en Madrid, Ventura Rodríguez creía necesario que cada uno estuviese bajo la dirección de un arquitecto académico de mérito que le instruyese en todas las doctinas; la asistencia obligatoria por las noches al estudio y ejercicio del dibujo en la Academia por ser una de las partes más dificultosas que tenían que saber; la presentación de un dibujo en la Junta Ordinaria que la corporación académica tuviera establecida y que hubiese ejecutado en el mes precedente, para ver su aplicación y si era digno de merecer la beca del mes siguiente. Esta parte teórica se complementaría con la práctica obtenida en la asistencia a alguna obra junto a su director, momento en que podrían medir, delinear, practicar operaciones y conocer las partes de la construcción. Para finalizar, puntualizó que aquellos pensionados en Roma que dejasen de enviar obras, descuidasen, omitiesen o se retrasasen en sus adelantamientos y en la observancia de las leyes que se les impusiese, se les podría privar de su beca a la tercera amonestación y serle dada a otro alumno. Por último, para los pensionados de la Madrid proponía dos premios en dinero de 1ª y 2ª clase a los discípulos que mejor desempeñasen los asuntos que les fuesen señalados, debiendo responder éstos a partes de la arquitectura proporcionadas.
El teniente director de arquitectura José de Castañeda dejó su opinión acerca de la consecución del fruto de la enseñanza y el aprovechamiento de los discípulos y pensionados que debían concurrir a la sala de arquitectura en un escrito fechado el 12 de junio de este mismo año de 1765. A su entender, nunca se podría conseguir este objeto sin un acuerdo o estatuto que determinase las materias que pendían de otras ciencias diferentes a la arquitectura y que concurrían como principios y elementos a perfeccionar por un buen arquitecto, así como de todas las partes de la arquitectura que debían enseñarse. Mencionó el curso propio a la enseñanza de este arte del que ya se habían compuesto algunos tratados, a fin de que existiese una sola doctrina, aunque los profesores que la enseñasen fuesen diferentes, ya que la confusión existente venía motivada por la diversidad de métodos didácticos de los profesores. Esto conllevaba que los alumnos concurrieran a las aulas fuera de la Academia para instruirse en Matemáticas y Física experimental con su consiguiente retraso y aburrimiento, de los cuales sólo llegaban a terminar la carrera la mitad. El método de enseñanza voluntaria entre los profesores debía cambiar, como las pensiones que se estaban concediendo. En su lugar, se distribuirían por clases de tiempo unos premios equivalentes a dichas pensiones para los alumnos más aventajados, no concurriendo más que aquellos cuya asistencia constase a los directores. Respecto a las pensiones en Roma debían ir aquellos sujetos en quienes concurriese una edad proporcionada y estudios complementarios de la arquitectura, cuyas facultades contribuyesen a perfeccionar las artes y quienes estuviesen dotados de una buena educación para poder tratar a los sujetos de mérito que se encontraban en países extranjeros. Creía necesario también que el alumno pensionado, además de estar en Roma, viajase al resto de las ciudades principales de Europa donde podría estudiar no sólo los monumentos antiguos sino también los modernos, e hiciese otro por España donde existíiese tanto que observar y aprender.
Quedaba por exponer el parecer de Miguel Fernández, quien lo hizo el 16 de abril de ese mismo año señalando estar de acuerdo tanto con las pensiones en la Corte como en Roma en la forma en que se estaban llevando a cabo. No obstante, puntualizaba que las obras de los pensionados en Madrid no deberían votarse conjuntamente por los profesores sino cada uno por separado y antes de que pudiesen comentar algo sobre las mismas con los demás. Las pensiones en el extranjero debían también subsistir, pero ser concedidas a los alumnos galardonados con algún premio en la Academia. No creía conveniente que los becados estuvieran bajo la dirección de un pintor, pues éste no podría explicarles ni darles reglas oportunas para su adelantamiento, pero sí que cada dos años enviasen a la Academia de Madrid un diseño de invención trabajado sin auxilio de otra persona para luego ser votados en una junta de profesores.
Por muerte de Juan de Villanueva, Miguel Fernández fue elevado a director de Arquitectura el 5 de julio de 1774 y a director de Persepectiva el 11 de noviembre de este mismo año, cargos que le llevaron a ejecutar numerosas comisiones para la Academia.
Además de implicarse en los estudios de los pensionados fue comisionado en 1775 junto con los arquitectos directores y tenientes en el examen del proyecto de conducción de aguas a Pamplona. El 21 de marzo, el diputado de Pamplona entregó varios diseños relativos al asunto y una vez citados los cuatro profesores competentes tan sólo Ventura se presentó, no haciéndolo Miguel Fernández, Juan de Villanueva ni Juan Pedro Arnal; no obstante, todos observaron que faltaba en los diseños el plano topográfico que describiese el terreno, desde el nacimiento u origen del agua hasta los términos de la ciudad a donde debía ser conducida, hecho por el que acordaron desaprobar el proyecto presentado. El 24 de marzo, el diputado entregó otros tres diseños sobre el mismo tema, especificando que el ingeniero francés Francisco Gency se encontraba haciendo el último plano que faltaba y que entregaría más adelante. Finalmente, los diseños de la conducción de las aguas serían aprobados por la Academia en la Junta Ordinaria del 1 de octubre de 1775.
En colaboración con Juan Pedro Arnal, Ventura Rodríguez y José Moreno, elaboró el 20 de enero de 1778 el informe relativo a los diseños de la iglesia de Sot de Ferrer (Castellón), remitidos desde Valencia y suscritos por Maura Minguet. Los profesores manifestaron algunos reparos respecto a la fortificación y solidez de la obra, sin embargo, no lo hicieron presente debido a la naturaleza de los materiales de aquella ciudad. Se percataron de que el autor había procurado imitar a algunos autores en lo que a proporciones totales del orden corintio se refiere y que podría haber dado mayor proporción al templo si en el ámbito de la entrada hubiera introducido un pórtico en el espacio comprendido entre los primeros machones y las dos capillas primeras con dos altares cada una, dejando en las dos naves colaterales sus puertas correspondientes a la fachada. No vieron arreglado el ornamento de la cornisa en cada una de las partes y, además, la ventana del medio interrumpía y cortaba el arquitrabe sin razón alguna. Del mismo modo, eran de poco gusto los vaciados, nichos, jarrones y el pedestal que sostenía la cruz y por el mismo estilo se encontraban los ornatos interiores del templo. Por último, el orden dórico de la torre estaba mal entendido, ya que los espacios entre los triglifos y las metopas se hallaban mal ejecutados, y la mezcla de los dentellones con las ménsulas en la cornisa era extravagante.
El propio Ventura Rodríguez diría de la obra: «[…] la forma de su Architectura es por un estilo que se aparta del puro y cenzillo qe debe seguir de los buenos, y aprovados exemplos de los mejores Autores, que condenan la multitud y superfluidad de que este Diseño abunda, ademas de las muchas faltas de symetria que contiene como del mismo parece; por lo que soy de sentir no se debe poner en execución tal obra[…]».
El 29 de noviembre de 1785, Manuel de Carranza remitió a informe de la Academia los autos y los planos ejecutados para la reparación de la iglesia parroquial de Navalcarnero (Madrid). Ya el 23 de junio de 1780 los vecinos de este pueblo habían avisado de la necesidad de reparar su iglesia que amenazaba ruina y su evidente ampliación debido al creciente numero de vecinos. El Consejo dio esta comisión al teniente director de arquitectura Juan Pedro Arnal, quien reconoció el estado de la obra y propuso lo más conveniente, levantando los planos y formando las condiciones correspondientes. Arnal evacuó el encargo el 2 de mayo de 1785, evaluando las obras en 322.000 reales en caso de hacerse por Administración, lo que creía conveniente, sin embargo, antes del reconocimiento efectuado por Arnal, Alfonso Regalado Rodríguez había ejecutado otro el 12 de marzo de 1785 a instancia de varios vecinos que coincidía en su informe con el que haría Arnal meses más tarde, ya que había presupuestado la obra en 324.000 reales. Finalmente, Miguel Fernández acabó censurado el expediente de orden del viceprotector, opinando que la obra debía ejecutarse con arreglo a los planes señalados por Arnal y no por los de Regalado Rodríguez, parecer que comunicó a la corporación académica el 13 de febrero de 1786.
El 9 de marzo de 1786, el conde de Floridablanca solicitó el dictamen de la Academia sobre la resolución que debía tomarse respecto a una consulta hecha por el Consejo al Rey el 4 de febrero anterior, sobre de la necesidad de demoler el coro, la entrada y los tránsitos inmediatos del monasterio de San Basilio (Madrid) y edificar de nueva planta otras obras equivalentes, según había resultado del reconocimiento y el dictamen realizado por los arquitectos Ventura Rodríguez, José de la Ballina y Miguel Fernández, todos ellos nombrados por el alcalde de aquel Cuartel. La opinión de estos arquitectos se oponía a la del provincial, que se basaba en las declaraciones hechas por los arquitectos Vicente Barcenilla y Antonio Berete, hecho por el que S.M. solicitó de la Academia el nombramiento de otros profesores para solventar esta disyuntiva, siendo nombrado con este objeto Francisco Sánchez en la Junta Particular del 2 de abril de 1786.
El 3 de mayo de ese mismo año la Real Junta de Hospitales instruyó un expediente suscitado por la Comisión de Fiestas de Toros con el arquitecto Juan de Villanueva, sobre la seguridad de dicha plaza. Parece ser que cuando a Villanueva se le había cuestionado sobre este asunto no lo había hecho con la claridad suficiente como correspondía a este tipo de obras, ya que no había solicitado el permiso para ejecutar las corridas ni tampoco las dejaba hacer. «Si se resolviese á lo primero se sugetaria à la Censura de cometer un atentado, mediante los recelos y temores de un Profesor tan sabio y tendría reparo justo el Govierno, para dàr su licencia, à pesàr de que la Plaza se ha mantenido muchos años hace, tan fírme con los reparos y fortificaciones, que se han hecho, que no se ha movido siquiera una tabla en tantos y tan numerosos concursos, como se han visto en ella y de que el que se está haciendo de toda la Armadura nueva del Tejado, dejandole mas bajo, parece podia contribuir à dàr mayor seguridad al edificio, qe la que tenia los años antecedentes; Y si determinase lo segundo, podría sufrir con sobrada razon, la nota de no haver desempeñado el cargo de mirar, como debe, el Patrimonio de los Pobres, pues abandonaba un producto de seiscientos mil rs liquidos, estando la Hospitalidad con tantos atrasos, y teniendo ademas que sufrir muchos quiebros en los desembolsos echos para Caballeros, Toros, Arrendamientos de Dehesas, y algunos abonos, que forzosamente se han de hacer á varios de los toreros, que se hallan aquí, haviendo sido llamados, sin quedar à cubierto con todas las diligencias, que se puedan practicar en asunto tan interesante […]».
Ante este hecho, Manuel de Pineda solicitó de la Academia en nombre de la Real Junta de Hospitales, el nombramiento de varios profesores que, con el previo examen y el reconocimiento de la obra, diesen su parecer sobre este asunto. La corporación resolvió el problema rápidamente pues en la Junta celebrada el 4 de mayo se nombró a Miguel Fernández y Manuel Martín Rodríguez para llevar a cabo el reconocimiento.
Una vez consolidada la Comisión de Arquitectura, su primera junta tuvo lugar el 21 de abril de 1786, acudiendo a ella los siguientes directores, tenientes de arquitectura y académicos de mérito: Miguel Fernández, Juan de Villanueva, Pedro Arnal, Manuel Martín Rodríguez, Francisco Sánchez, Manuel Machuca, Alfonso Regalado Rodríguez y José Moreno, este último en calidad de secretario. En esta reunión se estipuló que los expedientes a ella remitidos serían devueltos a cada uno de sus destinatarios después de su censura para darle el curso correspondiente, siendo uno de los primeros el constituido por dos diseños en planta y alzado de un altar para Olite, firmados por león Gómez el 30 de noviembre de 1785, los cuales serían reprobados por su «estropeada Arquitectura». Le siguieron tres dibujos ejecutados por Julián Sánchez, veedor de alarifes de la ciudad de Murcia, remitidos por el contador general de Propios y Arbitrios del Reino para la construcción de una nueva cárcel en Villena, cuya fachada principal y lonja estaban construidas, los cuales corrieron la misma suerte al no caer las puertas y ventanas en medio de los arcos, tener la puerta principal un pilar delante y no tener ventilación la prisión. A continuación, lo fue el relativo a la construcción de un puente anejo al Molino del Picazo (Villanueva de la Jara) y los elaborados por Pedro Escolano para la construcción de la iglesia colegial en la villa de Ribadeo, igualmente reprobados por sus proporciones y el mal gusto de sus ornatos.
Hasta ahora, hemos hecho mención a las actividades de Miguel Fernández como individuo con cargos en la Academia, pero es necesario citar alguna de sus obras más reconocidas, entre ellas el retablo mayor de la iglesia de San Antonio de los Portugueses (Madrid), cuyas esculturas fueron ejecutadas por el escultor Francisco Gutiérrez; la reparación de la iglesia de las monjas de las Maravillas con su retablo mayor y tabernáculo (Madrid) y el convento e iglesia del Temple de la orden de Montesa (Valencia).
Antes de morir, la Junta de la Comisión de Arquitectura reunida el 12 de julio de 1786 le comisionó para hacer el nuevo dibujo del altar o retablo mayor de mármoles para la Santa Iglesia Catedral de Lérida y dar la instrucción correspondiente sobre el mismo. Su muerte fue notificada a los miembros de la Corporación en la Junta Ordinaria del 5 de noviembre de 1786, no obstante, su nombre volvió a reseñarse en las juntas académicas posteriores, concretamente el 3 de diciembre de ese mismo año al ocupar hasta entonces la plaza de director de perspectiva y tenerse que cubrir, siendo propuesto para ello en primer lugar Agustín Navarro.
Arquitectura. Iglesias parroquiales, 1751-1790. Sig. 2-33-1; Arquitectura. Reconocimientos de obras, 1779-1862. Sig. 2-27-5; Comisión de Arquitectura. Arquitectos, alarifes y maestros de obras, 1758-1846. Sig. 2-23-6; Comisión de Arquitectura. Informes, 1758- 1815. Sig. 1-28-5; Comisión de Arquitectura. Informes. Convento de San Francisco El Grande, 1761-1770 y 1824. Sig. 2-32-3; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1757-1769. Sig. 3-82; Libro de actas de juntas ordinarias, generales y públicas, 1786-1794. Sig. 3-85; Libro de actas de la Comisión de Arquitectura, 1786-1805. Sig. 3-139; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1746-1807. Sig. 1-48-1; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, 1761-1878. Sig. 1-50-4; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, mediados del siglo XVIII hasta 1861. Sig. 1-50-5; Secretario general. Enseñanza. Pensionados, siglos XVIII y XIX. Sig. 1-48-7.
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM
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