Ríos Serrano, Demetrio de losBaena, 1827 - León, 1892


Hijo de José María Ríos y María del Carmen Serrano, nació en Baena (Córdoba) el 27 de junio de 1827 y murió en León el 27 de enero de 1892. Cursó los estudios preliminares exigidos por el Real Decreto de 25 de septiembre de 1844, además de los de Geografía y Mineralogía a fin de entrar en la Escuela de Arquitectura establecida en Madrid, en la Academia de San Fernando. El 28 de septiembre de 1845 solicitó su ingreso en dicha Escuela, para cuyo fin presentó la fe de bautismo, la certificación del 1º y 2º año de Filosofía, otra de Mineralogía, otra de Matemáticas con aplicación del álgebra, geometría y las lecciones cónicas. Fue matriculado en el 1º año de carrera el 13 de noviembre de 1845, a los 18 años de edad.

Durante su estancia en el centro vivió a lo largo del curso de 1848 y 1849 las grandes protestas, los problemas disciplinares, la ausencia en las aulas y multitud de faltas de insubordinación por parte de los alumnos. Ello se debía a la Real Orden de 28 de noviembre de 1848 por la que quedaron suprimidos los dos años de práctica que eran exigidos para obtener el título, dejando automáticamente a los estudiantes de 3º, 4º y 5º año de carrera matriculados en 1º, 2º y 3º curso del nuevo plan. Entre estos desórdenes figuraban los acontecidos en la cátedra que desempeñaba Manuel María de Azofra, clase en la que los discípulos se negaron a responder a las preguntas del profesor, lo que motivó la emisión de la Real Orden de 15 de diciembre de 1848, acordándose la expulsión de cualquier alumno desobediente fuese cual fuese su número; que aquellos que no asistiesen a clase se les anotarían las faltas para que llegado el número prevenido perdiesen curso y aún como oyentes no se les permitiese asistir en lo sucesivo; incluso en caso de que la insubordinación exigiese la fuerza armada, los discípulos fuesen entregados a los tribunales. Esta orden fue comunicada al director de la Escuela y a través de éste a todos los profesores. Sin embargo, no era la primera vez que eran expulsados estudiantes del centro, ya que Carlos Botello del Castillo, discípulo del 2º año de carrera, lo había sido en 1847 y Cirilo y Ramón Salvatierra en 1848, habiendo sido readmitidos por la Junta de Gobierno el 6 de mayo de 1848 en atención a las manifestaciones de sus padres y sus buenos propósitos.

Enterada la reina de los sucesos acontecidos por los alumnos del 1º y 2º año de arquitectura, acordó emitir la Real Orden de 31 de enero de 1849 que, a propuesta de la Junta de Profesores, tuvo como consecuencia la expulsión de los promotores de las revueltas (Simeón Ávalos, Manuel Giménez y de Ropero, Pedro Fores y Pallás, Bibiano Guinea, Joaquín Vega, Manuel María Muñoz, Aquilino Hernández, Antolín Sagasti, Juan Torras y Guardiola, Luis Villanueva y Arribas, José Sarasola y Pequera, Anastasio Menéndez, José Limó y Fontcuberta y Manuel Villar y Vallí), como la de aquellos que no habían cumplido las asistencias reglamentarias a las diferentes clases (Dionisio de la Iglesia, Carlos Mancha y Escobar, Francisco Urquiza y José Segundo de Lema).

Aunque se acordó no admitir a matrícula a los alumnos expulsados ni a los borrados por falta de asistencia, lo cierto es que en su mayoría fueron readmitidos por la Real Orden de 16 de mayo de 1849 una vez arrepentidos de sus actos. A partir de entonces se exigió a los aspirantes para solicitar la matrícula ir acompañados de sus padres, tutores o encargados responsables de su conducta y acreditar no haber tomado parte en las revueltas que habían motivado dichas disposiciones, recordándoles al mismo tiempo que cualquier falta de subordinación se castigaría en lo sucesivo con arreglo a las Reales Órdenes de 15 de diciembre de 1848 y 31 de enero de 1849.

A finales de la década de los años cuarenta del siglo XIX, S.M. aprobó la iniciativa de algunos profesores de la Escuela Especial de Arquitectura para que el profesor Antonio Zabaleta pasase a Toledo con algunos discípulos, con objeto de proporcionar buenos dibujos y modelos para la enseñanza de los que la Escuela carecía. Los estudiantes debían costearse el viaje e ir acompañados de un profesor, a fin de practicar las mediciones de detalles, conjuntos de edificios y vaciados de los monumentos que se encontraban en esa población.

Zabaleta salió rumbo a Toledo el 24 de abril de 1849 con 30 alumnos, que trabajaron entre 12 y 14 horas diarias permaneciendo en la ciudad hasta el 14 de mayo. De los treinta discípulos, 7 se hallaban en el año de práctica, lo que significaba que tenían todos los estudios concluidos (Severiano Sainz de la Lastra, Joaquín Fernández, Pantaleón Iradier, Manuel Heredia, Santiago Angulo, Mariano López y Luis Pérez); 8 se encontraban en el 3º año de carrera (Felipe Peró, Domingo Inza, José Mariano Mellado, Máximo Robles, Rafael Mitjana, Antonio Cortázar, Antonio Iturralde y Francisco Verea y Romero); 13 cursaban el 2º año de carrera, siendo el caso de Demetrio de los Ríos, Antonio Ruiz Sálces, Cristóbal Lecumberri, Juan Lozano, Fernando Ortiz, Cirilo Ulivarri, Juan Germán, Alejo Gómez, Juan Nepomuceno de Ávila, Juan Jarelo, José Asensio y Berdiguer, Manuel Villa y Valle, y Francisco del Villar, mientras que 2 cursaba el 1º año (Aureliano Varona y Francisco Cubas).

Los trabajos realizados fueron expuestos en una exposición pública organizada en Toledo, antes de que los autores regresasen a Madrid. Entre las obras figuraban detalles y fragmentos de la Casa de Mesa; los azulejos y bóvedas de la Capilla de San Jerónimo en la Concepción Franciscana; los azulejos de la Casa de Misericordia en San Pedro Mártir; la planta, el corte longitudinal, los detalles de los arcos y los capiteles de Santa María la Blanca, como de San Juan de los Reyes. Asimismo, vaciados de varios sepulcros, pilastras, arcos, arquivóltas, fajas y frisos de la catedral.

La expedición fue todo un éxito y en vista de los buenos resultados, la junta de profesores comunicó a la Academia lo útil que era el estudio de los monumentos como que consiguiese del gobierno varias pensiones anuales para un cierto número de alumnos a fin de comisionarles para este objeto.

Como alumno de la Escuela Especial de Arquitectura fue aprobado en la clase de arquitecto en la Junta de los Sres. Profesores del 15 de marzo de 1852 por 6 votos contra 2, a los 25 años de edad. Como proyecto fin de carrera había realizado los diseños de una Casa para un comerciante de giro y cambio (del A-1601 al A-1605) con su informe facultativo y el avance detallado del coste de la obra, ambos fechados en Madrid el 9 de marzo. El proyecto respondía al programa nº 35 que decía: «Casa para un comerciante en el giro de letras y cambio de moneda, entre dos medianerias, pero con fachada á dos calles opuestas. Planta, fachada y corte. Escala de 0,025 mª por M».

Tenemos constancia que el 3 de junio de 1852 fueron expedidos nueve títulos de directores de caminos vecinales a favor de Federico Inzenga, Demetrio de los Ríos, Jerónimo Ortiz, Anastasio Menéndez, Juan Jarelo, Fernando Ortiz, Cirilo Ulibarri, Francisco Zubeldía y Mario Carpegna, así como uno de maestro de obras a favor de Agustín de Santa Cruz.

En este mismo año de 1852 optó a la plaza de profesor de Dibujo Topográfico y Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Para ello, elaboró el 4 de junio una Clave ricamente decorada para un arco de triunfo (A-5831) y al día siguiente el dibujo de Un terreno ligeramente ondulado atravesado por un río de primer orden, distribuido en parte de su curso en varios islotes (A-3753). Obtuvo la plaza en la Junta General del 11 de julio de 1852.

El Gabinete de Dibujos conserva de este mismo autor 15 dibujos para grabar de la ciudad de Sevilla, pertenecientes a la serie Monumentos Arquitectónicos: el Ayuntamiento de Sevilla (del MA/319 al MA/321); la Biblioteca Colombina del Alcázar de Sevilla. Detalles de elementos arquitectónicos y decorativos de Itálica (MA/322); Elementos arquitectónicos de Itálica, capiteles y detalles (MA/323); la Iglesia de San Marcos (del MA/326 al MA/329); las Iglesias de Santa Marina, San Julián, San Esteban, San Marcos y San Juan de los Salmos. Detalles de esculturas y rosetones. (MA/330); los Mosaicos de Itálica. Peristilo del Palacio (MA/331) y MA/332); el Mosaico del gran salón de Itálica. Peristilo del Palacio (MA/334) y el Mosaico grande Itálica. Detalles (MA/335 y MA/336). Las ruinas de Itálica le eran muy conocidas porque su familia estaba altamente relacionada con el yacimiento romano y desde muy joven acompañaba a su hermano José Amador, secretario de la Comisión Central de Monumentos y director desde 1841, a las excavaciones que eran efectuadas en la ciudad. Es más, entre 1851 y 1880 ejecutó diversos dibujos para su obra Descripción histórico-artística de Itálica, hoy conservados en el Museo Arqueológico de Sevilla.

Su nombre volvió a reseñarse en las juntas académicas con motivo del concurso convocado para erigir en Sevilla una estatua a la memoria del célebre pintor Bartolomé Esteban Murillo en la plaza de Santa Isabel, hecho por el que la Academia tuvo que nombrar una comisión que juzgase las obras y premiase la escultura que mereciese el premio y el accésit. En la Junta General del 4 de julio de 1858 fueron nombrados para esta comisión Matías Laviña (Sección de Arquitectura); Federico de Madrazo y Joaquín Espalter (Sección de Pintura), además de José Piquer y Ponciano Ponzano (Sección de Escultura). Pero la erección de la escultura se hizo esperar pues en agosto de 1861 se decidió cambiar la ubicación de la estatua, de la plaza de la Infanta Isabel a la plaza del Museo, y en agosto se presentó a la Academia el proyecto de pedestal aprobado previamente por la corporación y otro conteniendo cinco pensamientos diferentes estudiados por el arquitecto Demetrio de los Ríos. Estos últimos fueron aprobados por la Sección de Arquitectura el 14 de octubre de 1861, no sin antes prevenir a su autor «[...] la conveniencia de combinar en la composicion la supresion para el mejor efecto, tanto de los acroterios, como de la Poleta del cuerpo decorativo pudiendose quizás esculpir esta en el frente principal del “dado” del pedestal». 

Debido a que el concurso se prolongó durante un tiempo hubo necesidad de nombrar a otros miembros para la formación de la comisión mixta, a cuyo fin fueron elegidos Luis Ferrant y Teodoro Ponte de la Hoz (Sección de Pintura); Ponciano Ponzano y Bartolomé Coromina  (Sección de Escultura), así como Aníbal Álvarez y José Amador de los Ríos (Sección de Arquitectura), nombramientos que fueron verificados por la Academia el 30 de noviembre de 1861. Pero aún quedaba por decidir el lugar de ubicación de la estatua, cuestión que la corporación académica acordó el 3 de diciembre de 1861 no proceder a ninguna resolución hasta no tener previamente los informes del Ayuntamiento de Sevilla.

La estatua quedó por fin concluida en febrero de 1864 gracias a muchas sociedades beneméritas, entre ellas la Sociedad Económica y de Emulación y Fomento de Sevilla, como la cooperación de multitud de artistas, fundamentalmente Sabino de Medina y Demetrio de los Ríos, autor el primero de la estatua y el segundo del pedestal sobre el que se elevaba.

El 12 de noviembre de 1865 los académicos Valentín Martínez de la Piscina, Eugenio de la Cámara, José París, Atilano Sanz y Pérez, Luis Ferrant, Pedro de Madrazo y Aníbal Álvarez le propusieron para académico correspondiente por su fructuosa trayectoria profesional. Era arquitecto residente en Sevilla, profesor de aquella Escuela de Bellas Artes, individuo de su Academia Provincial, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia e individuo del Instituto Arqueológico de Roma. Había sido el director de las excavaciones de Itálica y autor además de varios trabajos artísticos, literarios y de dos importantes memorias: una sobre el anfiteatro y la otra sobre las termas de esa antigua ciudad, que fueron publicadas respectivamente por la Real Academia de la Historia y el Instituto Arqueológico de Roma.

Para su nombramiento, fueron realizadas varias lecturas: la 1ª el 19 de noviembre de 1865 y la 2ª, 3ª y 4ª los días 4, 11 y 18 de diciembre de 1865 respectivamente. El 28 de diciembre de ese mismo año hizo partícipe a la Academia desde Sevilla el haber recibido su oficio con fecha del 19 en el que se le confería el cargo de académico corresponsal de la misma, así como el Reglamento y los Estatutos de la corporación, comunicado del que quedó enterada la institución en su Junta Ordinaria del 2 de enero de 1866.

Siendo académico correspondiente de las Reales de la Historia y San Fernando, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y vocal de su Comisión de Monumentos, optó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866 por la Arquitectura, con el Proyecto de restauración de las casas consistoriales de Sevilla. También participaron Bernardo Gil y Bello, maestro de obras natural de Toledo, director de caminos vecinales y fontanero mayor de la Real Casa, quien ejecutó el Proyecto de edificio destinado á parada de caballos padres; Higinio Cachavera, natural de Madrid, discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura y ganador de la mención especial en la Exposición Nacional de 1862, quien presentó para la ocasión el proyecto de una Bolsa y tribunal de comercio; Faustino Domínguez Coumes-Gay, natural de La Coruña y discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura que lo hizo con el proyecto de una Iglesia parroquial; Miguel Garriga y Roca, natural de Alella (Barcelona) y ganador de una mención honorífica en la Exposición Nacional de 1864, que ejecutó el Proyecto de la nueva iglesia de San Ginés de Vilasar en el Obispado de Barcelona; Alejandro Herrero y Herreros, natural de Madrid y discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura, que presentó un Monumento dedicado a conmemorar la paz de Vergara; Antonio Iturralde, natural de San Sebastián, discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid y Caballero de la Real Orden de Carlos III, que participó con los Proyectos de un teatro, un mercado público y un lavadero público;  Calixto Loira y Sánchez en colaboración con Ramiro Amador de los Ríos, natural el primero de la Habana y el segundo de Madrid pero ambos alumnos de la Escuela de Arquitectura, quienes idearon para la ocasión un Monumento a la unión telegráfica de Europa y América; Mariano López Sánchez, arquitecto, discípulo de la Escuela Especial de Arquitectura y premiado con la medalla de 2ª clase en la Exposición Provincial de Toledo de 1866, que lo hizo con el Proyecto de una iglesia panteón y un edificio destinado a oficinas del Gobierno en una provincia de primera clase; José Marín Baldó, natural de Murcia y alumno de la Escuela que desarrolló, por el contrario, el Modelo de un monumento a la gloria de Cristóbal Colón y de España por el descubrimiento del Nuevo-Mundo; José Oriol Mestres, arquitecto y académico corresponsal de la de Nobles Artes de San Fernando, que proyectó los Estudios originales para la conclusión de la Catedral de dicha ciudad, ejecutado con autorización de S.M. por Real orden de 19 de Junio de 1866 por dicho arquitecto, y a expensas del Excmo. Señor D. Manuel Girona; Vicente Paredes Guillén, natural de Valdeobispo (Cáceres), discípulo de la Escuela de Arquitectura de Madrid, que elaboró el Proyecto de un Panteón de una familia; Atilano Rodríguez Collado, natural de Santander, arquitecto, alumno de la Escuela Especial de Arquitectura y medalla de 2ª clase en la Exposición de Bayona que ejecutó una Ermita en despoblado; Emilio Sánchez Osorio, natural de Guadalajara, discípulo de la Escuela y premio de 3ª clase en la Exposición Nacional de 1864 quien participó con el Proyecto de iglesia, mientras que Julio Saracibar, natural de Vitoria (Álava) y discípulo de la Escuela lo hizo con el proyecto de una Casa de baños y lavaderos y un hospicio general. Por último José Secall y Asión, natural de Zaragoza, arquitecto provincial de Salamanca y alumno de la Escuela de Arquitectura que desarrolló un Teatro para una capital de provincia; no obstante, entre las adiciones en la Arquitectura aparece el nombre de Eugenio Duque, natural de Almonacid (Toledo), discípulo de la Escuela Especial de Pintura y Escultura, medalla de 2ª clase en la Exposición Nacional de 1860 y 1864, y pensionado en Roma por la diputación de la provincia de Toledo, que diseño un Panteón para conservar las cenizas de los héroes de la provincia de Toledo y un Obelisco para conmemorar los hechos de los héroes de la misma provincia.

Tras la votación secreta salieron premiados: medalla de segunda clase: Emilio Sánchez Osorio; medalla de tercera clase: Julio Saracibar, Faustino Domínguez Coumes-Gay, Atilano Rodríguez Collado y Mariano López Sánchez; menciones honoríficas: Calixto Loira y Sánchez, Ramiro Amador de los Ríos, José Secall y Antonio Iturralde.

En este mismo año de 1866, previo dictamen de la Academia, Demetrio de los Ríos ganó el concurso público celebrado para restaurar las dos puertas del crucero de la catedral de Sevilla, certamen al que también opositó Balbino Marrón. Aunque fue elegido el proyecto de Demetrio de los Ríos, la Sección de Arquitectura del 25 de febrero de 1867 le comunicó que  «[...] en vista de que los detalles que acompaña a su pensamiento no tienen el carácter y sabor artístico que le corresponde en relacion con el Monumento y la época de su construccion, es necesario remita á consulta de esta Academia con el carácter privado, si gusta, los estudios, y en particular los modelos de detalles y escultura; pues de esta manera se podrá armonizar completamente la nueva obra con la antigua, resultando un beneficio al autor del pensamiento».

Por entonces, y desde hacía ya varios años, se estaba acometiendo una de las empresas más importantes del país: la restauración y reposición de la catedral de León. Por la Real Orden de 6 de julio de 1858 relativa a la designación de dos arquitectos de mérito que reconociesen el templo y que manifestasen las obras necesarias para su restauración, la Sección de Arquitectura celebrada el 12 de junio de 1858  y formada por Aníbal Álvarez (presidente), Antonio Conde, Atilano Sanz, Matías Laviña, Eugenio Cámara y José Jesús Lallave (secretario), acordó elegir unánimemente al académico Narciso Pascual y Colomer con el arquitecto que el mismo designase para cumplir este cometido. Tanto el cabildo de la catedral como los diputados de la provincia creían conveniente que uno de los arquitectos fuese el monje Echano, porque además de reunir el título de arquitecto había intervenido en algunas obras del edificio, sin embargo, Pascual y Colomer elegiría para que le auxiliase en estos trabajos al arquitecto José Díaz Bustamante. El 25 de octubre de 1858, el propio Pascual y Colomer remitió a la Academia el resultado de su reconocimiento en cumplimiento del encargo que le había sido confiado y comunicó que lo había tenido que hacer solo en vista de que Bustamante se encontraba ocupado en las obras del ferrocarril de Zaragoza.

El reconocimiento tenía por objeto conocer la solidez de sus fábricas y las causas de inseguridad que presentaban algunas de ellas, para así poder estudiar y proponer la clase e importancia de la reparación que debía ejecutarse a fin de devolver al edificio la seguridad que le era necesaria y el uso al que estaba destinado. Comenzando por el estudio de los cimientos, que halló sólidos, observó un notable desplomo en el tímpano de cantería que cerraba la nave central del templo y que constituía el frontis de la fachada principal. Este mismo desplomo halló en el cuerpo saliente de la fachada sur que constituía la entrada al testero del ala derecha del crucero, cuyo movimiento y consecuencias habían sido la causa de dicho reconocimiento. Asimismo, atisbó inminente ruina y pérdida de la curvatura cóncava de la arista que descansaba sobre los dos machones de la derecha, de los cuatro que conforman el crucero y de entre ellos particularmente el más inmediato al coro y sobre el órgano. Del mismo modo, eran extremadamente ligeros los espesores de las fábricas y la mala calidad de la piedra con que estaba construidos los machones y el muro del crucero. Por todo ello, Pascual y Colomer señalaba que el deterioro era fácil de resolver volviendo su fábrica a su primitivo estado, sin ser necesario derribar nada de lo existente ni hacer grandes apeos, aunque siendo necesario tomar las precauciones necesarias, estudiar detenidamente el modo de ejecutar las obras de sostenimiento y realizarlas despacio y parcialmente para no aumentar el movimiento que sufrían. A su entender, la restauración debía ejecutarse en dos partes bien diferenciadas: la primera, la mas pequeña pero urgente, consistente en el apeo de las dos bóvedas de la nave principal contiguas al crucero y los dos arcos torales que habían sufrido movimientos, y la segunda, de mayor importancia y mas costosa, concerniente al levantamiento de los planos del crucero derecho dando diferentes secciones en proyecciones horizontales y verticales para encontrar los asientos de los nuevos apoyos y consolidar la iglesia. Insistía en que para la mayor rapidez de las obras era necesario adquirir cuanto antes las maderas necesarias para realizar el apeo de las bóvedas indicadas y los andamios que eran indispensables, además de autorizar el pequeño gasto para el levantamiento de los planos y el estudio preparatorio de la restauración.

Por la Real Orden de 3 de mayo de 1859 el arquitecto Matías Laviña reconoció y dirigió finalmente las obras de restauración de la catedral, remitiendo la memoria de este proyecto el 22 de diciembre de 1860. En ella recogió las causas del estado ruinoso del templo, las medidas adoptadas para contener la ruina, los medios de conservación necesarios, así como el presupuesto razonado de la cúpula y la completa restauración de la iglesia. El proyecto sería examinado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 3 de mayo de 1861, no sin antes advertir «que hubiera deseado ver en la memoria del Sr. Laviña algun cálculo de los que sin duda habrá hecho pª comprobar y ayudar las deducciones del raciocinio y de la experiencia; pues ciertamente pocas cuestiones pueden presentarse en la práctica de la Arquitª que mas materia ofrezcan á las investigaciones cientificas; pero no se crea que por esto hace un cargo formal á este apreciable Profesor en quien reconoce la laboriosidad, inteligencia y experiencia suficientes para añadir á los estudios profundos de observacion y criterio que ya tiene hechos sobre este templo todos los cientificos y de cálculo que son necesarios para la completa y feliz resolucion del árduo problema que se le ha encomendado».

Las obras de la catedral siguieron su curso a lo largo de los años. El 28 de noviembre de 1862 Laviña remitió a la Academia la marcha de sus trabajos y comunicó el haber desmontado todo el brazo sur; el 15 de febrero  de 1863 propuso algunos medios para la restauración y adquisición de vidrieras esmaltadas;  el  18 de octubre de 1863 comunicó las vicisitudes de las obras y el estado en que se encontraba el templo, sin embargo,  a finales de este año de 1863 se dio la voz de alarma sobre el inminente peligro de ruina en que se encontraba la iglesia a consecuencia del errado sistema de restauración que se seguía.  La noticia salió publicada en el Boletín del Arte en España el 19 de noviembre de 1863 por G. Cruzada Villamil, encomendándose la dirección de la restauración al arquitecto francés Viollet-le-Duc, único artista que por entonces en Europa podía dirigirla con inteligencia y acierto. Enterada del hecho, la Academia creyó necesario el nombramiento de una comisión que examinase todos los antecedentes sobre este asunto y contestase al gobierno sobre esta obra, a fin de aclarar la acusación tan injustificada para el que había dirigido la obra y terminar con las vergonzosas injurias a las que se había enfrentado un profesor de tan buena reputación. Esta comisión quedó conformada en la Junta General del 15 de febrero de 1864 por los académicos de número Aníbal Álvarez, Juan Bautista Peyronnet y Francisco Enríquez Ferrer,  quienes se trasladaron a León a inspeccionar el edificio emitiendo el correspondiente informe el 20 de marzo de 1865, aunque mientras tanto Laviña continuó enviando diseños a la Academia para su censura, como dos planos ejecutados en mayo de 1864 conservados en el Archivo de la Academia bajo la signatura 2-42-1 y el realizado en planta y perfil de la tercera portada con la altura de la portada primitiva y la parte existente el 16 de enero de 1865. Los honorarios devengados por este trabajo fueron solicitados por Álvarez, Peyronnet y Enríquez Ferrer a principios de 1871.

Muerto Laviña en 1868, S.M. solicitó continuar esta obra de suma importancia bajo la dirección del arquitecto Andrés Hernández Callejo. Al poco tiempo de hacerse cargo de la obra tuvo desavenencias con el prelado diocesano, su cabildo y la junta de diócesis al denunciar el estado ruinoso de parte de la antigua fábrica de la catedral. La alarma levantada por el arquitecto tuvo como consecuencia el nombramiento de otra comisión que inspeccionase y reconociese el estado de la restauración y de las obras practicadas. La Academia nombró en su Junta Extraordinaria del 26 de julio de 1866 a los miembros de su Sección de Arquitectura, es decir, a José Amador de los Ríos, Antonio Cachavera y Langara y Juan Bautista Peyronnet para llevar a cabo dicho cometido. Los vocales remitieron sus trabajos el 28 de septiembre de 1868 y una vez interrogado por separado a todos los interesados se percataron de que contra Andrés Hernández y Callejo se elevaban varios cargos: desde los administrativos y económicos hasta haber pretendido alterar el plano adoptado por Laviña. También haber intentado demoler ciertos departamentos, miembros arquitectónicos y bóvedas con el pretexto de su estado ruinoso, deshacer parte de la obra ya verificada por su antecesor y no haber asentado ni una sola piedra en la obra desde su nombramiento como director de la misma. La Comisión experta fue de la opinión que el arquitecto se había extralimitado en muchas de sus atribuciones por lo que estaban fundados todos los cargos que se le achacaban, por lo que desaprobaba su conducta, su inacción por espacio de 6 meses y la alarma que había provocado al cabildo y a la población entera. Por otro lado, desaprobaba la conducta de Hernádez y Callejo respecto al ejercicio de su cargo, hecho por el que se creía conveniente que no siguiese al frente de las obras.

La incomunicación y los problemas acaecidos entre el arquitecto y el resto de los interesados en las obras de la catedral obligaron a Hernández y Callejo a cesar como director de las mismas el 5 de enero de 1869. La actuación del arquitecto extrañaba a todo el mundo por cuanto que su amor al arte se había constatado a la hora de llevar a cabo la restauración de la iglesia de San Vicente de Ávila, pero en las de la catedral leonesa había demostrado su total incertidumbre respecto de la verdadera idea de la construcción y repetidas contradicciones que le llevaron a pretender destruir varias fábricas antiguas y miembros arquitectónicos, además de no añadir un solo sillar a la obra. A fin de nombrar a un sustituto, la Sección de Arquitectura acordó la noche del 15 del mismo mes la formación de una terna con los arquitectos más aptos para desempeñar el cargo, proponiendo a Juan Madrazo y Kuntz, Francisco Enríquez Ferrer y Demetrio de los Ríos. El primero de ellos, Juan de Madrazo, fue nombrado director facultativo de dichas obras, de ahí que el 24 de marzo de 1874 remitiese a la Academia el proyecto de encimbrado para las bóvedas altas del templo. El mismo arquitecto llamó la atención a finales de 1875 sobre la necesidad de ejecutar a la mayor brevedad la restauración del edificio y asegurar su estabilidad, empezando por terminar las construcciones comenzadas en el crucero central con todo el brazo sur, la fachada, contrarrestos y respaldos correspondientes, así como las cuatro bóvedas contiguas a dicho crucero, dos sobre el coro y dos sobre el presbiterio. A continuación o simultáneamente era necesario reconstruir el hastial de Poniente de la nave mayor o lo que es decir, la parte central de la fachada principal comprendida entre las dos torres; asimismo, construir de nuevo las armaduras de cubierta con todos los emplomados en cresterías, el chapitel central, los pináculos, los remates y planos de cubierta en sustitución de los defectuosos tejados que entonces cubrían toda la extensión de la catedral; restaurar el cuerpo de campanas de la torre norte de la fachada principal y rehacer la mayor parte de los arbotantes, la totalidad de la línea de cornisa de coronación y las partes en donde la cantería se presentaba descompuesta.

Un escrito fechado el 8 de abril de 1876 nos indica la designación de los académicos Espalter, Amador de los Ríos y Barberi para formar parte de la comisión que debía presentar a los ministros de Gracia y Justicia y de Fomento las exposiciones que la Academia les dirigiese, solicitando fondos para restaurar la iglesia catedral. El proyecto suscrito por el arquitecto Madrazo para la reconstrucción del hastial sur en la zona ocupada por el triforio sería censurado y aprobado por la Sección de Arquitectura el 22 de junio de 1876. Estaba constituido por una memoria descriptiva, nueve grandes planos y los pliegos de condiciones económico-facultativas, trabajos que fueron muy alabados por su acertado estudio.

Tres años mas tarde y con motivo del fallecimiento de Deogracias López Villabrille, por entonces individuo de la Junta de Obras de reparación de la catedral, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de León solicitó de la Academia de San Fernando el nombramiento de un individuo que cubriese su plaza, cargo que recayó en el vocal Juan López Castrillón en julio de 1879. Al año siguiente falleció Juan de Madrazo dejando vacante su cargo en la dirección de las obras, cargo que fue necesario cubrir a la mayor brevedad. Tras su muerte, la Sociedad Central de Arquitectos, fundada en 1849 y reorganizada en 1878, elevó un escrito el 20 de marzo de 1880 proponiendo como homenaje a la memoria del arquitecto la realización de una exposición en la que se exaltase sus estudios, concretamente los referentes a la iglesia-catedral, su laboriosidad y buen hacer profesional. No obstante, en enero anterior había sido remitido su proyecto de obras de terminación del hastial sur, que sería examinado por Francisco de Cubas en octubre de 1880.

A Juan de Madrazo le sucedió Demetrio de los Ríos a partir de 1880, arquitecto que desmontó el hastial occidental plateresco de la catedral leonesa, obra del siglo XVI de Juan López de Rojas y Juan de Badajoz el Mozo, y lo sustituyó por un diseño neogótico. A su vez, reconstruyó las bóvedas del crucero y las de la nave central, aparte de introducir motivos ornamentales en diferentes partes del templo. El Archivo de la Academia conserva 3 diseños de Demetrio de los Ríos para esta obra: 2 planos fechados el 8 de diciembre de 1883 y un plano datado el 5 de enero de 1884 que representa la muralla y el recinto del Tesoro de la catedral (Sig. 2-48-9). 

Pero mientras que se estaban llevando a cabo las obras de la catedral leonesa, Demetrio de los Ríos se ocupó también de las obras de restauración de la catedral cordobesa. Tenemos constancia que el 29 de junio de 1878 remitió un escrito a la Academia con su hoja de servicios debido a la próxima restauración del templo, cuyo edificio amenazaba inminente ruina desde hacía varios años. El gobierno había solicitado de la Academia la propuesta en terna de los arquitectos capacitados para acometer con éxito la parte científica y artística de la iglesia, motivo por el que Ríos Serrano expuso los monumentos nacionales en los que había intervenido. Hacía hincapié en el hecho de habérsele aprobado por el Real Decreto de febrero de 1868 sus planos para las nueve fachadas platerescas de las casas consistoriales de Sevilla; haber sido premiado en el concurso para la erección de las portadas de la catedral de Sevilla, propuesto por el gobierno en terna para la restauración de la catedral leonesa y haberse preferido sus planos para la reedificación de la Capilla de Santa María en la catedral de Córdoba a los de Viollet-le-Duc, reputado restaurador de la catedral de Notre Dame de París. Ante este escrito, la corporación académica no pudo acordar cosa alguna, sólo que la exposición se tendría en cuenta y presente en la ocasión oportuna.

En 1879 remitió a informe del instituto académico el proyecto del Monumento a San Fernando que el Ayuntamiento de Sevilla le había encargado junto con la memoria facultativa y el presupuesto de la obra, calculaba en 242.615 pesetas con trece céntimos, los cuales estaban fechados el 6 y 18 de junio respectivamente.  La Junta Ordinaria celebrada el 28 de abril acordó que una comisión mixta de sus Secciones de Escultura y Arquitectura examinase e informase acerca de este proyecto, comisión para la que fueron nombrados Cubas, Jareño, Medina, Martín y el marqués de Valmar. Para Francisco de Cubas, el monumento tenía el mérito suficiente para ser aprobado ya que estaba proporcionado respecto al tamaño total del mismo que era de 13 metros de altura si era levantado en una plaza cuyas fachadas tuviesen entre 13 y 18 metros como estaba previsto. El pedestal estaba formado por 8 nichos, conteniendo cuatro de ellos otras tantas representaciones del río Guadalquivir que vertían sus aguas sobre amplias tazas, que a su vez las derramaban sobre el gran receptáculo elíptico que circundaba el monumento. Los nichos se encontraban espaciados mediante pilastras y fajas coronadas por capiteles tallados, que a su vez soportaban arcadas semicirculares en los pequeños y arcos mixtos en los mayores. Finalmente, sobre la cornisa se elevaba un zócalo proporcionado sobre el que se asentaba la estatua ecuestre del Santo Rey. El monumento estaba bien diseñado, no obstante, la Academia creyó oportuno comunicar a Demetrio de los Ríos que al dar los detalles de ejecución debía modificar el perfil de la cornisa superior y alguno de los ornatos para ponerlos más acordes y en relación con la época que quería representar.

Volvemos a tener noticias suyas en junio de 1880, momento en que la Comisión de Monumentos de León remitió a la Academia un oficio con las variaciones ocurridas en el personal de los académicos corresponsales de esa Academia y la propuesta de los nuevos que debían cubrir las vacantes. Entre los individuos que figuraban en el anuario de la Academia en 1880 como residentes en la provincia de León se encontraban: Pedro Fernández Sierra Pombley, residente en un pueblo de la provincia durante algunos meses al año y el resto en Madrid y otras capitales; Javier Sanz, ingeniero de la línea de Asturias, cuya residencia era Oviedo desde hacía más de 8 años y por consiguiente, debía figurar avecindado en esa ciudad y no en León; Perfecto Sánchez Ibáñez, arquitecto residente en León, pero de avanzada edad cuyos achaques apenas le dejaban concurrir a las sesiones que celebraba la Comisión de Monumentos de la provincia; Venancio del Valle, sin residencia en León e individuo que nunca perteneció a la Comisión de Monumentos de la provincia; Francisco Julián Daura, residente en León y único individuo que asistía de ordinario a la comisión; Antonio de Medina, residente en dicha ciudad y académico correspondiente de la Academia de San Fernando, pero que figuraba en la comisión como individuo nato de la misma por su cargo como gobernador civil de la provincia. Por último Demetrio de los Ríos, individuo  de San Fernando que había tomado posesión como correspondiente de la Academia de la Historia en la Comisión de Monumentos de León a fin de desempeñar el cargo de vicepresidente al ser el individuo más antiguo de la Academia de la Historia de los existentes en la capital.

En abril de este mismo año de 1880 ejecutó una «Breve reseña del estado actual de la Catedral de León», en vista de que ocupaba la plaza de director facultativo de las mismas desde el 10 de marzo anterior. En ella señalaba como principales causas que habían originado la ruina del templo la falta de unidad en su ejecución y sus malas restuaraciones: «[...] se advierten zonas, ó partes suyas, que desde mediados del Siglo XIII á finales del XV tanto varian de fisionomia estética- arqueológica, como de calidad de piedra, manera de emplearla, y de otros accidentes tectónicos, sugetos a las modificaciones del gusto predominante en cada momento histórico. Tambien se notan multitud de arrepentimientos, casi todos perjudiciales á la originaria fábrica, faltas todas de unidad y consecuencia, que unidas á la accion natural de los Siglos, habian de determinar mas ó menos tarde, restauraciones sucesivas, de las qe en general pueden afirmarse, que rara ó ninguna se egecutó, ni arqueológicamente, ni en buenas condiciones de estabilidad, ni con las mas atinadas prevenciones de la buena consruccion. El cambio de piedra [...] ofrece en lo mas antiguo fracturas, detrituraciones y desmoronamientos de numerosos sillares. Los arrepentimientos frecuentes ocasionan movimientos parciales, que por su número [...] afectaron á  [...] su estabilidad; pero las restauraciones [...], la trageron a su actual situacion. Las de todos los Siglos vienen [...] a empeorar la estabilidad del edificio [...]». Del mismo modo, indicaba las nefastas restauraciones acaecidas en el siglo XVIII cuando se cerró el centro del crucero con una cúpula que arruinó la iglesia al transmitir sus empujes a los hastiales, sacando los del sur y oeste, o la  efectuada por el padre Echano, aunque también la buena intervención ejecutada de mano de Matías Laviña, quien derribó la cúpula y reparó todos los daños causados por ella.

Continuó la memoria analizando los cimientos de la catedral, a su entender en buen estado y totalmente íntegros, para dar paso a los muros del hastial sur, los cuales habían sido desmontados por el referido Matías Laviña hacia 1830. Observó las variaciones que habían sufrido las bóvedas de las portadas, los gabletes destruidos y la convenicencia de restituirlos con poco presupuesto; el desplomo del hastial del oeste, los muros longitudinales y tranversales; el triforio, las pilas, las bóvedas, el cimbrado del ábside y las torres; las armaduras existentes de madera rolliza, cuya carpintería se reducía a los pares, la hilera y el tirante y se encontraba en un estado deplorable, destruido todo su ensamblage y cargados con teja vana de mala calidad.

Finalizó su estudio indicando las obras que a su parecer eran necesarias acometer: «1º El de las ventanas altas del brazo Sur del crucero y cerramiento qe con ellas acomete á las obras recientes de este lado. 2º El general de la construccion de las bóvedas altas. 3º El de cubiertas, con expresión del sistema general de gárgolas. 4º El de la torre y su coronacion en aguja, que acompañará al proyecto anterior. 5º El de las torres próximas al Abside, deduccion de las anteriores. 6º El del Hastial del Oeste y sus pilas de caracol. 7º El de la reposicion de los gabletes en el Hastial del Sur. A éstos esencialmente arquitectónicos se agregaran: 8º el de las vidrieras; 9º el de las pinturas murales; 10º el del coro y altar mayor; y 11º por último los de todas las otras obras complementarias, que dén la última mano a la completa restauracion estética-arqueológica de tan importante Monumento Nacional».

La Sección de Arquitectura en la sesión celebrada el 22 de enero de 1881 examinó la memoria de Demetrio de los Ríos y acordó que la «Corporación no puede ni debe adelantar juicio alguno sobre los diversos puntos que comprende su reseña ni aceptar, como tampoco rechaza los que respecto á las obras y á sus pasados directores facultativos emite el autor de ella, al cual puede manifestarse que la Academia se ha enterado del trabajo que la ha dedicado y que la acepta como testimonio del estudio y observacion de su autor». El Archivo de la Academia conserva tres planos de este arquitecto relativos a la catedral de León, fechados el 8 de diciembre de 1883 y 5 de enero de 1884 (Sig. 2-48-9).

Cinco años más tarde remitió a censura el proyecto de las restauraciones parciales que eran necesarias en la catedral, el cual fue censurado en la sesión celebrada el 21 de junio de 1886. Curiosamente, mencionaba el hecho de que tras estudiar la cimentación general del templo había apreciado la carencia de los mismos en los machones de las uniones de sus pilas, lo que consideraba indispensable para su traba o enlace, cuando años antes había mencionado el perfecto estado de los fundamentos. También que el espacio entre ellos estaba relleno de terrenos de acarreo, restos humanos en descomposición, ruinas de construcciones romanas y de sepulturas antiguas, defecto que aumentaba la gravedad de la obra al encontrarse alguna pila sobre un mosaico romano. Aparte de los cimientos, explicaba el estado de las pilas o pilares, las bóvedas de la zona inferior del templo y los cálculos de estabilidad que eran necesarios para asegurar la construcción.

Además de la memoria descriptiva, presentó 4 planos en papel tela y el presupuesto del proyecto general de las restauraciones, los cuales fueron examinados por la Sección de Arquitectura. Por entonces y en vista de las numerosas obras que debían acometerse se acordó como prioritarias  las obras relacionadas con la fundación de las pilas, la restauración de las gárgolas altas y bajas de las capillas absidiales, la construcción del enjutado de los arcos torales  con objeto de atar con sus cuatro muros esta parte del edificio y la construcción de las bóvedas bajas y altas. En este mismo año de 1886 se ocupó del proyecto de restauración de la fachada de la nave del crucero que miraba al Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla, obra en la que también intervino Adolfo Fernández Casanova.

Al año siguiente estudió la reedificación del hastial oeste de la catedrald de León, proyecto que fue censurado por la Sección el 21 de junio de 1888 con las siguientes palabras: «1º que el Hastial Oeste de la Catedrald e León, se halla en estado de ruina inminente. 2º Que debe ser demolido y reconstruido con arreglo á la traza ó planos de proyecto formados por el Arquitecto D. Demetrio de los Ríos, que constituyen la primera solucion que propone, y con sujecion al presupuesto, pliego de condiciones y demas documentos que á dicha solucion se refieren. 3º Que las obras deben ejecutarse por administracion, y 4º Que por el respeto que merecen los restos de Renacimiento Bramantino que han de resultar al demoler el Hastial, deben ponerse á disposicion del Prelado y Cabildo de aquella Santa Yglesia Catedral, por su gustan conservarlos y utilizarlos convenientemente». Para la misma catedral  realizó el proyecto de las vidrieras pintadas de suma importancia artística al ser un trabajo de vidrieros desde el siglo XIII al XVII. Para este fin presentó en una hoja 10 vidrieras de las naves laterales, 48 de los triforios de las naves, 15 de las capillas y 12 del triforio del ábside. En una segunda hoja la rosa del hastial oeste y la de los hastiales norte y sur, mientras que en una tercera, 24 vidrieras de la nave, el crucero y el presbiterio, 2 del ábside y 5 del mismo.

Las vidrieras se encontraban muy deterioradas y aunque un número reducido de ellas podían ser restauradas, la mayoría debían rehacerse de nuevo. Las vidrieras nuevas que eran necesarias ocupaban un total de 664 metros superficiales, mientras que las antiguas era de 1.101. La Academia censuró el proyecto el 4 de marzo de 1889 llegando a las siguientes conclusiones: que se respetasen las vidrieras existentes en sus respectivos lugares, ya fuesen de los siglos XIII y XIV o de restauraciones posteriores; desapareciese la heterogeneidad existente en las vidrieras de las capillas absidiales debido a que aunaban diferentes estilos al estar formadas por medallones de pequeñas figuras de la primera época restauradas en el siglo XVI y paneles de grandes figuras ejecutados posteriormente; que debido a la importancia del coste de la obra se distribuyese el pago en varios ejercicios; que una comisión de la que formase parte el arquitecto director de las obras, un individuo de la junta de obras que perteneciese a la Comisión Provincial de Monumentos y el canónigo se encargase de ordenar y clasificar los vidrios que estuviesen almacenados y los que contuviesen las vidrieras para determinar el número de ellos que faltaban; se encomendase a la industria nacional la construcción de los vidrios que faltasen y su aplicación a la vidrieras deterioradas; y por último, que el prelado o una comisión del cabildo fijase los asuntos que debían representarse en las nuevas vidrieras, para que luego se abriese un concurso internacional entre las mejores casas de España y el extranjero, a fin de que presentasen los modelos y las proporciones que fuesen más convenientes para que de entre ellos se elijiese a quien se le debía confiar dicho cometido.

Mientras que estaba ocupado en las obras de la catedral de León estudió el proyecto de reparación del edificio destinado a Escuela Especial de Veterinaria en la misma ciudad, aprobado por la Sección de Arquitectura el 24 de noviembre de 1887, y tuvo en mente las obras de restauración y consolidación de la iglesia de San Miguel de la Escalada (León), la cual había sido declarada Monumento Nacional por la R.O. del 28 de febrero de 1886. Para esta última obra ejecutó 5 planos en papel tela que representaban dos plantas del templo, una de ellas en su estado y la otra en el estado en que quedaría después de la restauración; la fachada de la iglesia en su estado y la misma fachada restaurada; la fachada lateral y la misma después de su restauración; las secciones longitudinal y tranversal del edificio y por último los detalles del frontón, la armadura, el techo de la cubierta, seis capiteles, una ventana de la torre, otra del pórtico y una puerta del panteón. En estas fechas, el muro de la fachada princiapal se hallaba muy desplomado y necesitado de una reconstrucción, era necesario realizar el desmonte de tierras acumuladas sobre él, ya que producían presiones y humedades en el edificio, pero también era imprescindible reparar la cimentación, practicar obras de saneamiento para evitar filtraciones y sustituir debajo de la armadura de la cubierta una parte del muro hecha con adobes por otra de fábrica de ladrillo. Asimismo, en el testero o a oriente de los ábsides debían realizarse desmontes en el terreno exterior y la reparación de los muros como de los contrafuertes de dichos ábsides, aunque las obras más necesitadas de reparación eran la iglesia, la torre y el panteón porque había que reparar los arcos de un pórtico adosado al templo, rebajar y reponer su pavimento, restaurar y en parte reconstruir el muro sur y rehacer con fábrica de ladrillo la parte construida en adobes sobre la que descansaba la armadura. También era necesario reconstruir la torre situada entre la iglesia y el panteón de Abades que indicaba ruina inminente por las grietas y desplomes que presentaba, restablecer por dentro del panteón la escalera exterior que conducía a la torre y reconstruir las bóvedas y cubiertas de dicho panteón.

La Academia censuró y aprobó el proyecto a través de su Sección de Arquitectura reunida el 26 de marzo de 1888, junta en la que se echó de menos en los planos la orientación del edificio y la falta de un plano topográfico que diese a conocer la forma del terreno contiguo por todos los lados que sirviera para comprobar el cálculo de los desmontes que debían hacerse y las obras de saneamiento propuestas. La junta exigió al autor la formación del pliego de condiciones facultativas para la ejecución de las obras, que la escalera para el servicio de la torre fuese construida encerrándola en su planta y no en el panteón, que las pequeñas reformas relativas a la celebración del culto se hiciesen de acuerdo y con el consentimiento del obispo de la diócesis y que las obras se realizasen por Administración debido al carácter artístico y arqueológico que presentaba el templo.

Todavía en 1889 estaba sin concluir la reparación del pavimento, el coro, el trascoro, las verjas, los sepulcros y otras obras que eran necesarias en la catedral de León para su apertura al culto. A principios de este año Demetrio de los Ríos remitió el proyecto de estas obras, las cuales se referían principalmente al «pavimento, las gradas y zocalos; el entarimado del coro, sus escaleras; las tribunas; el trascoro; el organo; las puertas, verjas y cancelas; los Altares, portadas y sepulcros; la pared provisional divisoria de los dos tramos de bovedas contiguos a la fachada del oeste, tres ventanas de la nave lateral del Norte y otras del Sur próximas a dcho Hastial del Oeste no incluidas en presupuestos anteriores; dos paños del triforio adjuntos tambien al mismo; los atirantados destruidos [...]», obras propuestas que fueron aprobadas por la Sección de Arquitectura el 15 de abril de 1889.

Al año siguiente fue remitido a informe el proyecto de las vidrieras pintadas del templo en 6 documentos:1º) 3 planos en papel tela fechados el 7 de mayo de 1887, con trece figuras que demostraban la forma y las dimensiones de las ventanas y rosetones, los cuales daban una superficie total de 1.763 metros y 60 decímetros cuadrados. 2º) Una memoria con la relación de los asuntos que representaban las vidrieras existentes, fechada el 5 de octubre de 1887 y firmada por el arquitecto director de las obras Demetrio de los Ríos y los miembros de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de León. 3º) La relación de las vidrieras que faltaban y sus asuntos, fechada el 9 de junio de 1890, firmada por el director de las obras, Nicolás Miranda, Arciano y Clemente Bolinaga. 4º) La memoria descriptiva del proyecto fechada el 27 de septiembre de 1890 por el propio Demetrio de los Ríos y compuesta de 7 artículos, en los que señalaba la necesidad de reparar y reponer las vidrieras, la importancia material de las mismas, su número, magnitud, valor artístico-arqueológico y las condiciones facultativas para llevar a cabo su restauración. 5º) El estado de medición de las vidrios rotos, extraños, borrados e inútiles y aquellos que faltaban en las vidrieras existentes, como el presupuesto del coste de su reparación, y el 6º) El presupuesto de las vidrieras nuevas.

Atendiendo a los documentos presentados, la Sección de Arquitectura celebrada el 14 de mayo de 1891 acordó que la ejecución de las vidrieras nuevas se hiciesen por concurso internacional mientras que la restauración de las antiguas por concurso nacional; que faltaba un documento esencial como era el pliego de condiciones facultativas y económicas para realizar las obras, aunque aceptaba para la formación de los presupuestos los precios unitarios que había fijado Demetrio al hallarse comprendidos entre los precios límites dados por las fábricas;  por último, que se aprobaba el proyecto del taller de restauración de las vidrieras formado por dicho arquitecto en la denominada Casa Lonja, edificio de dos plantas y tres fachadas de mediados del siglo XVIII, aunque era necesario su peralte y una nueva ditribución al ser escasa la luz y su planta principal de poca altura.

Durante 1893 surgió un problema en la catedral que tenía su origen en la propuesta realizada por Demetrio de trasladar el coro al espacio comprendido detrás del altar mayor, es decir, entre éste y la curva interior del ábside. El traslado suponía alterar y desfigurar el edificio al tiempo que quitarle el carácter con que había llegado con el paso del tiempo. Ante este hecho, la Sección de Arquitectura se opuso tajantemente al traslado en su junta celebrada el 5 de julio de 1893 porque el principio fundamental de todo trabajo de restauración o mejor dicho de conservación de un monumento era el respeto a lo existente. Sabía que el coro había estado situado en los dos intercolumnios comprendidos entre el crucero y el presbiterio, pero también que se hallaba cerrado en su testero con el propio cerramiento que entonces conservaba, hecho por el que se impedía la vista del altar mayor y las ceremonias de culto más importantes para los que se encontraban fuera del perímetro del coro. Por este motivo el arquitecto proponía hacer desaparecer el testero del coro, aunque con ello mutilase la sillería y suprimiese 8 sillas altas y 6 bajas que no tenían acomodo en otro espacio; además, los trabajos de pavimentación aprobados por la Real Orden del 9 de septiembre de 1889 habían permitido la permanencia del coro donde se hallaba y su traslado obligaría a paralizar las obras de los pavimentos hasta decidir su ubicación definitiva. Entre otros reparos interpuestos por la Sección de Arquitectura se encontraba también el no haber presentado el arquitecto un proyecto detallado de la nueva instalación del coro siendo necesario en obras de tanta consideración.


Fuentes académicas:

Arquitectura. Catedral de León, siglo XIX. Sig. 2-42-1; Arquitectura. Catedrales, siglo XIX. Sig. 2-42-2; Arquitectura. Monumentos públicos, siglo XIX. Sig. 2-28-5bis; Arquitectura. Monumentos públicos, placas conmemorativas, lápidas, sepulcros, alineaciones urbanísticas, etc., siglo XIX Sig. 2-28-3; Comisión Central de Monumentos. Comisiones provinciales de monumentos. León., 1883-1884. Sig. 2-48-9; Comisión de Arquitectura. Arquitectos. 1852. Sig. 2-14-3; Comisión de Arquitectura. Directores de caminos vecinales, 1850-1859. Sig. 2-20-1; Libro de actas de juntas ordinarias, extraordinarias, generales y públicas, 1839-1848. Sig. 3-90; Proyectos de obras, 1884-1886. Sig. 4-70-1; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 29; Sección de Arquitectura. Informes. Informes sobre realización de obras, 1851, 1881-1901. Sig. 4-81-16; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., , 1887- 1888. Sig. 5-182-2; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., relativos a las provincias de …, 1890- 1893. Sig. 5-183-1; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, restauraciones, etc., relativos a las provincias de Asturias, Barcelona, Cádiz, Cantabria, León, Madrid, Segovia, Sevilla, Toledo y Vizcaya,  1889- 1890. Sig. 5-181-1; Sección de Arquitectura. Informes. Sobre obras, reastauraciones, etc., relativos a las provincias de Asturias, Barcelona, Cádiz, Huesca, León, Lérida, Madrid, Murcia, Navarra, Pontevedra, Salamanca, Segovia, Sevilla, Tarragona, Valladolid y Zaragoza, 1888-1889. Sig. 5-180-1; Secretario general. Académicos correspondientes, 1851-1900. Sig. 1-53-8; Secretario general. Académicos correspondientes (España y extranjero), 1865-1879. Sig. 1-53-1; Secretario general. Académicos correspondientes (España y extranjero), 1865-1880. Sig. 1-53-3; Secretario general. Borradores de actas de las reuniones celebradas por la Escuela, 1849. Sig. 5-80-2; Secretario general. Enseñanza. Arquitectura, 1847-1853. Sig. 1-32-15; Secretario general. Enseñanza. Disciplina en los estudios, 1768-1856. Sig. 1-20-2; Secretario general. Enseñanza.  Expediciones artísticas de los discípulos de la Escuela Especial de Arquitectura a: Toledo (1849), Salamanca (1853), Guadalajara (1854), y Granda (1856), 1849-1856. Sig. 1-32-5; Secretario general. Solicitudes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura, 1845. Sig. 5-67-3.


Otras fuentes: Otras fuentes: Catálogo de La Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866. Madrid: Imp. Del Colegio de Sordo-Mudos y de Ciegos, 1867.

Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM


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