Hijo de Julián Hernández y Escolástica Callejo nació en Arévalo (Ávila) el 17-19 de octubre de 1820, siendo bautizado dos días más tarde en la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. Ganó dos cursos de Lengua castellana y latina en Arévalo bajo la dirección del bachiller en leyes y catedrático de Humanidades Salvador de Acuña, en cuyos exámenes anuales públicos fue premiado con una medalla de distinción por su aplicación y aprovechamiento.
Acuña expuso los conocimientos y los trabajos desarrollados por su discípulo durante el tiempo que estuvo trabajando bajo su dirección en una certificación fechada en Arévalo el 29 de octubre de 1835, con las siguientes palabras: «ha analizado [¿verdido?], y traducido sobre los A.A. Clasicos de la Antigua Roma á ntra lengua Patria y sobre los de esta á la Latina adquiriendo en dichos ejercicios un conocimiento mas que mediano, el suficiente á mi juicio para poder entender el estudio de las ciencias sobre el mecanismo y estructura ó llamese Gramatica comparativa de ambos idiomas: como asimismo de la Fabula ó Mitologia con las leyes de la verificación para inteligencia de los Poetas. Igualmente ha practicado todos los actos de piedad y religión que se prescriben en el ultimo Reglamento vigente que rige estas Escuelas de Latinidad, con nota de buena y sanas costumbres».
Posteriormente se trasladó a Madrid para cursar la carrera de arquitectura en la Academia de San Fernando. Desde 1840 a 1845 asistió al estudio particular de José María Guallart, arquitecto titular de la provincia y ciudad de Guadalajara, con quien se ejercitó en el estudio de los edificios antiguos y modernos, en la copia y el lavando de planos, en ejercicios de composición de proyectos y asistiendo a la práctica de las obras que estaban a su cargo. Fue empleado primero en la Hacienda Militar y después como delineante en la Dirección de Caminos, plaza que ganó por oposición.
Bajo la dirección del profesor e ingeniero de caminos Pedro Celestino Espinosa estudió en 1842 Dibujo topográfico, mientras que entre 1842 y 1843 cursó y aprobó la enseñanza de Física en la Academia de Ciencias Naturales bajo la dirección de Eduardo Rodríguez, doctor en Ciencias Filosóficas y catedrático de Matemáticas en la Universidad de Madrid, ingeniero civil de la Escuela Central de Artes y Manufacturas de París y profesor de Geometría en la Escuela Normal. Asimismo, entre 1842 y 1843 aprobó Mecánica Industrial en el Conservatorio de Artes bajo las enseñanzas del profesor Cipriano Segundo Montesiero.
Fue discípulo del 2º curso de Matemáticas en la cátedra pública a cargo de Eugenio de la Cámara, en el año académico que dio comienzo el 3 de noviembre de 1844 y concluyó el 30 de junio de 1845. Durante ese tiempo se impartieron la segunda y tercera parte de la Geometría elemental, Trigonometría rectilínea, Geometría práctica, Ampliación del álgebra a la geometría, Secciones cónicas, Teoría general de las ecuaciones, Funciones, Series y Cálculo de las diferencias.
Solicitó del Gobierno la dispensa del corto periodo de tiempo que le faltaba para cumplir los 25 años, edad reglamentarios para poder ser examinado en la clase de arquitecto. A través de un informe remitido por el Ministerio a la Academia, la Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el 22 de julio de 1845 examinó la solicitud de dispensa, pero fue S.M la Reina quien le concedería dicha gracia, no sin antes advertir a la corporación académica que cuando fuese aprobado no recibiese el título ni ejerciese la profesión hasta tener cumplida la edad exigida.
El 8 de septiembre de 1845 Hernández Callejo expuso a la Academia que en virtud de la real orden por la que se le dispensaban los días que le faltaban para cumplir los 25 años, presentaba como prueba de pensado para recibirse en la clase de arquitecto el proyecto de una Escuela especial de bellas artes (del A-217 al A-224) con su informe facultativo y el avance del coste de la obra, la partida de bautismo, la certificación de sus estudios en Arévalo, la de los dos cursos de Matemáticas aprobados, los de Física y Mecánica industrial, la certificación de práctica librada por su maestro particular José Maria Guallart y la justificación de su conducta moral y política.
La Junta de la Comisión de Arquitectura celebrada el 13 de septiembre de 1845 examinó la obra y los documentos aportados, acordando el pase del pretendiente al resto de los ejercicios de reglamento por la totalidad de sufragios. Fue admitido en la Junta Ordinaria Extraordinaria del 24 del mismo mes, fecha en la que le fueron sorteados los programas de repente. Le tocaron en suerte los números 14, 6 y 105 nuevos, que respondieron respectivamente: «trazar una Carcel incombustible con las salas de Juzgado y oficinas correspondientes. Planta, fachada y corte geométricos», «Un Puente para un Rio, cuyo ancho ó alveo se supone de ciento ochenta pies castellanos: se demostrará por planta, alzado y corte, una de sus pilas con el pilotaje, zampeados y cimiento; la construccion de sus arcos y cortes canteriles» y «Monumento de Arquitectura que se ha de erigir á la digna memoria de Miguel de Cervantes en la Plaza mayor de Alcalá de Henares. Plantas y alzados». De los tres programas escogió el nº 14, es decir, una Cárcel incombustible con juzgado (A-994), elección que comunicó a la corporación el 20 de octubre.
La Junta de Examen tuvo lugar el 20 de diciembre de 1845 asistiendo a ella como vocales los profesores Juan Miguel de Inclán, Antonio Conde y González, Atilano Sanz, Aníbal Álvarez, Eugenio de la Cámara y Marcial Antonio López. Cotejada la obra de pensado con el ejercicio de repente que el interesado explicó una vez entrado en la sala, se procedió a la realización del examen teórico. Hernández Callejo principió este nuevo ejercicio explicando la geometría y sus líneas; el uso de las líneas trigonométricas para la resolución de los triángulos, sus analogías, diversas especies y usos; los medios prácticos de resolver los triángulos por la plancheta, el grafómetro y otros instrumentos auxiliares; la elipse y su formación, la parábola y la hipérbole; las ideas generales para la construcción de una cárcel y el pensamiento de esta clase de edificios, sus muros, puertas comunes, ventilación, los medios de inspección, el aseo y la salubridad. A continuación, las de un hospital, la distribución de sus estancias y la clasificación de las enfermedades. Después las condiciones de un cementerio y las precauciones como los medios para plantearlos. Por último, se centró en el uso de las piedras, su elección y labra; la cal y sus calidades; la preparación del mortero y las cales hidráulicas; los replanteos y el modo de ejecutarlos.
Satisfechos los examinadores con las obras ejecutadas como con las explicaciones y las contestaciones dadas a las preguntas formuladas le hallaron con mérito para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido en la Junta Ordinaria del 4 de enero de 1846, a los 25 años de edad.
Tres años más tarde le veremos trabajando en el proyecto de restauración de la basílica de los Santos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta (Ávila), cuyos planos fueron aprobados por la Academia en la Junta General del 9 de abril de 1849. Comenzada en el siglo XII y concluida en el siglo XIV, el templo fue estudiado por la Comisión Provincial de Ávila al ser conocedora que en 1848 gran parte de la nave lateral derecha se hallaba arruinada y gracias a las numerosas donaciones fue posible la ejecución de su reparación de mano de Andrés Hernández Callejo.
La Junta de la Sección de Arquitectura celebrada el 27 de marzo de 1849 había nombrado a Atilano Sanz para la realización de la revisión del presupuesto ejecutado por Hernández Callejo. En vista de los planos presentados a censura se vio que, aunque faltaba el informe práctico facultativo, el presupuesto estaba arreglado, detallado y conforme a una obra de este tipo, difícil, poco común y muy costosa. En cuanto a los 20.000 reales que el arquitecto solicitaba por sus honorarios parecieron bien evaluados teniendo en cuenta que había diseñado la planta completa del templo, las fachadas principal y posterior, las laterales y las secciones, además de los correspondientes al estado en que se encontraba su ruina y los de la obra que debía hacerse para completar sus fábricas, conservando el carácter y la belleza que antaño tenía el monumento. El informe, emitido por Sanz el 2 de abril de 1849, sería aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de abril. La Memoria histórico-descriptiva sobre la basílica de los Santos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta elaborada por Hernández Callejo fue publicada en este mismo año incluyendo el proyecto de restauración de la nave, pero aun faltaba la restuaración de sus torres, trabajos que se llevarían a cabo en 1860.
A mediados de 1849, el Ayuntamiento Constitucional de Talavera de la Reina (Toledo) remitió a informe de la Academia el proyecto de un cementerio general para dicha villa formado por Hernández Callejo, el cual iba acompañado del informe facultativo, el presupuesto de la obra y el pliego de condiciones. Todos estos trabajos fueron aprobados por la Sección de Arquitectura el 24 de julio y por la Academia el 5 de agosto de 1849, misma junta en la que se le aprobaron también los planos para la cárcel de partido en la villa de Arenas de San Pedro (Ávila), para cuya construcción debía aprovecharse el recinto de un antiguo castillo propiedad del duque de Osuna y el Infantado.
Del mismo modo, la Sección censuró sus planos para la plaza llamada del Mercado Chico en la ciudad de Ávila, cuyas obras consistían en la reparación y alineación de las casas que conformaban el espacio público. En vista de que estaba acomodado a las necesidades de la población y conservaba en su totalidad el pensamiento del arquitecto Antonio Cuervo, director que había sido de la Academia y cuyos planos había tenido presente para la formación de su proyecto, la Sección de Arquitectura los aprobó en todas sus partes el 3 de agosto de 1849.
El 15 de enero de 1850 también le aprobaron otros proyectos para Ávila: los diseños para la reposición de la armadura de la iglesia parroquial del Tiemblo; los dibujos de la nueva cárcel para el partido de Cebreros y los correspondientes a las oficinas del Gobierno de la Provincia y todas las oficinas civiles y militares de la misma en el llamado «Palacio Viejo», habiendo sido previamente censurados por Narciso Pascual y Colomer. Respecto al proyecto de las oficinas del Gobierno de la Provincia y de todas las oficinas civiles y militares volvió a ser censurado por la Academia en la Junta General del 10 de marzo de 1850, mientras que el 21 de enero y 9 de febrero de 1850 lo fue su proyecto de nueva cárcel para la ciudad de Ávila, en el lugar que había sido convento de Agustinos.
Volvemos a tener noticias suyas en junio de 1852, cuando remitió a la corporación las condiciones facultativas y económicas encaminadas a restaurar la parte demolida del muro de la fachada del sur de la basílica de los Sántos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta (Ávila): «los dos triples arcos que dividen las cuarta Capilla de la tercera y quinta en la nave lateral de la derecha: las cuatro bovedas por arista de fábrica de ladrillo de las seis que forman dicha nave y todos los sillares deteriorados de la parte esterior del muro de la nave principal para construir los cinco arbotantes que desde los contrafuertes de aquel muro ha de contrarrestar los correspondientes del de la nave principal; y la armadura que ha de cubrir la lateral».
Las obras de restauración de la basílica habían sido aprobadas por S.M. en febrero de 1849, después de que Hernández Callejo estuviera trabajando en ellas desde octubre de 1848, mientras que los planos que representaban el estado del templo y el proyecto de obras de reparación lo habían sido por la Sección de Arquitectura el 3 de abril de 1849 dada su gran exactitud y buen gusto. Los trabajos de los apeos y desmontes necesarios comenzaron el 1 de mayo de 1850, quedando concluidos en diciembre de 1851. En este intervalo de tiempo, concretamente el 21 de marzo de 1851, Hernández Callejo leyó en la academia sevillana su Memoria sobre la basílica de los santos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila.
Tras varios problemas económicos las obras fueron reanudadas y en mayo de 1852 el arquitecto remitió el presupuesto que había gastado desde 1850, incluyendo las correspondientes a la armadura, las obras de escultura, sillería y fábricas. A mediados de 1852 remitió a informe de la Academia las obras necesarias para restaurar el muro de la fachada sur y en septiembre la resolución que había adoptado y que consistía en la sustitución de un cielo raso de yeso por maderas, el cual había dispuesto y presupuestado para el pórtico con el aprovechamiento de las maderas de otras obras.
Más adelante llegó a la corporación un informe del académico Lallave fechado el 26 de julio de 1853 acerca de los trabajos practicados en este templo, poniendo de manifiesto las quejas infructuosas dirigidas a la Academia por el señor Hernández Callejo entre mayo y septiembre de 1852, así como la necesidad de acabar con el desprestigio de aquellos que se dedicaban a las nobles artes y la especulación de los contratistas. En cuanto a las obras de la basílica de San Vicente, exponía que tanto la restauración como sus apeos, demolición y estudio habían sido calculados y ejecutados conscientemente; que la destrucción de una de sus naves había estado motivada por el peligro de que se viniesen abajo la principal y la lateral de la izquierda ocasionando alguna desgracia, hecho que había motivado que el vulgo se ensañase en críticas con el arquitecto Hernández Callejo. También añadía el problema suscitado a la hora de la liquidación de los trabajos entre el arquitecto, el contratista y la junta. En resumidas cuentas, el informe de Lallave era una defensa a ultranza de la actuación llevada a cabo en el templo por el arquitecto director de las obras y una demanda de la situación que vivían de continuo los arquitectos a la hora de ejercer su profesión. Dicho informe sería aprobado por la Sección de Arquitectura en la Junta celebrada el 26 de julio de 1853.
Cinco años más tarde y como arquitecto de la provincia de Ávila denunció la construcción de las fachadas de nueva planta que estaba levantando Pascual Gutiérrez al final del ensanche de la plazuela del Cuartel, sin presentación de diseño previo, ni designación de arquitecto director de las obras. Advirtiendo irregularidades en esta casa, se dirigió al alcalde para denunciar el hecho, pero al ver que habían pasado 8 días, que no había tenido contestación alguna y que las obras continuaban su marcha decidió pasar la comunicación al gobernador con quien le ocurrió algo parecido. En vista de que no se respetaban las atribuciones de la profesión, acudió en última instancia a la Academia de San Fernando comunicando lo que ocurría en la ciudad, incluso que el gobernador había nombrado hacía poco más de un mes a un ingeniero de la misma provincia para tasar parte del castillo de Arévalo, a pesar de que previamente se le había encargado a él. Pero aparte de todas estas circunstancias, aprovechó la ocasión para solicitar la anulación de la declaración pericial de tasación del castillo hecha por el ingeniero. Estudiadas las peticiones, la Sección de Arquitectura celebrada el 26 de marzo de 1858 acordó ponerse en contacto con el gobernador invitándole a dictar medidas para que las leyes y los reglamentos fuesen cumplidos, entre ellas muy concretamente las Reales Órdenes de 25 de noviembre de 1846 y 23 de junio de 1848.
El 9 de marzo de 1858 la Academia examinó el expediente instruido para la reparación de la torre de la catedral de Salamanca, cuyo proyecto estaba suscrito por los arquitectos Tomás Francisco Cafranga y el propio Andrés Hernández Callejo. La torre había sido dañada por un rayo el 5 de octubre de 1857 y para su reforma se debía montar un andamio, a fin de desmontar y volver a formar la cúpula de la linterna, la aguja y la veleta. El proyecto fue aprobado, aunque advirtiendo a los arquitectos que «las tornapuntas del 1º y 2º cuerpo se coloquen apoyadas como va indicado con líneas de lápiz; y que para mayor seguridad podran adoptarse, si parece conveniente, algunas otras precauciones, como son: reforzar los cuerpos 3º, 41 y 5º con tornapuntas dispuestas como van indicadas de lapiz en el 3º, duplicar las correas de la base para que sus vuelos mayores puedan permitir tornapuntar los pies derechos, encadenar estos con riostras oblicuas dobles y otras horizontales que no estorben el juego de los tipos, y sujetar las tornapuntas con un anillo ó cadena de hierro».
Al poco tiempo comenzaría una de las empresas mas importantes del país: la restauración y reposición de la catedral de León. Por la Real Orden de 6 de julio de 1858 relativa a designar a dos arquitectos de mérito que reconociesen la catedral y manifestasen las obras necesarias para su restauración, la Sección de Arquitectura celebrada el 12 de junio de 1858 y formada por Aníbal Álvarez (presidente), Antonio Conde, Atilano Sanz, Matías Laviña, Eugenio de la Cámara y José Jesús Lallave (secretario), acordó elegir unánimemente al académico Narciso Pascual y Colomer con el arquitecto que el mismo designase para cumplir este cometido. Tanto el cabildo de la catedral como los diputados de la provincia creían conveniente que uno de los arquitectos fuese el monje Echano porque además de reunir el título de arquitecto había intervenido en el edificio; sin embargo, Pascual y Colomer elegiría para que le auxiliase en estos trabajos al arquitecto José Díaz Bustamante.
El 25 de octubre de 1858 el propio Pascual y Colomer remitió a la Academia el resultado de su reconocimiento en cumplimiento del encargo que le había sido encomendado, comunicando el hecho de que lo había tenido que hacer en solitario, en vista de que Bustamante se encontraba ocupado en las obras del ferrocarril de Zaragoza y no podía hacer esta comisión. El reconocimiento tenía como objeto conocer la solidez de las fábricas y las causas de inseguridad que presentaban algunas de ellas, para así poder estudiar y proponer la clase e importancia de la reparación que debía ejecutarse a fin de devolver al edificio la seguridad que le era necesaria y el uso al que se hallaba destinado.
Comenzando por el estudio de los cimientos, que halló sólidos, observó un notable desplomo en el tímpano de cantería que cerraba la nave central del templo y que constituía el frontis de la fachada principal. Este mismo desplomo se encontraba en el cuerpo saliente de la fachada sur que constituía la entrada al testero del ala derecha del crucero, cuyo movimiento y consecuencias habían sido la causa de dicho reconocimiento. Asimismo, atisbó inminente ruina y pérdida en la curvatura cóncava de la arista que descansaba sobre los dos machones de la derecha, de los cuatro que conforman el crucero, de entre ellos particularmente el más inmediato al coro y sobre el órgano. Del mismo modo, eran extremadamente ligeros los espesores de las fábricas y la mala calidad de la piedra con que estaban construidos los machones y el muro del crucero. Por todo ello, Pascual y Colomer creía que el deterioro era fácil de resolver volviendo la fábrica a su primitivo estado sin ser necesario derribar nada de lo existente ni hacer grandes apeos, aunque tomando las precauciones necesarias estudiando detenidamente el modo de ejecutar las obras de sostenimiento y realizarlas despacio y parcialmente para no aumentar el movimiento que sufrían.
A su entender, la restauración debía llevarse a cabo en dos partes bien diferenciadas: la primera, la más pequeña pero urgente, relativa al apeo de las dos bóvedas de la nave principal contiguas al crucero y a los dos arcos torales que habían sufrido movimientos, y la segunda, de mayor importancia y más costosa, consistente en el levantamiento de los planos del crucero derecho dando diferentes secciones en proyecciones horizontales y verticales para encontrar los asientos de los nuevos apoyos y consolidar la obra. El arquitecto insistía en que para la mayor rapidez de las obras era imprescindible adquirir cuanto antes las maderas necesarias para realizar el apeo de las bóvedas indicadas y los andamios que eran indispensables, como autorizar el pequeño gasto para el levantamiento de los planos y el estudio preparatorio de la restauración.
Por la Real Orden de 3 de mayo de 1859 el arquitecto Matías Laviña reconocio y dirigió finalmente las obras de restauración de la catedral de León, remitiendo la memoria del proyecto el 22 de diciembre de 1860. En la memoria recogió las causas del estado ruinoso del templo, las medidas adoptadas para contener los progresos de ruina, los medios de restauración (sistemas de restauración y conservación), el presupuesto razonado de la cúpula y la restauración total de la iglesia. El proyecto fue examinado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de mayo de 1861, no sin antes advertir al autor «que hubiera deseado ver en la memoria del Sr. Laviña algun cálculo de los que sin duda habrá hecho pª comprobar y ayudar las deducciones del raciocinio y de la experiencia; pues ciertamente pocas cuestiones pueden presentarse en la práctica de la Arquitª que mas materia ofrezcan á las investigaciones cientificas; pero no se crea que por esto hace un cargo formal á este apreciable Profesor en quien reconoce la laboriosidad, inteligencia y experiencia suficientes para añadir á los estudios profundos de observacion y criterio que ya tiene hechos sobre este templo todos los cientificos y de cálculo que son necesarios para la completa y feliz resolucion del arduo problema que se le ha encomendado».
Las obras siguieron su curso en los años sucesivos: el 28 de noviembre de 1862 Laviña remitió a la Academia la marcha de sus trabajos y comunicó haber desmontado todo el brazo Sur; el 15 de febrero de 1863 propuso algunos medios para la restauración y adquisición de vidrieras esmaltadas y el 18 de octubre de 1863 comunicó las vicisitudes de las obras y el estado en que se encontraba la iglesia. Pero a finales de este año se dio una voz de alarma sobre el inminente peligro de ruina en que se encontraba la catedral a consecuencia del errado sistema de restauración que se seguía. La noticia salió publicada por G. Cruzada Villamil en el Boletín del Arte en España el 19 de noviembre de 1863, encomendándose la dirección de la restauración al arquitecto francés Violet-le-Duc, único artista que por entonces en Europa podía dirigirla con inteligencia y acierto.
Enterada del hecho, la Academia creía necesario el nombramiento de una comisión que examinase todos los antecedentes del asunto y contestase al Gobierno sobre esta obra, a fin de aclarar la acusación tan injustificada para el que había dirigido la obra y terminar con las vergonzosas injurias a las que se había enfrentado un profesor de tan buena reputación. Esta comisión quedó conformada en la Junta General del 15 de febrero de 1864 por los académicos de número Aníbal Álvarez, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Enríquez Ferrer, quienes se trasladaron a León a inspeccionar el edificio emitiendo el correspondiente informe el 20 de marzo de 1865, académicos que solicitaron los honorarios devengados por dichos trabajos a principios de 1871. No obstante, Laviña continuó mientras tanto enviando diseños a la Academia para su censura, entre ellos dos planos fechados en mayo de 1864 conservados actualmente en el Archivo de la Academia (Sig. 2-42-1) y el dibujo de la 3ª Portada, ejecutado el 16 de enero de 1865 en planta y perfil con la altura de la portada primitiva y la parte existente.
Muerto Laviña en 1868, S.M. solicitó continuar esta obra de suma importancia bajo la dirección del arquitecto Andrés Hernández Callejo. Pero al poco tiempo de hacerse cargo de la obra tuvo desavenencias con el prelado diocesano, su cabildo y la Junta de la Diócesis al denunciar el estado ruinoso de una parte de la antigua fábrica de la catedral. Debido a la alarma levantada por el arquitecto se nombró otra comisión que inspeccionase y reconociese el estado de la restauración y las obras practicadas. La Academia nombró en su Junta Extraordinaria del 26 de julio de 1866 a los miembros de su Sección de Arquitectura, es decir, José Amador de los Ríos, Antonio Cachavera y Langara y Juan Bautista Peyronnet, vocales que remitieron sus trabajos el 28 de septiembre de 1868. Tras ser interrogados los interesados por separado se percataron de que contra Andrés Hernández Callejo se elevaban varios cargos: desde los administrativos y económicas hasta el haber pretendido alterar el plano adoptado por Laviña. Por un lado, había intentado demoler miembros arquitectónicos y bóvedas con el pretexto de hallarse arruinados, y por otro, había pretendido deshacer parte de la obra ya verificada por su antecesor sin haber asentado piedra alguna en la obra desde su nombramiento como director de la misma. Ante estos hechos, la Comisión experta fue de la opinión que el arquitecto se había extralimitado en muchas de sus atribuciones, por lo que estaban fundados todos los cargos que se le achacaban, y que desaprobaba su conducta, su inacción por espacio de 6 meses y la alarma que había provocado al cabildo y a la población entera de la ciudad. Por consiguiente, desaprobaba la conducta de Hernández Callejo respecto al ejercicio de su cargo y creía conveniente que el arquitecto no siguiese al frente de las obras.
La incomunicación y los problemas acaecidos entre el arquitecto y el resto de los interesados en las obras de la catedral obligaron a Hernández Callejo a cesar como director de las mismas el 5 de enero de 1869. Su actuación extrañó a todo el mundo porque su amor al arte se había constatado a la hora de llevar a cabo la restauración de la iglesia de San Vicente de Ávila, pero no cabía duda de que en las de la catedral leonesa había demostrado su total incertidumbre respecto a la verdadera idea de la construcción, repetidas contradicciones que le habían llevado a pretender destruir varias fábricas antiguas y miembros arquitectónicos, además de no añadir un solo sillar en la obra. De esta época, el Gabinete de Dibujos conserva de Hernández Callejo 7 dibujos de la catedral de León pegados en una cartulina, fechados en 1868 y elaborados para la serie de los Monumentos Arquitectónicos (MA/220 (del 1 al 7)).
A fin de nombrar a un individuo que le sustituyese en las obras, la Sección de Arquitectura acordó la noche del 15 del mismo mes formar una terna con los arquitectos más aptos para desempeñar el cargo, proponiendo a Juan Madrazo y Kuntz, Francisco Enríquez Ferrer y Demetrio de los Ríos. El primero de ellos, Juan de Madrazo, sería nombrado director facultativo de dichas obras, de ahí que el 24 de marzo de 1874 remitiese a la Academia el proyecto de encimbrado para las bóvedas altas del templo. El mismo arquitecto llamó la atención a finales de 1875 sobre la necesidad de ejecutar a la mayor brevedad la restauración del edificio y asegurar su estabilidad, empezando por terminar las construcciones comenzadas en el crucero central con todo el brazo sur, la fachada, los contrarrestos y respaldos correspondientes, así como las cuatro bóvedas contiguas a dicho crucero, dos sobre el coro y dos sobre el presbiterio. A continuación, o simultáneamente, era necesario reconstruir el hastial de Poniente de la nave mayor, es decir, la parte central de la fachada principal comprendida entre las dos torres; construir de nuevo las armaduras de cubierta con todos los emplomados en cresterías, el chapitel central, los pináculos, los remates y los planos de cubierta en sustitución de los defectuosos tejados que entonces cubrían toda la extensión de la catedral. También restaurar el cuerpo de campanas de la torre norte de la fachada principal y rehacer la mayor parte de los arbotantes, la totalidad de la línea de la cornisa de coronación y las partes en donde la cantería se presentaba descompuesta.
En un escrito fechado el 8 de abril de 1876 se reseña la designación de los académicos Espalter, Amador de los Ríos y Barberi para formar parte de la comisión que debía presentar a los ministros de Gracia y Justicia y de Fomento las exposiciones que la Academia les dirigiese a fin de solicitar fondos para restaurar la iglesia catedral. El proyecto suscrito por el arquitecto Madrazo para la reconstrucción del hastial sur en la zona ocupada por el triforio sería censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de junio de 1876. Estaba constituido por una memoria descriptiva, nueve grandes planos, un presupuesto y los pliegos de condiciones económico-facultativas, trabajos que fueron muy alabados por su acertado estudio.
Tres años más tarde y con motivo del fallecimiento de Deogracias López Villabrille, por entonces individuo de la Junta de Obras de Reparación de la Catedral, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de León solicitó de la Academia el nombramiento de un individuo que cubriese su plaza, cargo que recaería en julio de 1879 en el vocal Juan López Castrillón. Al año siguiente falleció Juan de Madrazo dejando vacante su cargo en la dirección de las obras, cargo que debía ser cubierto a la mayor brevedad. Tras su muerte la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en 1849 y reorganizada en 1878, elevó un escrito el 20 de marzo de 1880 proponiendo como homenaje a la memoria del arquitecto la realización de una exposición en la que se exaltase sus estudios, concretamente los referentes a la iglesia-catedral, como su laboriosidad y buen hacer profesional. No obstante, en enero anterior había sido remitido su proyecto de obras de terminación del hastial sur, que sería examinado por Francisco de Cubas en octubre de 1880.
Aparte de la intervención de Hernández Callejo en las obras de la catedral de León, tenemos constancia que en 1885 se ocupó del proyecto de una tribuna como complemento decorativo del Paraninfo de la Universidad Central con objeto de colocar la estatua del Cardenal Fray Francisco Jiménez de Cisneros. El proyecto fue remitido a la Academia de San Fernando y censurado por la Sección de Arquitectura el 21 de diciembre de ese mismo año. Constaba de cuatro documentos: el primero respondía a la memoria que explicaba la necesidad de la obra y las variantes introducidas en la decoración y construcción de la misma; el segundo consistía en un doble presupuesto que ascendía a 3.625 y 4.125 pesetas, en función de si la talla iba a ser superpuesta o esculpida en caoba, material con el que se iba a construir la tribuna; el tercero eran las condiciones facultativo-económicas de la construcción y el cuarto un plano del proyecto. Estudiados los documentos por la Sección de Arquitectura, se acordó la desaparición de los ornatos que aparecían en los ángulos superiores del recuadro central y la aprobación del presupuesto de 4.125 pesetas en caso de que los ornatos y las molduras fuesen entallados en caoba y no sobrepuestos, por lo que el proyecto de Hernández Callejo fue aprobado por la Academia en su totalidad.
Fuentes académicas: Arquitectura. Cárceles, 1842-1853. Sig. 2-30-2; Arquitectura. Catedrales, 1766-1862. Sig. 2-32-5; Arquitectura. Catedrales. León. Siglo XIX. Sig. 2-42-1; Arquitectura. Cementerios. Siglos XVIII y XIX. Sig. 2-29-4; Arquitectura. Colegiatas y Basílicas, 1778-1857. Sig. 2-32-4; Arquitectura. Hospitales y Orfanatos. Siglos XVIII y XIX. Sig. 2-29-5; Arquitectura. Plazas, mercados y plazas de toros, 1778-1852. Sig. 2-28-6; Comisión de Arquitectura. Informes, 1839-1850. Sig. 1-30-5; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855 Sig. 1-30-2; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855 Sig. 1-30-2bis; Comisión de Arquitectura. Informes. Urbanismo. Monumentos conmemorativos, 1787-1876. Sig. 2-28-8; Comisión de Arquitectura. Maestros Arquitectos, 1846. Sig. 2-13-5; Comisión Provincial de Monumentos. Ávila, 1840-1876. Sig. 2-44-7; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 296; Sección de Arquitectura. Informes sobre proyectos de obras, 1884-1885. Sig. 4-70-4.
Otras fuentes: HERNÁNDEZ CALLEJO, Andrés. Memoria histórico-descriptiva sobre la basílica de los Santos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta. Imprenta de don Anselmo Santa Coloma, 1849.
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM