Uranga Pena, Pedro Blas de


Hijo de Ignacio Uranga,  director del Real Estudio de Dibujo de Niñas, y Blasa Pena,  nació en Madrid el 3 de febrero de 1808 siendo bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Angustias del Real Sitio de Buen Retiro. Comenzó la carrera de arquitectura  en la Academia de San Fernando, maticulándose en Dibujo en la Escuela de la calle Fuencarral. Posteriormente cursó dos años de Matemáticas y en la Junta Ordinaria del  domingo 2 de mayo de 1824 pidió el pase de los estudios de Extremos a Cabezas. En 1826 se convirtió en discípulo de la sala de arquitectura bajo la dirección de Juan Antonio Cuervo y Juan Miguel de Inclán Valdés. Asimismo, entre 1831 y 1833 estudió bajo la dirección del académico de mérito Juan de Blas Molinero la práctica constructiva, asistiendo a las obras a cargo y realizando la medida de las casas y el levantamiento de planos.

 Optó al concurso de Premios Generales de 1831 por la 2ª clase de Arquitectura, convocatoria que también firmaron Francisco Javier Berbén y Narciso Pascual y Colomer. Al igual que ellos tuvo que elaborar como obra de pensado «En la línea de la manzana 277 comprendida entre el ángulo de la Calle Real del Barquillo y el de la Inspección General de Milicias, que mide 589 pies, se proyectará una galería abierta y transitable, distinguiendo su centro con una glorieta de un solo cuerpo que sirva de entrada principal al palacio de Buenavista y con grupos en los extremos. Para este proyecto se presupone la esplanación del terreno entre la galería y el Palacio en planos inclinados; y esta idea se demostrará en una planta que comprenda la línea principal de la galería y la del costado á la fuente de la Cibeles, que se supone partir en ángulo recto hasta la posesión de las  monjas de San Pascual, dejando á beneficio del paseo el terreno deficiente del correspondiente alzado de la fachada, y una sección por el centro de la glorieta: todo geométrico» (del A- 3553 al A- 3555) y como ejercicio de repente «En el recinto de un cuadrado, cuyo lado sea de 32 pies, formar la planta y alzado de una torre para colocar un relox en la principal fachada del Buen Suceso de esta muy heroica Villa» (A- 3602). Dichos programas habían sido elegidos respectivamente el 19 de diciembre de 1830 y 28 de septiembre de 1831. En la Junta General celebrada el miércoles 28 de diciembre se reunieron los 20 vocales con derecho a voto, quienes concedieron el 1º premio a Francisco Pascual y Colomer mientras que el 2º a Pedro Blas de Uranga, galardones que fueron distribuidos en la Junta Pública del 27 de marzo de 1832.

A principios de 1833 solicitó de la Academia su admisión a los ejercicios para la clase de maestro arquitecto, presentando como prueba de pensado el proyecto de «Una academia de bellas artes» de su invención junto con su correspondiente cálculo, informe facultativo y demás documentos regalmentarios. La Comisión de Arquitectura celebrada el 22 de enero examinó la obra y los documentos aportados, pero después de un detenido examen no vio con mérito suficiente al pretendiente para admitirle a los exámenes de rigor, hecho por el que se le comunicó que recogiera todos sus papeles y documentos.

No tardó en volver a solicitar su admisión a los ejercicios para la misma clase,  ya que lo haría un mes más tarde, concretamente el 14 de abril de 1833. En esta ocasión presentó como prueba de pensado los diseños de otra Academia de tres nobles artes (del A- 187 al A- 190) con su informe facultativo y el avance del coste de la obra, acompañado de la fe de bautismo, la certificación de práctica librada por su maestro Juan de Blas Molinero y la justificación de su conducta moral y política.

La Comisión de Arquitectura reunida el 16 de abril de 1833 reconoció la obra y los documentos aportados, acordando el pase del interesado al resto de los ejercicios de reglamento. Fue admitido en la Junta Ordinaria del domingo 21 del mismo mes, fecha en la que le sortearon los programas de repente. Le tocaron en suerte los números 17, 99 y 84, los cuales respondieron respectivamente: «Un Deposito ó Arca de agua general en lo mas alto de una gran población, que sirviendola de adorno, vierta su sobrante por Fuentes alrededor. Planta y fachada», «En una gran Plaza, disponer en su centro tiendas, sin mucha elevación para el despacho de generos y comestibles. Planta, fachada y corte» y una «Carcel para tribunal eclesiastico de los principales del Reino, cuya distribución será respectiva al carácter de sus presos. Planta, fachada y corte». De los tres asuntos escogió el nº 99, es decir, una Gran plaza con tiendas en el centro para el despacho de géneros y comestibles (A- 5752), inventariada bajo el título de Un cuartel, elección que comunicó a la corporación el 25 de abril. 

La Junta de Examen tuvo lugar el 22 de mayo de 1833, asistiendo a ella como vocales los profesores Juan Antonio Cuervo, Juan Miguel de Inclán Valdés, Custodio Teodoro Moreno, Miguel Fernández de Loredo y Miguel Fernández de Navarrete. Cotejada la obra de pensado con la de repente que el interesado explicó una vez entrado en la sala, se procedió a la realización del examen teórico. Uranga comenzó este nuevo ejercicio contestando a las preguntas que le hicieron los profesores sobre el álgebra, por lo que trató las ecuaciones de 1º y 2º grado. También las proporciones geométricas y las razones compuestas, las paralelas y los ángulos formados por una línea que los cortase y dividiese; los triángulos y los paralelogramos; las secciones de la esfera, el círculo, la elipse y la parábola, como sus respectivas propiedades. Igualmente, sobre las circunstancias para calificar un edificio como perfecto, las reglas para darles solidez con respecto al espesor de los muros, los vanos y huecos. Por último, acerca de los apeos y el modo de ejecutarlos; los órdenes de arquitectura y su aplicación en los edificios según su naturaleza y objeto; las armaduras y otras cuestiones relativas a la teoría y la práctica de la profesión.

Satisfechos los examinadores con las obras ejecutadas y las contestaciones dadas a las preguntas formuladas le hallaron con los conocimientos suficientes para ostentar el título de maestro arquitecto, grado que le fue concedido en la Junta Ordinaria del  2 de junio de 1833, a los 25 años de edad.

Por acuerdo de la Sección de Arquitectura celebrada el 3 de julio de 1846, Laviña fue nombrado para informar sobre el expediente de denuncia de la torre de la catedral de Santander, torre que ya había sido inspeccionada en 1841 por los arquitectos Chávarri y Zabaleta. Concluyó el informe siete días más tarde exponiendo el parecer de varios profesores que habían examinado la obra. Entre ellos se encontraba Diego del Castillo, primer arquitecto e ingeniero que había sido nombrado por el cabildo y quien el 4 de marzo había afirmado que la torre admitía recomposición, el material con el que estaba construida era de mediana calidad y con sólo 9 pulgadas de tizón, uno de sus ángulos estaba debilitado por el caracol y era necesario conservar toda su altura porque el derribo del último cuerpo podía arruinar la nave principal.  Por otro lado, Ignacio Mª Michelena, arquitecto nombrado por el alcalde junto con los profesores Diego del Castillo, Uranga y Gutiérrez, había señalado el 5 de marzo su total desacuerdo con la opinión del primero y en parte su mismo parecer con los otros dos arquitectos. A su entender, haber estribado la torre sobre un arco había causado su quiebro en dos sentidos y provocado que los cimientos cediesen.  El frente sur tenía grietas y un desplome de 6 pulgadas a la altura que mediaba entre la primera imposta y el suelo, incluso el ángulo sudoeste tenía otras cinco en la misma altura y el cuerpo superior de dicho ángulo un desprendimiento considerable. A su vez, existían trozos de sillares desprendidos y deteriorados en los frentes de la torre, pero si los sillares resentidos se extraían para macizar de nuevo sus huecos era posible que la torre se viniese abajo, de ahí que le pareciera imposible quitar los sillares que amenazaban ruina.

Pedro Blas de Uranga y Manuel Gutiérrez fueron también nombrados por el alcalde para hacer el reconocimiento de la obra. En su informe fechado el 5 de marzo rechazaron el informe de Castillo por creer innecesarias y superfluas sus obras, ya que realizadas seguiría manteniéndose en peligro la torre debido a que los atirantados de hierro no podían bastar para contener el riesgo de amenaza. Por otro lado, incidían en que las grietas eran más importantes de lo que suponía Castillo por su variedad y direcciones, los desniveles apreciados no sólo provenían de empujes variados sino también del hundimiento de alguna parte de los cimientos y si se removían o reponían los sillares desgastados podrían originarse nuevos perjuicios. Por último, incidían en que al ser la obra de dos fábricas diferentes, una interior de mampostería y otra exterior de sillería sin tizones, impedía un reconocimiento por separado. Todo este razonamiento les llevó a notificar que era necesaria la demolición de la torre a fin de evitar desgracias y la ruina inevitable de la obra.

El arquitecto Antonio Goicoechea en unión con José Manuel de Pérez y Antonio de Armona fueron también nombrados por el cabildo para inspeccionar la torre. El 19 de mayo tuvieron concluido su respectivo informe, estudio en el que dejaron reseñadas las características de la torre, sus desperfectos y decoración poco noble y de mal gusto que obligaba a desear su demolición; no obstante, creían que la torre no amenazaba ruina y debía evitarse su derribo por las consecuencias negativas que tendría en el templo. Finalmente, la opinión del ingeniero de canales y caminos de la Provincia se asemejaba a la de Uranga y Gutiérrez, ya que creía necesario el derribo total de la obra al afectar a la seguridad pública.

Vistas y estudiadas todas las opiniones, Laviña se encontró con que los cuatro arquitectos nombrados por el cabildo defendían la conservación de la torre en toda su altura; de los tres nombrados por el alcalde uno creía necesaria la demolición de una parte y los otros dos la de toda la obra mientras que el nombrado por la Jefatura se encontraba decidido por el derribo de una parte y acaso de su totalidad.  Ante todos estos pareceres y en vista de que la torre no tenía mérito artístico, Laviña comunicó a la Comisión de Arquitectura que resolviese el asunto, pero no sin antes adelantarle que en caso de decidir su derribo no debería titubear porque entre dos males el menor debía ser considerado como el bien que convenía aceptar.

Durante los años treinta y cuarenta del siglo XIX un elevado número de maestros de obras y arquitectos se introdujeron en la construcción de corralas en Madrid. Dentro de ellos podemos citar a José Llorente al erigir la corrala de la calle Ave María, nº 26 (1833); Juan Miguel de Inclán la del Reloj, nº 16 (1834); Ávila y Medina la de Ribera de Curtidores, nº 8 (1834); Joaquín de San Martín la de la calle Cabestreros, nº 12 (1835); Pedro Blas de Uranga la de Ruda, nº 8 (1837); Pardo y Trenado la de Ave María, nº 35 (1839) y Antonio Juan Cachavera y Langara la de Ribera de Curtidores, nº 10 (1847).


Fuentes académicas:

Comisión de Arquitectura. Arquitectos, 1833. Sig. 2-10-1; Comisión de Arquitectura. Informes, 1829-1838. Sig. 1-30-3; Comisión de Arquitectura. Informes, 1846-1855 Sig. 1-30-2; Distribución de los premios concedidos por el Rey Nuestro Señor a los discípulos de las tres nobles artes hecha por la Real Academia de San Fernando en la Junta Pública de 27 de marzo de 1832. Madrid: Impresores de Cámara de S.M., 1832; Libro de registro de maestros arquitectos aprobados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1816-1900. Sig. 3-154, nº 142.


Silvia Arbaiza Blanco-Soler
Profesor TU de la UPM


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