Hijo de José Simón de Iturralde y María Antonia Montel, nació en San Sebastián (Guipúzcoa) hacia 1825 y murió en 1897. Estudio arquitectura bajo la dirección del profesor de Matemáticas Juan Bautista Peyronnet al tiempo que entre 1842 y 1845 cursó en la Academia de San Fernando Matemáticas elementales, Física, Dibujo de figura y adorno, Cálculo diferencial e integral, Mecánica racional y aplicada, Geometría descriptiva y su aplicación a las sombras, además de Perspectiva, el corte de piedras y maderas, el estudio de los diferentes tipos de arquitectura y finalmente la copia de edificios antiguos y modernos.
Atendiendo a todos estos estudios preparatorios solicitó el 23 de septiembre de 1845 su ingreso en el 3º año de la Escuela Especial de Arquitectura, presentando para este fin la fe de bautismo y las certificaciones de todos los estudios que había realizado hasta la fecha. Fue matriculado en el 3º año de carrera el 19 de noviembre de 1845.
A lo largo del curso de 1848 y 1849 se generaron en la Escuela grandes protestas, problemas disciplinares, ausencia en las aulas y faltas de insubordinación por parte de los alumnos. Se debía a la Real Orden de 28 de noviembre de 1848, por la que quedaron suprimidos los dos años de práctica que eran exigidos para obtener el título, dejando automáticamente a los estudiantes de 3º, 4º y 5º año de carrera matriculados en 1º, 2º y 3º curso del nuevo plan. Entre estos desórdenes figuraban los acontecidos en la cátedra que desempeñaba Manuel María de Azofra, clase en la que los discípulos se negaron a responder a las preguntas del profesor, lo que motivó la emisión de la Real Orden de 15 de diciembre de 1848, acordándose la expulsión de cualquier alumno desobediente fuese cual fuese su número; que aquellos que no asistiesen a clase se les anotarían las faltas para que llegado el número prevenido perdiesen curso y aún como oyentes no se les permitiese asistir en lo sucesivo; incluso en caso de que la insubordinación exigiese la fuerza armada, los discípulos fuesen entregados a los tribunales. Esta orden fue comunicada al director de la Escuela y a través de éste a todos los profesores. Sin embargo, no era la primera vez que eran expulsados estudiantes del centro, ya que Carlos Botello del Castillo, discípulo del 2º año de carrera, lo había sido en 1847 y Cirilo y Ramón Salvatierra en 1848, habiendo sido readmitidos por la Junta de Gobierno el 6 de mayo de 1848, en atención a las manifestaciones de sus padres y sus buenos propósitos.
Enterada la Reina de los sucesos acontecidos por los alumnos del 1º y 2º año de arquitectura, acordó emitir la Real Orden de 31 de enero de 1849 que, a propuesta de la Junta de Profesores, tuvo como consecuencia la expulsión de los promotores de las revueltas (Simeón Ávalos, Manuel Giménez y de Ropero, Pedro Fores y Pallás, Bibiano Guinea, Joaquín Vega, Manuel María Muñoz, Aquilino Hernández, Antolín Sagasti, Juan Torras y Guardiola, Luis Villanueva y Arribas, José Sarasola y Pequera, Anastasio Menéndez, José Limó y Fontcuberta y Manuel Villar y Valli), como la de aquellos que no habían cumplido las asistencias reglamentarias a las diferentes clases (Dionisio de la Iglesia, Carlos Mancha y Escobar, Francisco Urquiza y José Segundo de Lema).
Aunque se acordó no admitir a matrícula a los alumnos expulsados ni a los borrados por falta de asistencia, lo cierto es que en su mayoría fueron readmitidos por la Real Orden de 16 de mayo de 1849, una vez arrepentidos de sus actos. A partir de entonces, se exigió a los aspirantes para solicitar la matrícula ir acompañados de sus padres, tutores o encargados responsables de su conducta y acreditar no haber tomado parte en las revueltas que habían motivado dichas disposiciones, recordándoles al mismo tiempo que cualquier falta de subordinación se castigaría en lo sucesivo con arreglo a las Reales Órdenes de 15 de diciembre de 1848 y 31 de enero de 1849.
A finales de 1849, S.M. aprobó la iniciativa de algunos profesores de la Escuela Especial de Arquitectura para que el profesor Antonio Zabaleta pasase a Toledo con algunos discípulos, con objeto de proporcionar buenos dibujos y modelos para la enseñanza porque la Escuela carecía de ellos. Los estudiantes debían costearse el viaje e ir acompañados de un profesor a fin de practicar las mediciones de detalles, conjuntos de edificios y vaciados de los monumentos que se encontrasen en esa población.
Zabaleta salió rumbo a Toledo el 24 de abril de 1849 con 30 alumnos que trabajaron entre 12 y 14 horas diarias, permaneciendo en la ciudad hasta el 14 de mayo. De los treinta discípulos, 7 se hallaban en el año de práctica, lo que significaba que tenían todos los estudios concluidos (Severiano Sainz de la Lastra, Joaquín Fernández, Pantaleón Iradier, Manuel Heredia, Santiago Angulo, Mariano López y Luis Pérez); 8 se encontraban en el 3º año de carrera, siendo el caso de Antonio Iturralde, Felipe Peró, Domingo Inza, José Mariano Mellado, Máximo Robles, Rafael Mitjana, Antonio Cortázar y Francisco Verea y Romero); 13 cursaban el 2º año de carrera (Antonio Ruiz Sálces, Cristóbal Lecumberri, Juan Lozano, Fernando Ortiz, Cirilo Ulivarri, Juan Germán, Alejo Gómez, Juan Nepomuceno Ávila, Juan Jarelo, José Asensio Berdiguer, Demetrio de los Ríos, Manuel Villa y Valle y Francisco Villar), mientras que 2 cursaba el 1º año (Aureliano Varona y Francisco Cubas).
Los trabajos realizados fueron expuestos en una exposición pública organizada en Toledo antes de que los autores regresaran a Madrid. Entre las obras figuraban detalles y fragmentos de la Casa de Mesa; los azulejos y bóvedas de la Capilla de San Jerónimo en la Concepción Franciscana; los azulejos de la Casa de Misericordia en San Pedro Mártir; la planta, el corte longitudinal, los detalles de los arcos y los capiteles de Santa María la Blanca como de San Juan de los Reyes. Asimismo, vaciados de varios sepulcros, pilastras, arcos, arquivóltas, fajas y frisos de la catedral.
La expedición fue todo un éxito y en vista de los resultados obtenidos, la Junta de Profesores comunicó a la Academia lo útil que era el estudio de los monumentos y que consiguiese del Gobierno varias pensiones anuales para un cierto número de alumnos a fin de comisionarles para este objeto.
A su vuelta de la expedición solicitó el 22 de agosto de 1850 día y hora para presentar el proyecto fin de carrera, en vista de que había finalizado todos los estudios teóricos y prácticos prevenidos en el reglamento y presentado la carta de pago de los derechos del título. Acreditó sus estudios a través de una certificación librada por el secretario perpetuo de la Academia de San Fernando, Marcial Antonio López, que exponía sobre el pretendiente: «Antonio Yturralde [...] como alumno de la Escuela Especial de Arquitectura en el año tercero, despues de haber sido examinado y aprobado del primero y segundo de la misma carrera, asistió al curso de 1845 á 1846 en el que fué aprobado con la nota de bueno: que en el de 1846 á 1847 fue aprobado de las materias que comprendía el cuarto año, y no habiendo obtenido igual aprobacion en el dibujo hubo de repetir este estudio en el de 1847 á 1848 que le fue aprobado con la nota de bueno: que matriculado en el en el curso de 1848 á 1849 al tercer año de la referida carrera con arreglo al nuevo plan fue aprobado; y que lo fue asimismo del cuarto año con la nota de sobresaliente en dibujo y bueno en materias en el curso de 1849 á 1850 [...]».
Fue admitido al examen fin de carrera en la Junta General del 29 de septiembre de 1850 para que pudiera tomar parte en las oposiciones de profesores en las academias provinciales y examinado por la Junta de los Sres. Profesores de la Escuela Especial de Arquitectura de la Real Academia de San Fernando el 12 de octubre. Para este fin presentó como obra de prueba el proyecto de un Consejo real (del A-3061 al A-3065) con su informe facultativo y el avance del coste de la obra que le hizo acreedor del título solicitado en la Junta General del 13 de octubre de ese mismo año. En esta misma junta de examen serían examinados Antonio Cortázar y José María de la Cruz, quienes habían ejecutado respectivamente los diseños de un Parador de diligencias (del A-2148 al A-2151) y una Casa de fieras (del A-43 al A-46) con sus respectivas memorias y presupuestos.
A mediados de 1852 Iturralde optó a la plaza de profesor de Dibujo Topográfico y de Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, para cuyo fin tuvo que elaborar un Plano topográfico de una población con varios paseos, bañado por un río de primer orden y en terreno bastante ondulado (A-3733) y el Capitel de arquitectura llamada gótica, que ha de servir para una columna que decore un sepulcro de un príncipe (A-5830). Asimismo, desarrolló para la ocasión un estudio «Sobre el Método más conveniente de enseñar el dibujo arquitectónico y el topográfico».
Comenzó dicho estudio partiendo de la base de que el dibujo de arquitectura era de utilidad, no sólo para el artista sino también para el historiador, tenía una relación directa con el pensamiento y el mundo exterior que les servían de modelo. A su entender, era el verdadero intérprete de los monumentos al tiempo que éstos eran la verdadera crónica de los pueblos.
A continuación, relató la importancia de la copia de los monumentos antiguos y las molduras como el estudio de los órdenes dórico, jónico y corintio, además de los órdenes romanos (compuesto y toscano). También los monumentos latinos, erigidos después de la caída del Imperio Romano; los góticos, la arquitectura árabe y del renacimiento.
Seguidamente se introdujo en el dibujo topográfico, indicando su objeto y la representación de la configuración del terreno sobre el papel. A través de este medio se conocían todos los detalles y accidentes de que constaba un espacio dado, es decir, las diferentes ondulaciones del terreno, el curso de las aguas, los caminos, las ciudades, las posesiones particulares y las diferentes producciones, de ahí que fuese de gran utilidad para toda la sociedad.
Señalaba como método más conveniente para su enseñanza procurar antes de que se empezase dicho estudio el conocimiento de las operaciones geodésicas ejecutadas en el terreno, trasladando luego el resultado de éstas sobre un plano, que generalmente solía ser sobre papel, método por el cual se manifestaban las áreas y los diferentes accidentes de que constaba el terreno.
El contorno del dibujo se realizaba primero a lápiz y cuando ya se tenía todo determinado se pasaba con una pluma de metal muy fina utilizándose la tinta china. El dibujo topográfico constaba de dos operaciones: la primera denominada planimetría, que es la que enseña los medios de proyectar sobre una superficie desarrollándose todos los puntos de la superficie ondulada del terreno, y la segunda llamada nivelación, consistente en hacer el relieve del terreno, o lo que, es decir, la elevación de cada uno de los puntos del suelo sobre una base dada.
Después de que un discípulo había aprendido todas estas operaciones pasaba a determinar en el papel cada uno de los planos sombreados, bien con la pluma, tinta china, colores o tinta china y pluma. Por otro lado, se podían emplear distintas direcciones de la luz, conociéndose dos sistemas de luz: la oblicua y cenital. En la primera se suponía la dirección del rayo lumínico a los 45º mientras que en el segundo vertical.
Al final del estudio Iturralde reseñó los modelos y los autores que mejor habían tratado la materia. Entre los modelos citaba los cortes y los planos del ducado de Salzburgo; las láminas de Mr. Bachemberg y las cartillas de Perrot. Como autores que mejor habían tratado esta materia mencionaba a Salvenosa, Francoeur, Clere, Prisant, Carrillo y Odriozola.
Después de examinadas las pruebas presentadas y el estudio de los métodos didácticos más convenientes para la enseñanza del Dibujo arquitectónico y topográfico, le fue concedida la plaza de Dibujo topográfico y de Arquitectura en la Junta General del 11 de julio de 1852.
Con motivo de haberse publicado en la Gaceta del 30 de mayo de 1857 la convocatoria de una plaza de arquitecto titular para la ciudad de Valladolid, concurrió como opositor al igual que Severiano Sainz de la Lastra y Vicente Miranda, quienes solicitaron su admisión a la misma el 7 de junio, 29 de junio y 13 de junio respectivamente sujetándose a las condiciones del programa estipulado. Con este objeto, Iturralde expuso ser «Caballero de la Rl y distinguida Órden de Carlos 3º, Arquitecto por la Rl Academia de Nobles Artes de San Fernando, Académico de Número de la de Bellas Artes de esta Ciudad (Valladolid), Profesor de la Escuela de Maestros de Obras de la misma, Director de Caminos vecinales é individuo de la Comision de Monumentos Artisticos é historicos» y presentó las certificaciones que acreditaban sus méritos y servicios. Asimismo, el 26 de junio elaboró una «Memoria de Policía Urbana» en la que afirmaba que las reglas de Policía en cualquier ciudad derivaban de las necesidades, usos y costumbres del hombre, de ahí que comprendiesen los siguientes puntos: «1º,,= La necesidad de transferirse de su punto á otro para comunicarse/2º,,= La de habitacion/3º,,= La de deshacerse de las inmundicias que producen la vida y las industrias/4º,,= La de abastecerse de agua y de los alimentos en buen estado de conservacion/5º,,= La de ejercer las diversas industrias, sin perjuicio de la comodidad ni existencia de los demas/6º,,= La de garantir hasta el punto posible las personas y propiedades».
A estos seis puntos podían referirse todas y cada una de las reglas que debía comprender una ordenanza municipal, ya que incluía todo lo relativo a los caminos que comunicaban a una ciudad con sus arrabales y pueblos inmediatos; las reglas que determinaban la construcción de los edificios que debían formarse en ella; el trazado, distribución, construcción, reparación y limpieza de las cloacas y alcantarillas; el modo y la forma de desecar los pantanos cercanos a la ciudad si los hubiese, la construcción de acueductos y la disposición de las cañerías para las fuentes públicas. También la clasificación de las diferentes industrias y por último, las reglas determinantes para la reparación de los edificios públicos y particulares.
Como 2º ejercicio de oposición desarrolló el 11 de julio de 1857 el estudio relativo a los «Medios de averiguar la cantidad y cualidad de las aguas que hayan de conducirse á una población para los diferentes ramos de la vida» y el 14 de julio el diseño de la fachada de una casa ayuntamiento. Pero de los tres opositores fue Miranda Bayón quien obtuvo la plaza finalmente en la Junta General del domingo 11 de octubre de 1857.
Este profesor de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid y Caballero de la Real y distinguida orden de Carlos III optó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866 por la Arquitectura con los «Proyectos de un teatro, un mercado público y un lavadero público». Del mismo modo, concurrió Bernardo Gil y Bello, maestro de obras natural de Toledo, director de caminos vecinales y Fontanero Mayor de la Real Casa con el «Proyecto de edificio destinado á parada de caballos padres»; Higinio Cachavera, natural de Madrid, discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura y ganador de la mención especial en la Exposición Nacional de 1862, que desarrollo para la ocasión el proyecto de una «Bolsa y tribunal de comercio»; Faustino Domínguez Comes-Gay, natural de La Coruña y discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura que lo hizo con el proyecto de una «Iglesia parroquial»; Miguel Garriga y Roca, natural de Alella (Barcelona) y ganador de una mención honorífica en la Exposición Nacional de 1864, que ejecutó el «Proyecto de la nueva iglesia de San Ginés de Vilasar en el Obispado de Barcelona»; Alejandro Herrero y Herreros, natural de Madrid y discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura, que lo hizo con un «Monumento dedicado a conmemorar la paz de Vergara»; Calixto Loira y Sánchez en colaboración con Ramiro Amador de los Ríos, natural el primero de la Habana y el segundo de Madrid, pero ambos alumnos de la Escuela de Arquitectura, quienes idearon un «Monumento a la unión telegráfica de Europa y América»; Mariano López Sánchez, arquitecto, discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura y premiado con la medalla de 2ª clase en la Exposición Provincial de Toledo de 1866, que lo hizo con el «Proyecto de una iglesia panteón y un edificio destinado a oficinas del Gobierno en una provincia de primera clase»; José Marín Baldó, natural de Murcia y alumno de la Escuela, que desarrolló por el contrario el «Modelo de un monumento a la gloria de Cristóbal Colón y de España por el descubrimiento del Nuevo-Mundo»; José Oriol Mestres, arquitecto y académico corresponsal de la de Nobles Artes de San Fernando que proyectó los «Estudios originales para la conclusión de la Catedral de dicha ciudad, ejecutado con autorización de S.M. por Real orden de 19 de Junio de 1866 por dicho arquitecto, y a expensas del Excmo. Señor D. Manuel Girona»; Vicente Paredes Guillén, natural de Valdeobispo (Cáceres), discípulo de la Escuela de Arquitectura de Madrid que elaboró el «Proyecto de un Panteón de una familia»; Demetrio de los Ríos, natural de Sevilla, arquitecto y alumno de la Escuela Especial de Arquitectura, académico correspondiente de las Reales de la Historia y San Fernando, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y vocal de su Comisión de Monumentos que llevó a cabo el «Proyecto de restauración de las casas consistoriales de Sevilla»; Atilano Rodríguez Collado, natural de Santander, arquitecto, alumno de la Escuela Especial de Arquitectura y medalla de 2ª clase en la Exposición de Bayona que ejecutó una «Ermita en despoblado»; Emilio Sánchez Osorio, natural de Guadalajara, discípulo de la Escuela y premio de 3ª clase en la Exposición Nacional de 1864 que participó con el «Proyecto de iglesia» mientras que Julio Saracibar, natural de Vitoria (Álava) y discípulo de la Escuela realizó una «Casa de baños y lavaderos y un hospicio general». Por último, José Secall y Asión, natural de Zaragoza, arquitecto provincial de Salamanca y alumno de la Escuela de Arquitectura desarrolló un «Teatro para una capital de provincia»; no obstante, entre las adiciones en la Arquitectura apareció el nombre de Eugenio Duque, natural de Almonacid (Toledo), discípulo de la Escuela Especial de Pintura y Escultura, medalla de 2ª clase en la Exposición Nacional de 1860 y 1864 y pensionado en Roma por la Diputación de la Provincia de Toledo que concurrió con el proyecto de un «Panteón para conservar las cenizas de los héroes de la provincia de Toledo y un Obelisco para conmemorar los hechos de los héroes de la misma provincia».
Tras la votación secreta salieron premiados los siguientes individuos: medalla de segunda clase: Emilio Sánchez Osorio; medalla de tercera clase: Julio Saracibar, Faustino Domínguez Coumes-Gay, Atilano Rodríguez Collado y Mariano López Sanchez, mientras que las menciones honoríficas fueron otorgadas a Calixto Loira y Sánchez, Ramiro Amador de los Ríos, José Secall y Antonio Iturralde.
El 14 de febrero de 1867 los académicos Eugenio de la Cámara, Juan Bautista Peyronnet y Federico de Madrazo propusieron a Iturralde para el grado de académico correspondiente, dado que era arquitecto de Valladolid, una persona de reconocida inteligencia, de celo por las Bellas Artes y un individuo que recientemente había dado muestras de ello al iniciar la conservación y traslación de los restos artísticos que se conservaban en el Castillo de Portillo, además de la dirección de las obras que con este motivo se habían ejecutado en la Capilla Arzobispal de Valladolid. Para su nombramiento se hicieron varias lecturas: la primera en la sesión celebrada el 25 de febrero de 1867, a la que siguieron la 2ª, 3ª y 4ª los días 26 de febrero, 11 y 18 de marzo respectivamente. Finalizada esta última, se procedió a la votación secreta, resultando elegido por unanimidad de votos en la clase de académico correspondiente.
El 29 de marzo de 1867 hizo partícipe a la Academia haber recibido su oficio con fecha del 23 anterior manifestándole su honroso nombramiento, el cual aceptaba y por el que daba las gracias, quedando enterada la corporación de su respuesta el 1 de abril.
Años más tarde ganó el concurso de ideas para la construcción de la Fuente de la Fama en el Parque urbano de Campo Grande de Valladolid para conmemorar la muerte del alcalde Miguel Íscar, cuyas obras transcurrieron entre 1882 y 1883, y dos años más tarde envió a la Academia para su censura el proyecto de reparación de la iglesia catedral de Valladolid. Como es sabido, en el interior de la catedral Pedro Ansúrez había fundado una colegiata, categoría a la que había sido elevada por el Papa Clemente VIII el 25 de noviembre de 1595 a petición de Felipe II. Comenzada su construcción bajo las trazas del arquitecto Herrera en estilo greco-romano fue continuada por Alberto Churriguera, pero en 1841 se derrumbó la torre de su fachada principal, en cuyo estado permaneció hasta noviembre de 1861. En este año se nombró una comisión formada por cinco arquitectos residentes en aquella ciudad que presentaron al año siguiente los planos de la restauración de la fachada. Una vez aprobados los diseños por la junta diocesana comenzó la restauración de la obra. Según el proyecto, la fachada tendría dos torres simétricas de 3 cuerpos cada una, los dos primeros de planta cuadrada y el tercero octogonal destinado a la colocación de las campanas. Se llevó a cabo la construcción de una de las torres y fue entonces cuando se vio que el conjunto no resultaba tan esbelto como parecía respecto al cuerpo central de la fachada que tenía 48 metros de altura desde el vértice del frontón hasta el suelo, lo que hacía quedar a las campanas casi a la altura de las naves del templo.
Atendiendo a este hecho, Iturralde aumentó un cuerpo de planta octogonal compuesto de un basamento para poder colocar el reloj y una arcada de ocho ventanas con sus machones angulares rematándolo con una cornisa, una balaustrada, una cúpula octogonal y un cupulín de la misma forma. El arquitecto presentó 6 planos con la representación del estado de la fachada después del hundimiento de la torre, además del proyecto formado por la comisión de arquitectos, la reforma que quería ejecutar y el plano de la antigua torre arruinada.
La Junta de la Sección de Arquitectura reunida el 10 de septiembre de 1885 censuró el proyecto a partir de la R.O. del 20 de julio anterior. Comparando todos estos trabajos se vio que la antigua torre tenía la altura de 57 m y la del proyecto de la comisión de los arquitectos 65 m, mientras que la diseñada por Iturralde se elevaba a 85 m. Pero la Academia no podía dar un veredicto definitivo a esta obra de restauración por cuanto que los datos enviados eran muy deficientes. Por un lado, no se notificaban las causas del derrumbamiento de la torre ni la clase de sillería con que se pretendía construir; además, como las causas del derrumbe podría ser la falta de resistencia de los materiales, el arquitecto restaurador no podría construirla en tales circunstancias. Tampoco se indicaban los medios auxiliares, el estado de cohesión y el tipo de materiales usados en las fundaciones como las partes antiguas de la torre, datos indispensables para formar un juicio aproximado sobre la estabilidad probable de la nueva construcción. En cuanto a su parte artística y estética, se observó que tanto el proyecto de Iturralde como el de la comisión de los arquitectos estaban inspirados en el carácter y estilo arquitectónicos de la antigua construcción por lo que esta parte era totalmente aceptable. El Ministerio de Gracia y Justicia remitió nuevamente a informe de la Sección de Arquitectura el proyecto de reparación de la iglesia catedral, que sería finalmente aprobado en la Junta de la Sección celebrada el 28 de mayo de 1886.
Iturralde ganó en 1880 el concurso de ideas para la Nueva Casa Consistorial de Valladolid al haberse derribado el antiguo consistorio en 1879 debido a su lamentable estado de conservación, aunque la Academia de San Fernando no estuvo muy de acuerdo con su proyecto. Las obras comenzaron en 1892 por problemas de financiación, pero quedaron paralizadas un año más tarde, sobre todo por las desavenencias entre el arquitecto y el ayuntamiento, desavenencias que no finalizaron hasta su muerte en 1897. A partir de entonces las obras fueron continuadas por Enrique María Repullés y Vargas, arquitecto que derribó todo lo que hasta la fecha se había levantado.
Compagino su faceta de arquitecto con una actividad proliferación en la Real Academia de la Purísima Concepción de Valladolid, que como sus homónimas contó con una Comisión de Monumentos Históricos Artísticos. En 1880 dicha comisión estaba conformada por Iturralde (presidente accidental), Lázaro Rodríguez González (secretario) y los vocales Eustaquio Gante Fernández, Mariano González Moral, Saturnino Calzadilla, José Martí y Monsó, Jerónimo Ortiz de Urbina y Manuel Blanco y Cano, este último miembro de dicha comisión desde el 10 de enero de 1880.
Esta Comisión Provincial se reunió en numerosas ocasiones a fin de despachar informes de diferente índole como el relativo a las obras necesarias para la iglesia de San Benito a fin de abrirla al culto público de las que estaba encargada la corporación municipal. Se trataba de uno de los monumentos histórico-artísticos de la capital, obra de finales del siglo XV del arquitecto Juan de Arandia caracterizada por su estilo gótico castizo. Se había derribado el coro bajo situado en los cuatro primeros pilares de la nave principal ocupando el espacio cuadrangular comprendido entre ellos, cuyo carácter y estilo pertenecían a la segunda restauración de la arquitectura greco-romana cuando en 1677 se habían construido las dos galerías del claustro principal del monasterio adyacente a la iglesia. También habían desaparecido dos sepulcros donde todavía quedaban algunos restos humanos en parte momificados y cubiertos de vestiduras de seda, posteriormente enterrados en una capilla inmediata, y además se habían revestido de cal y yeso los zócalos de sillería, las columnas ojivales y las molduras de gran mérito, destruyendo con ello la belleza del monumento.
La sillería de coro se había depositado en el Museo Provincial, aunque algunos canónigos de la iglesia prioral de las Cuatro Órdenes Militares de Ciudad Real habían solicitado su traslado a la nueva catedral, petición que había sido desestimada en 1876, «en atención a privar a una provincia de sus galerías artísticas para enriquecer con ello a otra que ningún derecho tiene a ellas, produciendo además un perjuicio tremendo a los artistas que acuden al Museo de Valladolid a estudiar las bellezas de la obra de Berruguete y no podrían hacerlo en Ciudad Real, población de menor vecindario e importancia, donde no hay centro de enseñanza artística y donde la sillería, colocada probablemente en malas condiciones de luz y difícil acceso por su destino no podría ser vista ni estudiada». No obstante, se vio la posibilidad de poder trasladar cualquiera de las sillerías pertenecientes al mismo Museo procedentes de comunidades religiosas suprimidas de menor importancia y mérito que la anterior, como la que había pertenecido al ex convento de San Francisco en aquella ciudad por servir al mismo objeto que se proponía el cabildo de la prioral de las Órdenes Militares. De este modo, el Museo no perdería la sillería de San Benito perteneciente por su estilo y carácter al arte decorativo español del siglo XVII y de primer orden para el estudio, pero deteriorada por las vicisitudes sufridas antes de su traslado al Museo Provincial. Respecto a la verja del coro, se pensó en su traslado a la nueva catedral prioral, sin embargo, ya en agosto de 1877 la Comisión Central de la Academia de San Fernando había acordado lo peligroso que sería arrancarla de donde se encontraba y que fuese Pedro de Madrazo el que expusiera el informe de este asunto.
Ante las circunstancias de este templo, la junta aprobó el nombramiento de una comisión para que informase sobre las obras que se estaban acometiendo en el mismo, comisión para la que fueron nombrados Antonio Iturralde, Jerónimo Ortiz de Urbina, Teodosio Torres López, Saturnino Calzadilla y Lázaro Rodríguez. La comisión propuso la desaparición de los enfoscados de cal y yeso de los zócalos, columnas y pilares para dejar al descubierto la sillería tal y como se encontraba en la primitiva construcción; la colocación de los restos hallados en un sarcófago cubierto con las lápidas sepulcrales que poseían antes de su traslado a la capilla lateral derecha; la traslación de los tres altares de la derecha; la restauración de una pequeña parte de la verja de hierro conservándola en el mismo lugar como de las capillas restantes debido a su elevado mérito artístico; la restitución de parte del retablo por otro, cuyo trazado estuviera en armonía con la grandiosidad y el carácter arquitectónico del templo, así como la numeración y el traslado de las piezas del retablo a los Museos de Pintura, Escultura y Arqueológico junto con la realización de una copia exacta de su estado.
Mientras se llevaban a cabo las obras anteriores, la Comisión Provincial de Valladolid escogió a Ortiz de Urbina y Segundo de Rezola para desarrollar el informe relativo a las obras de restauración que debían ejecutarse en la iglesia parroquial de la villa de Arroyo (Valladolid) a fin de reintegrarla a su primitivo estado. El informe realizado el 12 de diciembre de 1878 y remitido a la Academia de San Fernando reseñaba el estado de ruina en que se encontraba el templo antes de su restauración y las obras que ya habían sido acometidas: la reconstrucción del tercio inferior de todos los muros que formaban el perímetro del mismo introduciendo cimientos nuevos en algunas partes empleando sillería dura en los muros en vez de franca como tenían; la reconstrucción de dos muros que cerraban dos arcos desde los cimientos hasta la cornisa al encontrarse totalmente desplomados, como otra línea de muro en la parte exterior contigua a las puertas de entrada y resaltos; la introducción de nuevas columnitas y la restauración de detalles; la coronación del edificio con nuevas ménsulas, un capitel nuevo y lacerías generales con el mismo carácter de las que existían; el volteo de bóvedas tabicadas de las que se carecía y la reparación de las que cubrían el presbiterio; la reconstrucción de una fuerte armadura y la construcción de una nueva espadaña de sillería sobre el testero del templo en sustitución de la que había de ladrillo sobre el presbiterio; la construcción de un nuevo coro y una escalera de caracol para su servicio; la adición de una sacristía de nueva planta y el entarimado del pavimento del templo.
El coste de muchas de estas obras no estaba calculado previamente, pero pudieron llevarse a cabo gracias a la generosidad del conde de Guaqui a quien se le debe, además de las obras adicionales como el nuevo cancel, el púlpito y la verja del presbiterio, la mesa y la fundición de la nueva campana, de las dos que tenía el edificio en su origen. Tanto Ortiz de Urbina como Rezola pusieron de manifiesto que sin esta intervención el edificio habría acabado por arruinarse y que en dicha actuación se había procurado conservar las mismas formas y detalles que existían en la obra para no restarla el mérito artístico e histórico que poseía. Finalmente indicaron que el presupuesto se había formado el 16 de junio de 1865 y que había sido remitido a la Superioridad acompañado del dictamen facultativo y el pliego de condiciones formado por el arquitecto nombrado para este objeto. En vista del largo tiempo transcurrido desde que habían comenzado las obras, se mandó hacer otro reconocimiento de la iglesia el 7 de abril de 1875, a fin de formar un nuevo presupuesto. La subasta fue verificada el 17 de septiembre de ese mismo año, siendo aprobada por la Superioridad el 15 de octubre. Las obras quedaron concluidas el 4 de noviembre de 1876 e inauguradas el 12 del mismo, siendo organizada la recepción oficial y definitiva en la primera mitad de 1877.
Entretanto, la Comisión de Monumentos siguió trabajando en los diversos expedientes que les eran remitidos. El 7 de febrero de 1882 y en vista de que Jerónimo Ortiz de Urbina y Eustaquio Gante, académicos correspondientes de esa Academia y de la Historia habían pasado a ocupar su plaza en la Comisión Provincial de Monumentos, lo mismo que Mariano González Moral, presbítero, académico de número de esta provincia y uno de los fundadores del Museo de Antigüedades, se solicitó el parecer de la Academia de San Fernando sobre cuál de los académicos existentes era el más apto para formar las secciones de Escultura y Arquitectura. Para ello se formaron las siguientes ternas: en la sección de Escultura: Dionisio Barreda, Miguel López Redondo y Pedro González Moral, mientras que en la de Arquitectura: Teodosio Alonso Pesquero, Bernabé Merino y Francisco López Gómez.
A través de la Comisión Mixta Organizadora, la academia madrileña contestó a su homónima en Valladolid que le parecía que esa corporación no comprendía el Reglamento de las Comisiones Provinciales de 24 de noviembre de 1865, ya que en el artículo 2º y 3º se decía que debían formar parte de dichas comisiones los académicos correspondientes de la Academia de la Historia y San Fernando (dos más antiguos de cada Academia), los inspectores de antigüedades, los arquitectos provinciales, el jefe de la Secretaría de Fomento y un representante de cada una de las secciones de las Academias Provinciales de Bellas Artes.
La misma Comisión Mixta expuso que estos representantes de las respectivas secciones no perdían su carácter de académicos por entrar en este tipo de comisiones porque dicho carácter era permanente mientras que el individuo de la Comisión Provincial era un cargo accidental. Esto significaba que aquel que formase parte de una Comisión Provincial de Monumentos como representante de una Academia, también provincial, no debía, si era elegido correspondiente de la Academia de la Historia o de San Fernando, figurar con dicho título, aunque por antigüedad le correspondiese en dicha Comisión Provincial de Monumentos.
El 4 de marzo de 1882, la Comisión Provincial de Valladolid nombró a Manuel Blanco y Cano secretario de la misma, en atención a que Lázaro Rodríguez González había renunciado al cargo tras ser nombrado por la R.O de 11 de febrero anterior presidente de la Academia de Bellas Artes de esa capital y a que Blanco y Cano había desempeñado un puesto análogo durante muchos años en Valencia y Ávila, en esta última provincia diez años antes de publicarse el Reglamento Orgánico de 24 de noviembre de 1865.
Posteriormente, esta Comisión Provincial remitió a la de San Fernando un extenso informe para elevar a Monumento Nacional el ex Convento de San Gregorio (Valladolid). Manuel Blanco y Cano junto con Iturralde, secretario y vicepresidente respectivamente de dicha comisión, comunicaron el 10 de agosto de 1883 los antecedentes que habían determinado dicha declaración, además del informe que la comisión había aprobado por el individuo de la misma Saturnino Calzadilla, el cual había actuado como ponente en este asunto.
Se trataba de una obra destinada a pobres escolares religiosos, fundación del ilustre dominico Alonso de Burgos, confesor de Isabel la Católica, en la que se habían instalado recientemente las dependencias de Hacienda, Gobernación y Fomento. Destacaba por su estilo gótico isabelino donde se entremezclaban pormenores del arte gótico, labores arábigas y manifestaciones del gusto plateresco. Dignas de mención eran su portada, el patio, la escalera que conectaba con la galería superior y la capilla del antiguo colegio, restaurada hacía poco tiempo, despojada de su retablo gótico y del sepulcro de su fundador.
El 10 de febrero de 1883 se observó que la galería del patio ofrecía síntomas de ruina, lo que hacía necesaria su consolidación para evitar que desapareciera y cesase el peligro de las personas que frecuentaban el edificio. Pero también eran urgentes otras tantas obras que no podían demorarse, pues hacía poco tiempo que el pabellón de las oficinas había sido objeto de una reparación general de las cubiertas y volvían a existir filtraciones en los tejados. Para llevar a cabo estas obras fue comisionado Jerónimo Ortiz de Urbina, arquitecto que se encargó de formar el presupuesto y redactar la correspondiente memoria.
Al tiempo que se estaba gestando el proyecto de restauración y consolidación del edificio se ejecutaron las diligencias encaminadas a elevar el ex colegio de San Gregorio a Monumento Nacional, declaración que no sería acordada por SM hasta la R.O. de 18 de mayo de 1884 siendo encomendada su inspección y custodia a la Comisión Provincial de Monumentos. Pero hasta estos momentos, lo único que había hecho el arquitecto encargado de la restauración había sido contener y apuntalar las partes ruinosas del inmueble sin haber presentado más que las cuentas de los gastos ocasionales, lo que significaba que no había formulado un proyecto de restauración, ni trabajo alguno que pudiera elevarse a la Superioridad. Las obras continuaron a este mismo ritmo hasta el mes de agosto, lo que preocupó a la comisión por acercarse la época de lluvias y poder empeorar el estado del monumento.
Entre octubre de 1887 y marzo de 1889 se informó sobre el proyecto de restauración de la armadura y la cubierta correspondiente a las crujías que rodeaban el patio principal del ex colegio, obras que debían ejecutarse bajo el proyecto de Teodosio Torres. El arquitecto explicó en la memoria facultativa el desmonte de la armadura y la bóveda que había subsistido, como el desmontaje de los muros hasta encontrar la obra sólida para poder empezar la colocación de la sillería que debía servir de asiento a los pilares de hierro. La armadura debía componerse de pares de vigas de hierro laminado de I y 25 cm de altura, dividida en dos faldones por una lima de hierro y una viga de I de 30 cm de altura, colocándose entre los pares un relleno de bovedilla de tabique de ladrillo y encima la cubierta de teja de canal. Pero, además, se tenían previstas otras obras accesorias como la reparación del entrevigado del techo del vestíbulo y el revestimiento interior de las paredes.
En cuanto a los materiales a emplear, figuraban la piedra Villanubla para la hilada de coronación de los muros; el hierro laminado para la armadura; el ladrillo para las bovedillas; la madera de pino de Soria para el techo y la teja ordinaria de canal para la terminación de las cubiertas. También se reseñaron en el proyecto los artesonados y su pintura artística, para cuya restauración se tendrían en cuenta las antiguas pinturas, los dibujos y colores incluidos en otros presupuestos de restauración. Dada la actuación de Teodosio Torres y la remisión de algunos restos artísticos del colegio para que figurasen en el Museo Arqueológico, la Comisión Provincial propuso su nombramiento como individuo correspondiente de la misma el 18 de junio de 1888.
A principios de 1890, la ruina que presentaba el vestíbulo de la capilla del ex colegio llevó a la Comisión Provincial a formar una subcomisión compuesta de los arquitectos Iturralde, Urbina y Torres para que reconocieran el edificio del que tan sólo se había restaurado el magnífico patio. El 24 de marzo evacuaron el informe correspondiente y pusieron de manifiesto el hundimiento que se había producido en más de la mitad de la techumbre, la bóveda de piedra y el artesonado que yacían por el suelo, quedando el resto de la bóveda sostenida, pero con serios indicios de que dentro de poco acabaría por arruinarse definitivamente. Por otro lado, el vestíbulo estaba en malas condiciones, las paredes se hallaban deterioradas, agrietadas y con sensibles desplomes por el empuje de la bóveda y las aguas que bajaban a través de la iglesia de San Pablo.
Las causas de todos estos daños se debían sobre todo a los desperfectos y descuidos en la armadura y la cubierta que hacían que las goteras se filtrasen en la bóveda de piedra blanda produciendo la descomposición del material y la ruina del edificio. La armadura de la capilla presentaba el mismo peligro que la del vestíbulo, además de una mancha de humedad en la bóveda como en la unión de los aristones sobre el capitel de una media columna adosada a la pared que se correspondía con la referida iglesia de San Pablo. En cuanto al resto del edificio, se apreciaba la descomposición en la crestería, de donde se habían desprendido algunas piedras y otras amenazaban con hacerlo; la desigualdad en las líneas que ofrecía el caballete del tejado, el mal estado de las armaduras en general, etc.
Dos meses más tarde, la Comisión Provincial comunicó su malestar a la Comisión Central sobre el procedimiento seguido en este expediente porque a su entender, del proyecto de restauración remitido a ese cuerpo académico y devuelto el 11 de marzo de 1889 como del presupuesto de la obra no se sabía nada, ni nada semejante había pasado por conducto ni informe de ella. Se aprovechó la ocasión para reiterar que la Comisión Provincial de Valladolid no había tenido culpa en este asunto y era necesario acabar cuanto antes con los obstáculos legislativos vigentes sobre los proyectos de obras del Estado para poder llevar a buen término la restauración de la Capilla de San Gregorio, porque entre tantas gestiones y correspondencias se perdía un tiempo muy valioso para salvar el edificio de la ruina.
Otro de los informes abordados por la Comisión de Valladolid fue el relativo a los sepulcros encontrados en Wamba tras una excavación de tierra efectuada en una propiedad particular. Se nombró en mayo de 1884 a Fernández de Castro, Blanco y Cano, Martí y Calzadilla, para que, pasando al referido pueblo, informasen sobre la importancia y el valor del hallazgo. El informe junto con los apuntes tomados sobre el terreno y los croquis dibujados por José Martí fueron evacuados el 1 de mayo, poniendo de manifiesto que la importancia de los sepulcros no correspondía a las expectativas deseadas porque era uno de esos descubrimientos que no ofrecía nuevos horizontes para la historia y el arte.
Era un sepulcro desnudo de adornos sin inscripciones, objetos o ropas, pero abierto en la tierra y casi sobre la cúpula del pequeño cerro denominado del «Santo o de las Atalayas», que se presentaba doble, con un esqueleto humano en su interior vuelto de espalda y la cabeza orientada a Oriente. Encima del sepulcro y apoyadas en los costados se extendían unas losas de piedra irregulares acomodadas al objeto, sobre las que descansaban dos esqueletos en dirección inversa, uno a Oriente y otro a Occidente. El sepulcro inferior medía 2,10 m de largo por 42 cm de ancho mientras que el superior mantenía el mismo ancho, pero con 1,85 m de longitud.
La datación de la sepultura era difícil, sino imposible, a no ser que se descubrieran otras similares debido a su ubicación y a que las piedras de los costados como las que cubrían los esqueletos eran inexistentes en los terrenos próximos al lugar, lo que hacía más complicada su datación. Dada la rareza del hallazgo, los individuos comisionados realizaron algunas excavaciones encontrando los cimientos de una antigua construcción a 20 m de distancia, posiblemente de algún edificio militar o religioso.
Examinados los sepulcros procedieron a estudiar el resto de los monumentos del pueblo, empezando por su iglesia. Resaltaba por su torre cuadrada en la cabecera de la nave principal como por su estilo románico tardío o de principios del arte ojival. Observaron su cornisa bizantina con caprichosas ménsulas sobre la que descansaba el alero del tejado; su pórtico de época posterior a la fundación del templo adornado por 4 columnas exentas y dos empotradas que servía de ingreso al recinto sagrado; la primitiva y tapiada puerta principal que era una verdadera joya artística; la sencillez y severidad del conjunto de los adornos del templo; los arcos concéntricos y las arquivoltas con labrados bizantinos, así como las columnatas con capiteles decorados de follajes, animales y mascarones.
En el interior pudieron contemplar el triunfo del arte ojival en los arcos de sus tres naves y los pilares compuestos dotados con cuatro columnas adosadas: dos cilíndricas lisas y las otras dos planas, con fustes sembrados de cabezas de clavos y capiteles bizantinos adornados de hojas y figuras, pero revestidas con varias capas de cal. Respecto a la cubrición de las tres naves, apreciaron en la cabecera sencillas bóvedas sostenidas por arcos túmidos sin adorno mientras que el coro ubicado en la parte opuesta sobre arcos rebajados y una bóveda casi plana adornada con labores resaltadas.
La iglesia poseía sepulcros con adornos bizantinos embebidos en hornacinas a ambos lados de las naves laterales, también en el frente dentro de una hornacina sepulcral adornada de una caprichosa labor gótica y una tabla pictórica, pero asimismo frente al altar existía un sepulcro de mármol gótico con escudos e inscripciones.
Enseguida visitaron la sacristía, en la que se conservaban ropas con bordados antiguos y una cruz parroquial barroca de plata. Después se desplazaron a los antiguos claustros abovedados con tumbas empotradas en los muros, en uno de cuyos extremos se abría una capilla con sencillos sepulcros en su centro. Según la tradición, descansaban en ellos desde 1567 los tres heroicos zamoranos que, en 1072, habían luchado por su ciudad y defendido a la Infanta Doña Urraca de la acusación de regicidio lanzada contra ella.
Desde allí se trasladaron al lugar donde se habían levantado los claustros, por entonces totalmente desolados. De sus altas y desnudas paredes se veían los arranques de algunos arcos seccionados por la mano del hombre; los restos del basamento de dos púlpitos destrozados recientemente según información recopilada a través de algunos vecinos; tres portadas apuntadas y dos semicirculares, algunas adornadas con labor bizantina, además de varias estancias abovedadas, una de ella revestida interiormente por multitud de cráneos y huesos humanos.
A continuación, se encaminaron hacia una tumba aislada sin cubierta y carente de adornos, que según la tradición había cobijado los restos mortales de Recesvinto. Escucharon decir a varios ancianos del lugar que hacía menos de 50 años existía un número elevado de esculturas contemporáneas a la fundación del templo que por viejas y feas habían sido sepultadas en un lugar del patio del arruinado claustro. Pero no lejos de este sitio se abría otro portal apuntado que daba paso a una estancia abovedada, capilla según algunas fuentes visitada por la hermana de Alfonso VI.
El estudio de todos estos lugares llevó a los individuos de la Comisión Provincial de Valladolid a notificar la necesidad urgente de acudir al rescate y conservación de todas estas obras porque, aunque estaban en pie un gran número de ellas por la solidez de sus construcciones, la indiferencia y la actuación demoledora del hombre las había arruinado para hacer sus construcciones particulares, actuaciones que en caso de no corregirse acabarían con el derrumbe y la desaparición de un importante legado artístico de nuestro pasado.
Enterada sobre el particular, la Comisión Central de Monumentos acordó comunicar a la Comisión Provincial el 18 de marzo de 1885 que buscase los fondos necesarios de la Diputación Provincial para la reparación y conservación de la iglesia de Wamba, retirando de ella los restos ornamentales arquitectónicos que fuesen dignos de ser conservados, bien disponiéndolos dentro del propio templo o en el Museo Provincial.
Además de los expedientes mencionados, la Comisión Provincial se ocupó de organizar el Concurso del Premio de Música para el año de 1885 a 1886, así como de realizar el proyecto de restauración de la catedral de Valladolid y la elevación de varias obras a la categoría de Monumento Nacional: la iglesia de Santa María la Antigua, su torre y arcada; el Castillo de Peñafiel y el Castillo de la Mota. Al tiempo que solicitó a principios de 1897 la elevación de la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua a la categoría de Monumento Nacional, hizo presente los recientes desprendimientos que había sufrido el edificio y que había provocado que el arquitecto de la diócesis colocara una valla alrededor de la arcada. Ante esta nueva alarma, la Academia de San Fernando emitió a los pocos días un informe exponiendo la antigüedad de la obra, cuya fundación se remontaba al año 1088.
Adscrita al Palacio Condal, lo más antiguo del edificio eran la torre y el pórtico datados en el siglo XII, así como la disposición de su planta, ya que las bóvedas de crucería y el exterior de los ábsides pertenecían al siglo XIV, momento en que Alfonso XI la había restaurado haciendo desaparecer sus alfarjes, como levantando su nave central en el crucero y las bóvedas citadas. No obstante, se creía que las bóvedas eran más bien del siglo XIII durante el reinado de Alfonso IX, lo que significaba que la torre y el pórtico norte eran románicos mientras que el templo y su exterior pertenecían al arte ojival.
Aunque con medidas modestas, poseía una planta basilical de tres naves, una cabecera con ábsides semicirculares en origen y luego poligonales; grandes contrafuertes en sus ángulos coronados por pináculos entre los que corrían balaustradas caladas que servían de apoyo a los tejados y ventanales apuntados en los entrepaños.
Por el Mediodía, la casa del cura ocultaba una portada ojival sin columnas constituida por seis arquivoltas de lisos baquetones. El pórtico románico mantenía una disposición semejante al de las Huelgas (Burgos) y a la de otros conventos de la provincia de Segovia. Estaba dividido en tres partes correspondientes a los tramos de las bóvedas del templo: el central y de Oriente conteniendo cinco arcaduras y el de Poniente solamente cuatro. Se hallaban coronadas por sencillas arquivoltas decoradas con flores cuadrifolias en punta de diamante apoyadas en columnillas pareadas con capiteles de gran ábaco moldeado, cuya decoración se basaba en volutas y hojas. Pero igualmente destacaba en el pórtico una cornisa plana biselada sostenida por canes redondeados.
La torre ubicada a los pies del templo cuyos muros poseían 1,20 m de espesor, pertenecía al más puro estilo románico, salvo los aditamentos de las balaustradas en sus huecos. Su tercio inferior se había reforzado con un revestimiento de sillería a modo de pedestal, sobre el que se levantaban los cuatro cuerpos de la construcción divididos por impostas, el último de ellos correspondiente al de campanas. Estaba coronada por un chapitel piramidal bastante peraltado cubierto de tejas de barro cocido, algunas con vestigios de esmalte, y a su vez se remataba con una veleta y una cruz de hierro, tras haberse caído hacía poco tiempo el primitivo remate de piedra.
El chapitel estaba constituido por una bóveda de ladrillo, las bóvedas de crucería eran simples y los pilares ochavados con sencillos capiteles en sus columnas se revestían por un grueso revoco de yeso debido al estado de descomposición que presentaba la piedra. Todos los arcos poseían deformaciones y los pilares desplomes, lo que había obligado a contrarrestar sus empujes a través de arcos rebajados.
Además del retablo principal, obra del escultor Juan de Juni y sus discípulos (1551), destacaban el retablo ojival de la Capilla de los Condes de Cancelada, el arco conopial en la entrada del baptisterio y la balaustrada calada del coro con tracerías ojivales.
Como la obra estaba construida con piedra calcárea y arenisca de mala calidad y su construcción se encontraba en un estado deplorable, S.M. acordó declarar el templo Monumento Nacional por la R.O. de 11 de marzo de 1897, quedando bajo la inmediata inspección de la Comisión Provincial y la tutela del Estado. Gracias a los informes emitidos por las Academias de la Historia y San Fernando se había logrado una vez más proteger de la ruina otro monumento de mérito artístico, sin embargo, aun habiendo sido elevada a esta categoría, todavía en octubre de 1898 no se habían llevado a cabo las obras urgentes en el ángulo derecho del claustro.
Durante el tiempo en que Iturralde perteneció a la Comisión Provincial de Valladolid, tuvo que hacer frente a multitud de cambios en el personal adscrito a dicha comisión, bien por el traslado o fallecimiento de sus miembros. Dentro de los segundos podemos señalar a Lázaro Rodríguez, muerto el 2 de diciembre de 1885; César Alba el 16 de diciembre de 1888; Eustaquio Gante en 1889, Pablo Santos de Berasategui en 1890 y Manuel López Gómez, rector de la Universidad y presidente de la Academia de Bellas Artes, en 1893.
Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1848-1851. Sig. 2-14-2; Comisión Central de Monumentos. Comisiones provinciales de monumentos. Valladolid, 1881-1910. Sig. 4-45-2; Comisión Central de Monumentos. Comisiones Provinciales de Monumentos. Valladolid, 1881-1911. Sig. 4-45-1; Comisión Central de Monumentos. Libro de actas, 1867-1886, 1902. Sig. 3-182; ITURRALDE, Antonio de. Sobre el método más conveniente de enseñar el dibujo arquitectónico y el topográfico, 1852. Sig. 5-95-13; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1848-1854. Sig. 3-91; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 9; Sección de Arquitectura. Informes. Oposición a la plaza de arquitecto titular de Valladolid, 1857. Sig. 5-60-3; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., 1886-1887. Sig. 5-182-1; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc. Valladolid: Proyecto de reconstrucción del ex colegio de San Gregorio, 1888. Sig. 5-95-16; Sección de Arquitectura. Informes sobre proyectos de obras, 1884-1885. Sig. 4-70-4; Secretario general. Académicos correspondientes, 1851-1900. Sig. 1-53-8; Secretario general. Académicos correspondientes (España y extranjero), 1865-1879. Sig. 1-53-1; Secretario general. Alumnos. Expedientes de los primeros discípulos de la Escuela Especial de Arquitectura para su examen fin de carrera, 1849. Sig. 5-68-3, nº 4; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1847-1853. Sig. 1-32-15; Secretario general. Enseñanza. Expediciones artísticas de los discípulos de la Escuela Especial de Arquitectura a Toledo (1849), Salamanca (1853), Guadalajara (1854), y granda (1856), 1849-1856. Sig. 1-32-5; Secretario general. Enseñanza. Disciplina en los estudios, 1768-1856. Sig. 1-20-2; Secretario general. Enseñanza. Planes de estudios, 1845, 1846-1850. Sig. 1-19-17; Secretario general. Libro de registro de matriculados en la EEA desde el curso 1845-1846 hasta el 3l de 1858-1859, 1845-1859. Sig. 3-152; Secretario general. Solicitudes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura, 1845. Sig. 5-67-3.
Otras fuentes: Catálogo de La Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866. Madrid: Imp. Del Colegio de Sordo-Mudos y de Ciegos, 1867
Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM
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